Joaquín Catalá

[Por Antonio Gascón Ricao, colaborador de la sección Especiales]

Introducción

Por una coincidencia, casual en el tiempo, Joaquín Catalá Murall, un oscuro y anodino fraile trinitario catalán, en su afán por destacar de la medianía que lo rodeaba, olvidando que las propias constituciones, de cualquier orden religiosa de su época, incluida la suya propia, comportaba entre sus muchos preceptos, la humildad, decidió entrar en conflicto directo con el relojero barcelonés José Ricart. [1]

En el caso de Ricart, pionero y fundador de la Escuela Municipal de Ciegos de Barcelona, la primera de España. Escuela, la de Ricart, que le perviviría con largueza, y con indiferencia de aquellos marrulleros ataques de Catalá.

Conflicto personal y pedagógico, que se alargó durante casi dos años, al invadir Catalá la corta y naciente parcela educativa de Ricart, plagiándole, de la forma más descarada, los instrumentos educativos para ciegos inventados por Ricart, inventos evaluados y aprobados mucho tiempo antes de aquel conflicto, por la poderosa Junta de Comercio de Barcelona, dependiente de la aún más poderosa Junta Nacional de Comercio.

Intentando a la vez Catalá, llevarse con él, a los alumnos ciegos, puestos al día y con mucho esfuerzo, tanto a nivel personal como económico, por parte de Ricart. Asunto, que obligó al Ayuntamiento de Barcelona, a tener que dar una sentencia salomónica, condicionada y sujeta ésta, a las poderosas relaciones políticas que tenía en aquel momento Catalá, tanto en el Ejército como con la propia Corona española, en detrimento de Ricart.

Sentencia municipal aquella, a todas luces injusta, al dar lugar a la existencia de dos escuelas para ciegos distintas en la Ciudad Condal, cuando en el resto de España no existía ninguna, y cuando resultaba más que evidente que Ricart era el principal merecedor de dirigir aquella escuela de educación especial.

Por otra parte, aquel mismo enfrentamiento, entre ambos personajes, permite en la actualidad conocer, con un cierto detalle, los avances pioneros referidos a la educación de los ciegos en España, y de paso a sus dos principales protagonistas, al estar ambos inmersos de lleno en el Trienio Liberal (1820-1823).

Circunstancia política, que en cierto modo, propició aquellos mismos avances, frustrados de forma radical, al producirse la caída de los liberales en el año 1823. Destacando que el perdedor, en aquella esperpéntica contienda, resultó ser al final Catalá.

El Trienio Liberal

Joaquín Catalá Murall, nacido en Barcelona en el mes noviembre de 1787, fue hijo único del matrimonio formado por Pelegrí Catalá, de oficio maestro constructor de casas, y de Rosa Murall dedicada a sus labores. Muchacho, que en una fecha indefinida, acabó profesando en la orden de los Trinitarios Calzados. Al iniciarse la Guerra de la Independencia (1808-1814), Catalá, a pesar de su evidente juventud, entró a servir, como capellán castrense, en los hospitales de campaña del ejército español, desconociéndose, si su papel quedó limitado a Cataluña o al resto de España, pues no consta en el propio testimonio del personaje.

Concluida la guerra contra Napoleón, los Trinitarios Calzados, orden a la cual pertenecía Catalá, decidió enviarlo con el cargo de Lector de Teología a Zaragoza. Destino al cual Catalá se negó. Aduciendo en su favor, pero años más tarde, que aquella disposición de su orden fue debida a “ciertas intrigas internas”, según él, maquinadas por sus superiores, que al parecer tenían la intención de alejarlo de su ciudad natal, pero desconociéndose el motivo de aquel supuesto “destierro”. Grave acusación contra su orden, respecto a la cual no existe documentación complementaria, salvo los propios comentarios de Catalá.

Incidente que a Catalá le generó, según él mismo, una crisis vocacional que a punto estuvo de llevarlo a la renuncia del sacerdocio. Truculenta historia aquella, recogida de puño y letra de Catalá, al formar parte de la documentación entregada por él, con motivo de la solicitud de su secularización, en abril de 1821.

De aquellos mismos años existe una obra impresa de Catalá, pero como coautor, sobre teología, titulada: Teología demonstrata: proposiciones quas tuendas suscipiunt Fr. Joaquinus Catala et Fr. Josephus Raull, auspice Fr. Segismundo Casas, Barcelona, 1816.

A la llegada del Trienio Liberal (1820-1823), época en que tuvo lugar aquella historia, las instituciones públicas españolas abocaron enormes esfuerzos, tanto económicos como de imaginación, a gran diferencia de la política anterior, que hasta entonces había llevado a cabo la Corona española, en aquellas fechas encarnada por Fernando VII, llamado, depende de la época, el Deseado o el Rey Felón, en una búsqueda que tenía como objetivo fundamental el encauzar y racionalizar la enseñanza pública en España, en todos sus niveles, que comparativamente con la Europa de aquella época, estaba muy atrasada.

Así, durante aquella breve etapa liberal, se procedió a la apertura de innumerables escuelas de todo tipo, dotadas con los planes de estudios más avanzados, en un intento dirigido a alfabetizar la nación, que se plasmaría en junio de 1821, al promulgarse, tras pasar por las Cortes Generales de Madrid, el Reglamento General de Instrucción Pública, que con algunas ligeras variantes era la trascripción del proyecto de 1814, promulgado por las Cortes de Cádiz.

Cuestión relativa a la educación, totalmente abandonada, desde hacía siglos, por parte de las distintas dinastías españolas, y teniendo en cuenta que en la mayoría de los casos, dichos planes de la época liberal, evidentemente muy voluntariosos, estaban literalmente calcados de modelos educativos existentes hacía tiempo y muy en particular en Europa.

