James Gibbons

(Baltimore, 1834-1921) Prelado de la Iglesia católica estadounidense cuya labor contribuyó significativamente a la propagación del catolicismo en el país. James Gibbons era el cuarto de los seis hermanos de una familia católica de origen irlandés. Ante la enfermedad de su padre, Tomás Gibbons, la familia decidió regresar a Irlanda y se instaló en una granja cerca de Westport. En un colegio privado de esta localidad cursó sus estudios primarios, mostrando una especial predilección por la literatura inglesa.


James Gibbons

Cuando contaba trece años de edad, murió su padre, así que la madre decidió volver con sus hijos a Estados Unidos, y se estableció en Nueva Orleáns. El joven James consiguió allí un empleo; su jefe, William C. Raymond, se aficionó pronto al muchacho por su buen rendimiento y se comprometió a apadrinar su formación, a raíz de lo cual nació entre ellos una amistad que duraría toda la vida.

La vocación sacerdotal impulsó a Gibbons a trasladarse a su Baltimore natal, en otoño de 1855, para ingresar en el Colegio de San Carlos. Pronto despuntó entre sus compañeros, que cariñosamente le llamaban «dominus» («señor»). Fortalecía su débil físico con los deportes al aire libre. Tres años después comenzó su carrera eclesiástica en el seminario de Santa María de la misma ciudad. Afectado por la enfermedad de la malaria, tuvo que suspender sus estudios de teología durante un tiempo, aunque finalmente fue ordenado sacerdote el 30 de junio de 1861.

Su primera labor pastoral la realizó como vicario en la iglesia de San Patricio, en Baltimore, para pasar pocas semanas después a hacerse cargo de la iglesia de Santa Bridget, en el suburbio de Canton, entonces misión de San Patricio. Al ser elevada a parroquia la referida iglesia de Santa Bridget, Gibbons fue nombrado párroco. Por entonces llegaron hasta sus feligreses los efectos de la Guerra de Secesión (1861-1865), durante la cual se mantuvo independiente de ambos bandos; sirvió con igual entrega a federales y confederados, a los del norte y a los del sur. El intenso trabajo resquebrajó de nuevo su salud, pero recobraba su energía por medio de largos paseos, costumbre que conservó toda su vida.

El éxito de su actividad parroquial llamó la atención del arzobispo Spalding, quien le nombró su secretario. Desde este cargo se ocupó de la preparación del Segundo Concilio Plenario de Baltimore en 1866, el cual le brindó la oportunidad de ejercitar, en parte, sus notables aptitudes organizativas, por todo lo cual fue propuesto como primer Vicario Apostólico del Norte de Carolina, dignidad eclesiástica creada precisamente en aquel Concilio. Dos años más tarde, el día 16 de agosto, fue consagrado obispo; con sus treinta y dos años se convertía en el obispo más joven de los mil doscientos que entonces tenía la Iglesia Católica.

Durante su episcopado en Carolina fue modulando lo que sería su larga carrera eclesiástica. En el desempeño de sus funciones entró en contacto con muchos no católicos, los cuales quedaban prendados de su atractiva personalidad, su abierta tolerancia y su extraordinaria fuerza intelectual. En aquellos lugares en los que no existía una iglesia católica, predicaba en los patios de las casas, en los salones de las logias masónicas y hasta en los templos protestantes que gustosamente se le ofrecían. Mientras ejercía como Vicario Apostólico en Carolina del Norte, participó en el Concilio Vaticano I (1869), donde fue el obispo más joven. Durante su estadía en el Viejo Mundo quedó impresionado por las difíciles relaciones entre la Iglesia y los países europeos, en comparación con la situación de Estados Unidos.

En 1872 fue elegido obispo de Richmond, cargo que ejerció con prudencia e inteligencia, hasta el punto de ganarse una gran estima entre los fieles de todas las confesiones. Algunos años más tarde publicó The Faith of our Fathers (La fe de nuestros padres, 1877), libro que tuvo una excelente acogida; en vida del autor llegaron a venderse dos millones de ejemplares. En él expuso, con agilidad literaria y de forma clara y sugestiva, la doctrina católica, dando serenas respuestas a las objeciones que generalmente se le hacían desde ámbitos no católicos.