Barcelona, en aquel campo educativo y durante aquel mismo periodo, no se quedó en aquel momento precisamente atrás, ya que, al igual que la propuesta del relojero José Ricart, que tenía la pretensión de abrir una escuela para ciegos, en su caso pionera en España, y con la idea de que dicha escuela fuera municipal, gratuita y universal, afluyeron al Ayuntamiento de Barcelona otras muchas propuestas, en las cuales se solicitaban los pertinentes permisos de apertura de todo tipo de escuelas, firmados por una amplia y variopinta gama de personajes, y entre ellos la del fraile trinitario Joaquín Catalá.

Pero dada la escasez de los fondos públicos necesarios, en su caso los municipales, a casi todos se les aparcó con la excusa, por otra parte muy cierta, de que volvieran a presentarlas una vez se hubiera aprobado la nueva ley de educación general que estaba en estudio, pendientes, además, de la Diputación barcelonesa, de la cual a última hora dependía el vital asunto económico.

La excepción a aquella negativa general, fue el caso de la Academia Cívica y Gratuita, y de su director Joaquín Catalá, ya que, aquel insólito y emprendedor personaje, consiguió en muy poco tiempo y tras una serie de maniobras, incluidas las políticas, monopolizar en su Academia todo tipo enseñanza, que abarcaron desde la enseñanza mutua elemental, pasando por la de Aritmética, la de Gramática castellana, e incluso llegando hasta la enseñanza de idiomas, tales como el francés e inglés, pero absorbiendo a su paso, incluso, alguna muy sensible, de las ya establecidas.

Advirtiendo, que cuando Joaquín Catalá, apareció en aquella historia pedagógica, lo hizo proveniente de un camino colateral, ya que, de entrada, era predicador y lector en Sagrada Teología del Convento de los Trinitarios Calzados, sito en la calle Fernando de Barcelona. De hecho, la diferencia de Catalá, radicaba en que durante aquellos mismos días, había resultado ser, además de lo anterior, un gran defensor de la Constitución, hasta unos límites muy apasionados. [2]

Pasión que con anterioridad no se le conocía o al menos no consta en fuente alguna, salvo que aquella pasión le viniera a Catalá de la época de las Cortes de Cádiz. Periodo durante el cual, un puñado de sacerdotes españoles se destacaron por su ardiente espíritu liberal. [3]

En el terreno político, el día 13 de marzo de 1820, en su primera reunión, la recién creada Comisión Provincial Gubernativa, formada en Barcelona, tenía dentro de la orden del día, el aprobar la formación de una Milicia Nacional, según lo previsto en la nueva Constitución.

Aprobada dicha formación y para proceder a la recluta, se hizo un llamamiento a los barceloneses por medio de avisos y bandos fijados en las esquinas, o mediante anuncios que se publicaron en la prensa local, al tener como objeto formar, en la misma Barcelona, dos batallones de voluntarios, que una vez organizados, deberían quedar bajo el mando directo del coronel José Costa, alias L’Avi. [4] Unidades que finalmente se constituyeron, de forma mayoritaria, gracias a los muchos parados locales, a causa de la grave crisis económica reinante en aquella capital. [5]

Enterado de ello, el primer paso que dio Catalá fue apresurarse a solicitar, a dicha Comisión, el nombramiento a su favor, de “Capellán de las Milicias Nacionales de esta capital”. Petición a la cual se le respondió pocos días después, comunicándole que se “le tendría presente a su tiempo”. [6] Aquella petición de Catalá venía al pelo, pues, el día 10 de marzo, fecha en que se había producido el levantamiento constitucional en Barcelona, Catalá había participado activamente en él, “lleno de amor y patriotismo”.

Aventura “revolucionaria” la suya, que en realidad quedó reducida a ofrecerse al mando revolucionario, pero, como cura párroco y sin tomar las armas, “para instruir ignorantes, amonestar a los indolentes y asegurar en su opinión a los verdaderos ciudadanos”, en su caso, los constitucionales. Hecho aquel que relatará admirado el Jefe Político, en un escrito fechado el 18 de abril siguiente, dirigido al propio Ayuntamiento, y en aquel caso, a modo de carta de recomendación de Catalá:

“(Catalá) Corrió presuroso a dar una prueba nada equivoca de la llama que ardía en su encendido pecho, se presentó a V.S. y el digno Coronel Don José Costa ofreciéndose para instruir a los ignorantes, amonestar a los indolentes y asegurar en su opinión a los verdaderos ciudadanos que habían de componer la Milicia Nacional, baxo el título de párroco de este Cuerpo, que le autorizara para hablarles cuando trata de ponerles verdades que son las reglas de la más sana moral y obligaciones de un honrado ciudadano”.

Aquellas supuestas e hipotéticas palabras de Catalá, que tendría que haber dirigido a la tropa, debieron calar hondo en los próceres de la Patria implicados en aquel levantamiento. Debió ser por ello, que Catalá, aprovechando aquel momento de euforia y con fecha de 18 de abril de 1820, presentó a José de Castellar y de Lladó, “Caballero de la Real y militar orden de San Hermenegildo y Jefe Superior Político del Principado”, un plan que había elaborado, según el cual Catalá tenía la pretensión de abrir una escuela o academia gratuita en la propia Barcelona, que en principio estaría dedicada a instruir al personal integrante de aquella misma milicia, plan al que Castellar, sin dudarlo un instante, le dio su apoyo. [7]

Una segunda copia de dicho plan, se la presentó Catalá a José Costa, en su caso Jefe de la Milicia Nacional de Barcelona, y la tercera copia fue a parar a la mesa de la todavía interina Comisión Provincial Gubernamental, afirmando Catalá en las tres, entre otras muchas cosas, que poseía largos años de experiencia, al haberse dedicado a la instrucción publica. Clases que, según el propio Catalá, había dado tanto en su convento como fuera de él.

“Habida cuenta de la experiencia que le daban los muchos años que el exponente se ha dedicado a la Instrucción Pública, ya en el claustro, ya fuera de él, los sujetos que todos los días se le presentan para que les permita asistir a la Academia particular de su celda […] se juzga evidente la necesidad de un establecimiento como el propuesto y según una reglamentación que logre con el debido orden de los mayores avances de la instrucción de que se trata”.

Según afirma Sáenz-Rico, en su obra, La educación general en Cataluña, muchas ordenes religiosas, al igual que los Trinitarios Calzados, orden a la que pertenecía Catalá, habían estado atendiendo a las llamadas de los últimos obispos barceloneses de aquella época, para que tuvieran abierta de forma permanente una escuela gratuita de primeras letras, tanto de niños como de niñas y ante la desidia general del Estado. [8]

Escuela de los trinitarios en Barcelona, en la que sin duda debía ejercer o había ejercido Catalá, al alardear el personaje de poseer las necesarias certificaciones que acreditaban su dilatada labor docente, o al afirmar que las clases las había dado, tanto en el “Claustro”, se supone, que en el de su propio convento de la calle Fernando, como en “la Academia particular de su celda”.

Pero la base principal para vencer cualquier dificultad, que le pudiera surgir ante su futuro proyecto de constituir, la que después se denominará Academia Cívica y Gratuita, Catalá la fundamentó en conseguir, como fuera, la protección y el amparo del Jefe Político, José de Castellar, pidiéndole directamente que fuera él su “Protector”, o en su defecto, sin parar en mientes, “otra persona de circunstancias”, se supone, que otra persona de igual o similar calibre que el de Castellar.

Protección que se debería iniciar con la consiguiente cesión de un edificio capaz y céntrico, donde poder ubicar su futura Academia, implorando de paso “la generosidad de algunos (ciudadanos) pudientes”, que deberían ser en su caso los encargados de financiar, con su dinero particular, y según el ambicioso proyecto de Catalá, los gastos derivados de la compra del mobiliario necesario para dicho “instituto de beneficencia”.

Como contrapartidas, Catalá se “conformaba sólo” con el nombramiento de Capellán de los dos batallones de la Milicia Nacional de Barcelona, pero pidiendo, además, de propina, el simple título de maestro de su Academia Cívica, pero renunciado, en apariencia y de forma generosa, a cobrar por su trabajo en dicha Academia, eso sí, sin renunciar, se supone, pues no lo decía en explícito, al salario que le pudiera corresponder en el caso de que fuera nombrado capellán de la Milicia. Cargo que nunca conseguirá alcanzar, y por lo mismo, al final Catalá se verá forzado a tener que rectificar substancialmente de rumbo, su proyecto primitivo.

“Ni aún la subsistencia y duración de esta Academia Cívica causará el más mínimo gasto al Erario, si sólo el trabajo de V.S. u otra persona de circunstancias se intitule su protector, proporcione edificio en un lugar céntrico, de esta parta la comodidad de los concurrentes, se implore en nombre de dicho Protector la generosidad de algunos pudientes quienes por cierto no dudaran en prestarse gustosos a concurrir con lo necesario para amueblar como corresponde la casa de este instituto de beneficencia, y se expida a favor del exponente, juntamente con el nombramiento de Capellán de la Milicia Nacional, el título de Maestro de la Academia Cívica, a cuyo encargo de nuevo se ofrece sin paga ni gratificación alguna”.

Así, según el propio Catalá, de aceptar las autoridades aquellas propuestas, su recompensa sería únicamente la de poder hacer el “bien a sus conciudadanos” y “procurar la felicidad de la Nación”. Por otro lado, según resaltaba Catalá, su “sacrificio” era similar o comparativo, al de “los que voluntariamente se han alistado (bajo) las banderas de la Patria”:

“Recompensa en alguna manera el generoso sacrificio de los que voluntariamente se han alistado a las banderas de la Patria; excita entre ellos una saludable emulación, y por último les dispensa un beneficio que no dexarán de agradecerle con las más expresivas gracias”. [9]

El coronel José Costa, jefe de la Milicia Nacional barcelonesa, posiblemente convencido por los ardorosos y patrióticos argumentos de Catalá, muy acordes con el momento de euforia constitucional que se vivía en aquel momento, se apresuró a informar de manera favorable su proyecto de la Academia Cívica al Jefe Político, Castellar, y éste a su vez, mediante un oficio fechado el 24 de abril, lo trasladó al Ayuntamiento, haciendo constar ambos apoyos, donde, por acuerdo municipal del día 26, se pasó a la correspondiente Comisión de Enseñanza, para su ulterior estudio.

Tras un sosegado análisis por parte de la Comisión de Enseñanza, pues, duró más de un mes, la Comisión al final emitió dictamen y, de conformidad con él, el Cuerpo Municipal acordó, el 6 de junio, que se redactasen los dos informes previstos en dicho acuerdo; uno dirigido al Jefe Político, la máxima autoridad, y el otro al propio Catalá.

De esta forma, el día 9 de junio, el Ayuntamiento contestó a la primera autoridad provincial, pero sin mojarse en exceso, al afirmar que al igual que el plan de Catalá, se habían recibido en la Corporación barcelonesa muchos otros planes tan o igual de dignos como el suyo, y por lo mismo, el de Catalá tendría que esperar turno:

“Como este Ayuntamiento no puede erigirse en protector inmediato y especial de un establecimiento de enseñanza pública, sino que a todos debe su apoyo con proporción a la utilidad que prometan, no ha podido tomar el del P. Catalá la parte que indica su Plan que acompañó VS.”