Cuando en mayo de 1877 falleció James Roosevelt Bayley, arzobispo de Baltimore, James Gibbons le substituyó al frente de la más antigua arquidiócesis de Estados Unidos, la cual había irradiado su influencia por todo el país desde muchos años antes. Católicos y protestantes celebraron con júbilo su llegada, pues se trataba del primer hijo de la ciudad que ocupaba el cargo de arzobispo de Baltimore.

Siguiendo su natural condición, pronto se identificó con la vida de su comunidad, y tomó parte activa en todos los movimientos humanitarios y sociales de la misma. Igualmente se puso a la cabeza, de manera oficial, en la celebración del Día de Acción de Gracias (fiesta que por entonces no era bien acogida en todos los ambientes), y en los festejos de los ciento cincuenta años de la fundación de la ciudad. Este sentido cívico de su función como prelado católico le ganó fácilmente la confianza y la amistad de presidentes como Grover Cleveland, Theodore Roosevelt y William Howard Taft. En 1880 visitó al papa León XIII, con quien coincidía en muchas cuestiones, y desde entonces se estableció entre ambos una relación de mutuo afecto y estima.

Uno de los mayores éxitos de James Gibbons fue la organización y dirección del III Concilio Plenario de Baltimore, que marcó las directrices de la Iglesia en Estados Unidos, en un momento en que la Iglesia Católica se extendía por el territorio de aquel país con más rapidez que en ninguna otra parte del mundo. Además de las decisiones estrictamente eclesiales, el Concilio adoptó una posición fuerte y clara en favor de las instituciones cívicas del país. Otra de sus importantes realizaciones fue la creación y dirección de la Universidad Católica de Washington (ciudad que estaba bajo la jurisdicción eclesiástica de Baltimore).

Tras la muerte del cardenal McCloskey, el papa León XIII lo designó como sucesor, con lo que el arzobispo Gibbons se convirtió en el segundo cardenal norteamericano. Recibió el birrete cardenalicio el día 30 de junio de 1886, cuando se cumplían veinticinco años de su ordenación sacerdotal. Su elección fue celebrada en su diócesis por las autoridades civiles e incluso por dirigentes no católicos, que vieron en él a una persona identificada con la vida y las instituciones americanas que sabía interpretar el espíritu de su país.

Consecuente con su espíritu abierto y tolerante, se mostró prudente ante los recientes movimientos laborales y las nuevas teorías económicas, oponiéndose, por ejemplo, a la condena eclesiástica del libro de Henry George Progreso y miseria (1879), pues su opinión era que no había que sofocar las investigaciones sobre cuestiones laborales y económicas.

Convencido plenamente del valor de la integración nacional de todos los emigrantes, se opuso abiertamente al «Cahensly movement», que promovía el nombramiento de obispos católicos para determinados grupos de emigrantes o descendientes de emigrantes. Gibbons defendía más bien la pronta integración de todos los inmigrantes con la población nativa, en la intención de evitar que se trasladaran a Estados Unidos las divisiones europeas. El plan Cahensly no prosperó, y el cardenal fue felicitado por el presidente Benjamin Harrison.

Tras la muerte de León XIII, James Gibbons viajó a Roma, lo que hizo de él el primer norteamericano que tomó parte en la elección de un papa. En 1911, con ocasión de sus veinticinco años de cardenalato, recibió un homenaje público como nunca antes había recibido un eclesiástico; en el acto intervinieron el presidente Taft, el ex presidente Roosevelt y las más altas autoridades de Maryland y Baltimore. Y es que el cardenal Gibbons, si bien no se identificó con ningún partido político, supo ejercer libremente sus derechos de ciudadano en las discusiones políticas. Cuando en 1917 Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial, Gibbons fue el presidente del Consejo Católico Nacional de Guerra.

James Gibbons continuó con su labor pastoral hasta casi el fin de su vida, y dejó en su país un memorable ejemplo de patriotismo, de liderazgo, de clarividencia y amplitud de miras, y de la tolerancia religiosa que siempre promovió. Sus restos reposan en la catedral de Baltimore. Además de la obra mencionada, publicó también Our Christian Heritage (1889), The Ambassador of Christ (1896), Discourses and Sermons (1908) y Retrospect of Fifty Years (1916).

Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].