Sin embargo, en el oficio que el Ayuntamiento envió a Catalá con la misma fecha, y donde “le elogia y le aprueba en su objeto para que pueda ponerlo en la execución (sic) cuando lo considere oportuno”, [10] una forma muy elegante de decir: “usted mismo, pero que conste nosotros no ponemos ni un real”, en cierta forma también le dieron el “visto bueno” a su proyecto, pero, siempre y cuando, a su cuenta y riesgo, fuera el propio Catalá el que se encargara de abrir la academia: “…(el Ayuntamiento) no halla inconveniente alguno, en que verifique Vd. su generosa y patriótica idea…”. [11]

El sistema lancasteriano

Por otra parte, el plan de estudios propuesto por Catalá al Ayuntamiento barcelonés, encaminado a conseguir la apertura de su Academia Cívica y Gratuita, no tenía en sí nada de novedoso, al tratarse del sistema conocido en Europa como sistema lancasteriano, reinventado a su vez por el inglés Joseph Lancaster, [12] que nueve años antes ya tenía abiertas casi un centenar de escuelas en su país natal, basadas todas ellas en aquel mismo sistema educativo. [13]

Dicho método de enseñanza, conocido popularmente con el nombre de “mutua instrucción”, se difundió ampliamente por Europa, llegando incluso a Estados Unidos. Aunque de hecho su auténtico inventor había sido el inglés Andrew Bell, que unos años antes lo había puesto en práctica en la India, y justamente en un centro educativo destinado a los hijos de los soldados del Reino Unido allí destinados, importándolo después a Inglaterra. Un tiempo más tarde, el propio Bell entrará en litigio con Lancaster al adjudicarse éste último, de forma harto miserable, la paternidad de aquel sistema.

El llamado sistema lancasteriano consistía en un conjunto complicado de reglas, que transformaba la escuela elemental en un mecanismo destinado a conseguir, que con un único maestro ser pudiera dar enseñanza a un gran número de alumnos, al colaborar con él, como auxiliares, los alumnos más mayores y adelantados de la escuela, denominados en aquel caso “monitores”.

Con independencia de ello, y cuando en Europa ya había empezado el declive del sistema lancasteriano -monitoring schools-, al haberse demostrado en la práctica que únicamente se podía aplicar, pero con un éxito muy discreto, en la enseñanza elemental, la mayoría de las propuestas educativas presentadas aquellos días al Ayuntamiento barcelonés, resultaban ser vulgares plagios de aquel mismo sistema o de sistemas muy parecidos. [14]

De este modo, la Academia Cívica de Catalá, uno de los temas más estudiados de aquel periodo, [15] acabó reuniendo en Barcelona un total de 234 alumnos, la mayoría de ellos jóvenes que no habían podido frecuentar en la edad normal la escuela elemental. Pero aquel sistema de enseñanza mutuo, lo que en realidad ahorraba era maestros, al responsabilizar de hecho, a los supuestos alumnos más avanzados, permitiendo en teoría, que con un sólo maestro, y sus respectivos ayudantes, se pudiera impartir clases, según algunos, a 500 alumnos, y según otros, hasta mil.

De hecho, el método de Lancaster resolvía el problema tanto de la falta de escuelas como la propia falta de maestros, como era el caso español, de ahí que el gobierno constitucional de la nación potenciara e intentara extenderlo por todo el Estado, creando en Madrid una escuela central de formación de maestros de aquel sistema, siendo está el único establecimiento no universitario que entró a formar parte de los presupuestos del Estado español. Según Sáenz-Rico, en Barcelona y durante el Trienio hubo un total de 8 maestros aprobados para impartir el sistema mutuo, con un total computado de 565 alumnos. [16]            

Sin embargo, el tiempo acabó demostrando que aquel sistema mutuo de enseñanza de origen inglés, no era la panacea universal de todos los males educativos españoles, ni era tan eficaz, como en general se afirmaba, ya que al cabo de pocos años se fue abandonando. El aire militarista de aquel sistema tampoco lo hacía muy adaptable a las necesidades del momento, e incluso el propio ejército español, que en un primer momento de euforia ordenó implantarlo en todos los cuarteles, reconoció muy pronto que no tenía éxito. [17]

La reforma religiosa

Por otra parte, uno de los puntos más calientes y que acarreó más graves consecuencias durante el Trienio Liberal, fue sin lugar a dudas la reforma de los religiosos emprendida por la Cortes españolas. De hecho, el más madrugador de los decretos fue el de la abolición de la Santa Inquisición, proclamado en el momento mismo en que el rey Fernando VII manifestó su voluntad de jurar la Constitución, publicándose por ello el día 9 de marzo de 1820.

Aunque en principio no se produjo ninguna reacción ante aquella medida concreta, teniendo en cuenta que era la tercera ocasión en que se abolía, ya que la primera la había promulgado en 1808, José I, el hermano de Napoleón, y por tanto durante la invasión francesa que dio lugar a la Guerra de la Independencia, y la segunda cuando las Cortes de Cádiz.

De hecho, las primeras reacciones en contra del nuevo régimen, surgieron en el momento mismo en que se obligó al clero secular y regular a jurar la Carta Magna, insistiendo el gobierno en ello, puesto que muchos religiosos se habían negado o se habían excusado de jurarla, al igual que había acaecido en Francia al triunfar la Revolución en 1789, y asunto aquel que llevó al exilio a buen número de sacerdotes franceses, que se pasaron a España.

El 17 de mayo de 1820, un decreto prohibía admitir nuevas profesiones religiosas, incluso, de los que ya eran novicios, aprobándose también en el mismo la venta de bienes religiosos. Tres meses más tarde quedó suprimida por decreto la Compañía de Jesús, constituyéndose en las Cortes una Comisión de Regulares.

Un real decreto del 4 de octubre de aquel mismo año regulaba la composición y las competencias de los tribunales que podrían juzgar causas promovidas contra religiosos, de este modo los religiosos perdían los fueros propios, mantenidos hasta aquel entonces, pasando al general de la ley.

Finalmente, el 25 de octubre de 1820 salió la ley de reforma de religiosos. Los monasterios quedaban suprimidos y los conventos y los regulares quedaban limitados a las casas que ya poseían, y éstas deberían tener como mínimo doce religiosos adscritos. Caso de no tener aquel mínimo, los religiosos deberían dispersarse por otras casas de su misma comunidad. Del mismo modo que en cada población nada más podía existir una única casa de la misma orden, donde no se podría admitir más novicios ni más profesiones, y quedaba totalmente prohibido abrir nuevas casas religiosas.

Dichas casas quedaban sujetas directamente al obispo del lugar; quedando nada más en ellas como jerarquía los superiores locales, y aquellos a su vez deberían ser elegidos en capítulo por la propia comunidad, dándose por otra parte libertad a los religiosos que quisieran, si esa era su voluntad, para secularizarse, recibiendo por ello la protección del gobierno. [18]

Siguiendo aquella misma política de reformas, en Barcelona en enero de 1821 salió a subasta un bloque de bienes religiosos desamortizados. En el mes de junio siguiente se implantó en España el “medio” diezmo, medida que no beneficiaba a nadie y que creó una cierta inquietud entre el pueblo, pues éste ya se había hecho a la idea de que el diezmo no se tendría que pagar nunca más.

El 25 de noviembre de 1822 fueron suprimidos todos los conventos y monasterios de Barcelona. Hecho que provocó el inmediato abandono de los monasterios que fueron robados y saqueados por el pueblo, que se aprovechó de todo lo que encontraba a su paso. En algunas ciudades, como en el caso concreto de Barcelona, se incendiaron conventos y se destruyeron iglesias e imágenes.

Una buena muestra del fanatismo desplegado, desde un lado y otro del espectro político de aquella época, fue que ante aquellos desmanes, y visto el riesgo que suponía para la imagen de la Virgen de Montserrat, el que pudiera quedar abandonada y solitaria en su monasterio, los absolutistas catalanes decidieron trasladada a Barcelona. Y la imagen, tras pernoctar casi de incógnito en el barrio de Sants, pasó después a la catedral barcelonesa. Donde los ultra católicos absolutistas decidieron entonces pintarla de blanco. Con el peregrino argumento, de que como a los liberales se les denominaba, despectivamente, los “negros”, los absolutistas no estaban dispuestos a que los “feroces” liberales la pudiesen tomar como emblema, haciendo de ella su Santa patrona, dado su evidente y popular color negro. [19]

De ahí que se de a todo lo largo de la historia actual, que los tres directores respectivos, el de la Academia Cívica, Joaquín Catalá, el de la Escuela Municipal de Ciegos, José Ricart, o el de la Escuela Municipal de Sordomudos, en su caso el dominico Manuel Estrada, [20] no pararán de solicitar al Ayuntamiento locales religiosos desamortizados, con el fin de poder ubicar en ellos sus respectivas escuelas, a lo que habría que unir el trasiego impuesto a aquellas mismas escuelas, trasladas de un lugar a otro, en función de los sucesivos vaivenes del Ayuntamiento de turno. Bailes que volverán a reproducirse a la reapertura de ambas escuelas, la de ciegos en 1839 y la de sordos en 1842, cerradas las dos a causa de la caída de los liberales en 1823.

Locales desamortizados que, por un motivo u otro, se les fueron negando a los tres de forma sistemática. Del mismo modo que se podrá observar el hecho puntual, en el caso de los religiosos, Catalá y Estrada, de que ambos se apresurarán a secularizarse durante aquel mismo periodo liberal, aduciendo en sus casos particulares y personales los motivos más peregrinos.

Joaquín Catalá

Catalá, de creer sus argumentos, era hombre al parecer muy preocupado por el tema de la educación, a la que se había dedicado a título privado, pero que con la llegada del Trienio Liberal creyó vislumbrar su gran oportunidad de poder ejercer la docencia a pleno rendimiento, no dudando para ello en hacer valer sus influencias entre sus antiguos amigos y conocidos, no del clero, su espacio natural, sino del ejército.

Demostración de ello, es que Catalá, a diferencia de Ricart que nunca tuvo padrinos conocidos, al menos no constan, a la hora de presentar al Ayuntamiento su proyecto de creación de una Academia Cívica y Gratuita, durante los finales de marzo de 1820, se hizo avalar por José de Castellar, Jefe Político del Principado, y por José Costa, coronel de la milicia local, [21] aunque al igual que Ricart, su proyecto quedó de momento aplazado y por los mismos motivos, por no gravar más los “arbitrios” de los ciudadanos, aunque en cierto modo autorizado Catalá por el Ayuntamiento para ponerlo en marcha, siempre y cuando los gastos del establecimiento corrieran a su cargo.

No arredrado por aquella negativa municipal, Catalá volvió de nuevo a hacer uso de sus influencias políticas, en este caso del Intendente General del Ejército en Cataluña, [22] con la clara intención de llegar, incluso, hasta el propio rey Fernando VII, buscando de aquella forma que el rey le diera su aprobación y a poder ser, algo de dinero.

Por otro lado, en evitación de posibles problemas legales posteriores, Catalá elevó a la Diputación un memorial con el fin de poder obtener el título de “Maestro en primeras letras”, que curiosamente anteriormente no poseía, título que después de los trámites y de las pruebas pertinentes al final consiguió, y por el cual aquel tipo de maestros tenían la obligación de:

“…Enseñar a leer, escribir, y también contar hasta las 4 reglas de sumar, restar multiplicar, y partir (sic), a todos los que se presenten a este fin en sus estudios, como tengan 4 años cumplidos de edad; anotando en su entrada sus nombres, apellidos, y patria”. [23]

La respuesta afirmativa de su demanda a la Corona, llegó a Barcelona en últimos días de julio, comunicándole el Intendente que: “su proyecto de instrucción pública ha merecido el aprecio del rey que ha mandado que para establecer la Academia Cívica, se le facilite localidad en el edificio que fue del Tribunal de la Inquisición.” [24] Local que un día más tarde le será denegado al propio Ricart y por el propio Ayuntamiento, aduciendo en su caso particular, problemas económicos.

Comunicación respecto al favor real, que Catalá pasó al Ayuntamiento el 31 de julio. Conocida la noticia, el Consistorio le respondió el 3 de agosto tal como era costumbre en aquellos casos, [25] mediante oficio del día 6 siguiente, en el cual se le felicitaba por haber conseguido el favor real, poniendo en su conocimiento que en cuanto se dispusiera del referido local de la Inquisición, el Ayuntamiento contribuiría por su parte a los gastos de mantenimiento de aquel establecimiento. [26]

Contando Catalá con tan altas y relevantes influencias, no dudó ni un instante en tomar por su cuenta el antiguo local de la Inquisición, poco menos que al asalto, forzando al Ayuntamiento a la apertura del mismo para la primera semana del mes siguiente de septiembre , a la par que comunicaba al Consistorio que él estaba dispuesto a amueblar la su Academia “costeándolo de lo suyo”, es decir, de su bolsillo, pero, matizando, “cierto de que se le podrá reintegrar luego.” [27]

Toma del edificio de la Inquisición, por parte de Catalá, de la cual quedó constancia en las actas municipales:

“Leído al Ayuntamiento el escrito del ocho de este con que el P. Fr. Joaquín Catalá diciendo estar ya en posesión del local correspond[ien]te en el edificio de la Inquisición para el establecimiento de la enseñanza que tiene ofrecida pide le proporcione el Ayuntamiento los auxilios que estén en su posibilidad para poder comenzar el curso académico en primero de Set[iem]bre.

Ha acordado el Exmo. Ayuntam[ien]to consultar a la Diputación Provincial para la aprobación anticipada del gasto que puede hacer”. [28]

Ante el posterior silencio administrativo, Catalá usando de nuevo de sus relaciones políticas, consiguió que a primeros de septiembre fuera la propia Diputación Provincial la encargada de forzar al Ayuntamiento para que, inmediatamente, dotara de presupuesto a su escuela, con el que cubrir “los gastos de bancos, mesas, pizarras y demás...”, pues, al parecer, Catalá había amueblado “a toda prisa la Sala para la Academia Cívica”, reclamando se le reintegrara. [29]

No contento con sus logros, y tratando de ganarse aún más simpatías del Ayuntamiento, en aquel momento, Catalá no dudó en idear la manera de poder invadir, incluso, la humilde parcela asumida mucho antes por José Ricart, y en la cual llevaba casi un año luchando, incluyendo también en su proyecto de la Academia Cívica y Gratuita la enseñanza de los ciegos, educación especial que su primer plan de estudios de marzo de aquel año no incluía ni contemplaba, pero que incluyó Catalá en un oficio fechado el 27 de septiembre:

“Catalá ofrece, que enseñará en la Academia Cívica a los ciegos facilitándole el Ayuntamiento el aceite para el alumbrado [...] y coopere en lo que pueda al amueblaje.” [30]

Aquella “invasión” de Catalá, de la parcela educativa de Ricart, o sus evidentes prisas por abrir su Academia Cívica, incluyendo en ella aquella educación especial tan peculiar, parece indicar que Catalá tenía noticias muy directas de Ricart, respecto a sus intenciones de abrir una escuela para ciegos bajo el amparo del Ayuntamiento, dado que la petición de Ricart había sido presentada el anterior mes de mayo, y por lo mismo el Ayuntamiento había enviado una comisión a su escuela, que tras su visita reportó un informe totalmente favorable a Ricart, que se le remitió el 24 de julio:

“Haber visto con satisfacción el grande esmero de Vd. En la enseñanza de los infelices ciegos […] proporcionándoles las ventajas de que gozan el resto de los hombres […] (y que) cuando el mérito se acompaña, de la paciencia y de la aplicación, se hace doblemente apreciable y acreedor de ser protegido, por lo que, mientras la Diputación Provincial decide sobre la bien informad solicitud, le alienta a proseguir en el ímprobo esfuerzo cuya senda ha emprendido Vd. Con trabajo y que espera terminará con gloria”. [31]

De ahí que ahora se entiendan las prisas de Catalá, o la radical decisión de ampliar a última hora los estudios de su Academia Cívica, ya que al no habérsela concedido la ansiada plaza de capellán de la Milicia Nacional, Catalá se había visto obligado a tener que descartar el poder dar clase a dicha Milicia, teniendo que reducir de aquel modo su primer objetivo, al ámbito de “artesanos, empleados y oficinistas de la capital”, pero incluyendo entre ellos, el capítulo concreto de la enseñanza de los ciegos, ante la necesidad existente y el evidente carácter benéfico de aquella enseñanza, mal pensando Catalá en la posibilidad real que existía, de que el Ayuntamiento finalmente pudiera acordar dividir la asignación económica total, prevista para su Academia, repartiendo una parte importante de ella con la escuela de ciegos, proyectada por el relojero José Ricart.

Y debió ser por ello, que para lograr hacerse en exclusiva con la enseñanza de ciegos para su Academia, cerrando de paso aquella posibilidad de ver menguada su capacidad económica, que Catalá decidió llevar a cabo una agresiva política de hechos consumados, política que llevó a efecto sin escrúpulo de ningún tipo.

El pionero José Ricart

De hacer historia, intentando comprender el motivo principal que había impulsado a Catalá, llevándolo al extremo de intentar arrebatar a Ricart aquella enseñanza especial, de hecho totalmente novedosa en España, habrá que explicar que el año anterior de 1819, había surgido en nuestro país una iniciativa pionera, con la clara intención de emular a la escuela francesa de ciegos abierta en París desde 1785, que de forma sorprendente no partió ni del Estado ni de ninguna de las instituciones públicas o privadas, a diferencia del resto de Europa, sino de la mano de un particular.

En aquel caso concreto, de José Ricart, un humilde relojero de Barcelona natural de aquella ciudad y residente en la calle Boria número 3, que de forma totalmente altruista no dudó en abrir por las noches la puerta de su pequeño negocio de relojería, sito en la calle de Puerta Ferrisa número 7, para formar en él una escuela para ciegos, dando así el primer paso de un largo camino que en su caso, tal como se está viendo, no fue precisamente un camino cuajado de rosas, sino más bien al contrario.

En los finales de 1819, Ricart, con indiferencia de las explicaciones que han dado ciertos autores contemporáneos, [32] se puso a discurrir sobre la forma o manera de poder dar una educación eficaz, a las personas invidentes. Pero, posiblemente influido, es una hipótesis, al no existir documento alguno de Ricart, donde éste explique sus auténticos motivos, por las noticias que de tiempo en tiempo, y por distintos y variados caminos, se recibían en Barcelona respecto a la marcha de la escuela de ciegos de París y sus logros.

De hecho, la única constancia referida a cómo se le ocurrió aquella idea a Ricart está basada un único comentario, diríamos muy interesado, que apareció en un informe posterior al inicio de sus actividades docentes en 1819.

En su caso, elaborado por Manuel Casamada, [33] futuro director de la Academia Cívica y Gratuita, a la muerte de Catalá en 1822, y, además, director de las escuelas municipales de Ciegos y Sordomudos de Barcelona, a la postre jefe de Ricart y por decisión municipal, hecho discutible, pues, Casamada no poseía los conocimientos necesarios para asumir aquellas dos direcciones, ni en sordos ni ciegos, pero donde Casamada explicaba a la Corporación municipal barcelonesa que “hacia la época que planteó Ricart su Escuela, (éste) había leído algunos periódicos franceses que hablaban de esta invención, hecha ya en Francia.” [34]

Detalle que indicaría que Ricart era un ilustrado, puesto que sabía francés, y comentario que el Ayuntamiento de Barcelona rechazó de plano, afirmando de forma rotunda que el método de Ricart no tenía nada que ver con el francés.

En honor de Ricart, cabe remarcar que a efectos cronológicos, y por tanto históricos, todavía faltaban cinco años para que el ciego francés Luis Braille diera a conocer, pero dentro del ámbito interno de la escuela de París, su nuevo sistema, pues Braille acaba de ingresar como simple alumno en dicha escuela y en aquel mismo año de 1819. Sistema el de Braille basado en principio en el sistema anterior del militar francés Barbier, y sistema que no será reconocido oficialmente por la escuela de París hasta 1854, y cuando Braille llevaba ya dos años fallecido, o decidiéndose su uso, a nivel universal, tras el Congreso Internacional celebrado en París en 1878, decisión que tardó muchos años en ser realmente efectiva y más aún en España.

Por tanto, una cuestión que debería quedar muy clara, en el caso de Ricart, es que cuando Casamada criticaba el sistema de Ricart en 1822, acusándolo en cierto modo de haber plagiado el método francés, si es que lo hizo, probablemente se estaba refiriendo al sistema ideado en siglo anterior por el francés Valentín Haüy, al estar basado en las letras en relieve. Pero en el caso de Ricart, gravadas en una plancha de latón, elaborada por el habilidoso Ricart, pero nunca pudo hacerlo, por haber “fusilado” el sistema de “puntos” convencionales ideado primero por Barbier, justamente en 1821, y reformado más tarde exitosamente por Braille, sistema que tres décadas más tarde se “fusilará” en España.

Según todas las fuentes, Ricart inició primero privadamente y a título de prueba, la enseñanza de algunos ciegos en las horas libres que le quedaban después de su trabajo diario como relojero, “empleando para la lectura, la aritmética y la música unas planchas de latón en las que trazaba de modo perceptible al tacto caracteres de diferentes clases”. [35]

El resultado sorpresivamente positivo de aquella experiencia suya, [36] le decidió entonces a elaborar y presentar un Memorial, que dirigió a la Real Junta de Gobierno del Comercio de Cataluña, solicitando en él la correspondiente ayuda para poder continuar con su benéfica misión pedagógica, memorial que Ricart cursó el día 15 de diciembre de 1919.

En dicho memorial, Ricart, sin ningún empacho alguno, se auto titulaba a sí mismo “inventor y constructor de cuatro láminas finas de bulto, trabajadas en latón”, señalando su intención de:

“…enseñar a los ciegos el abecedario, el silabario, una tabla de aritmética y signos de solfa, entendiéndose acerca de este asunto y pidiendo que la Junta ponga bajo su protección este establecimiento de enseñanza para los ciegos, ofreciéndose el exponente con todos los inventos a la disposición de la Junta con la dotación que se le juzgue acreedor”.

El día 23 de aquel mismo mes de diciembre, la Junta de Comercio acordó nombrar una comisión que se debería encargar de estudiar el caso de aquel invento de Ricart, [37] la cual, ya en el nuevo año de 1820, concretamente el 18 de febrero, tras conocer y probar sus planchas dictaminó “ser original, ingenioso y muy recomendable el invento”.

Sin embargo, en su dictamen la comisión no mencionaba ni remotamente la posibilidad de poner en marcha el proyecto de escuela propuesto por Ricart, cerrándose el asunto con la recomendación de que se hiciera una “mención honorífica del referido invento de Ricart”, ya fuera mediante decreto de “recurso”, [38] por certificación separada o bien que, “si el interesado quiere acudir a S.M. para pedirle alguna gracia, deba apoyar la Junta su solicitud”.

Con semejante informe, la solución por parte de la Junta de Comercio fue sencilla. En la sesión del día 28 de febrero se acordó librar a Ricart una certificación. Eso sí, en los términos más honoríficos, donde, además, se le manifestó, por medio de un oficio, el aprecio y la estima en que lo tenía la Junta por su invento, abocado en directo a la enseñanza de los ciegos, pero haciendo constar que la Junta no podía hacerse cargo de dicha enseñanza de ciegos, al no entrar dentro de sus planes escolares, previstos para las escuelas que en aquel momento dependían de la propia Junta de Comercio:

“…y lo sensible que le es no poder tomar a su cargo o costear la planificación de un establecimiento para la enseñanza de los ciegos por razón de la naturaleza o clase de una escuela con este objeto, como por el destino que tiene los fondos de la Junta”.

También en dicho oficio, la Junta hacía mención a lo reducido y magro de los ingresos de Ricart, pero descargando su conciencia, la Junta estaba dispuesta a dispensar, en la parte que estuviera a su alcance, su “protección” para tan interesante objetivo docente, y aún a “apoyar la solicitud o pretensiones que si el intento estime elevar a la superioridad”, refiriéndose tanto al Ayuntamiento como a la Corona. [39]

En resumen. Lo único que Ricart recibió de la Junta de Comercio fueron buenas palabras y un flamante certificado reconociendo sus méritos y su invento. En el plano práctico: absolutamente nada. [40]

Ante aquel fracaso de su gestión ante la Junta de Comercio, Ricart en principio debió quedar sin saber que hacer o a quién dirigirse, y más aún cuando 10 días más tarde se produjeron en Barcelona una serie de incidentes que fueron el pórtico revolucionario que daría paso al régimen constitucional, y posiblemente a causa de aquellos mismos acontecimientos, Ricart debió desistir de presentar una memoria al rey, tal como le aconsejaba la Junta de Comercio, pero al ver el cariz liberal del nuevo régimen, si lo hará ante Ayuntamiento de la ciudad, proponiéndole la creación de una escuela de ciegos, petición que elevó el 18 de mayo de 1820. [41]

Adjunta a su instancia, Ricart acompañó el correspondiente certificado de aprobación de sus “inventos” por parte de la Junta de Comercio, y donde se afirmaba que las láminas de latón, con caracteres en relieve, servían para que los invidentes:

“… aprendan el abecedario, el silabario, una tabla de aritmética para la formación de cuentas y el solfeo, incluso les permita instruirse ahora en el catecismo político de la constitución. Con una pluma de sencilla invención pueden ellos escribir, según ha sido comprobado y está dispuesto su autor a someterlo de nuevo a un segundo examen para conocimiento y aprobación del Consistorio, junto con las competentes pruebas de los ciegos que han comenzado algunos ensayos”. [42]

Del párrafo anterior cabe remarcar el interés que puso Ricart por complacer a las nuevas autoridades políticas, las constitucionales, al afirmar que de lograrse alfabetizar a los ciegos se podría conseguir, incluso, instruirlos también en el “catecismo político de la constitución”.

De este modo, en medio de aquellas voluntariosas gestiones de Ricart, el 10 de marzo de 1820 se implantó en Barcelona, con gran alegría popular, el régimen constitucional que Fernando VII había tenido que aceptar tres días antes, aunque lo juró de hecho el 9, que dio como consecuencia los naturales cambios políticos en la administración de Barcelona, del Principado y también de todo el país, al iniciarse el que se después se denominará Trienio Liberal. Momento en el cual también se inició aquella extraña guerra de Catalá contra Ricart, a causa de la futura escuela municipal de ciegos

Hablando de la misma historia, Esther Burgos, por su parte y en su obra Historia de la enseñanza musical para ciegos en España, afirma, pero sin apoyo documental, que al primer lugar que acudió Ricart fue al Ayuntamiento de Barcelona, donde se le rechazó diciéndole “que era inútil y superfluo que los ciegos supiesen leer y escribir”, frase literal muy dudosa, [43] pues el Ayuntamiento jamás se expresó en semejantes términos, ni con los ciegos ni con los sordos, y que más tarde se dirigió a la Junta de Comercio, hecho real, pero no posterior como afirma Burgos, pues en primer lugar Ricart se dirigió justamente, tal como acabamos de ver, a la Junta de Comercio y posteriormente al Ayuntamiento. [44]

Hablando de la persona, según la opinión de Sáenz-Rico, [45] Ricart era un artesano hábil, paciente y preocupado, pero no de muchas letras, como advierte al estudiar, según él, la confusa redacción de su solicitud, en la que junto al catecismo político no incluía el catecismo religioso. Anomalía que le da en pensar a Sáenz-Rico en un cierto grado de exaltación liberal por parte de Ricart, pero tema muy discutible en cuanto a lo religioso, porque los ciegos se supone que no estaban incapacitados, para recibir de siempre y directamente la religión, de oído, y por parte de los curas locales, circunstancia que por tanto obviaba el tener que dar religión a los ciegos, al asistir de normal a las iglesias.

Opinión de Sáenz-Rico, en cuanto hace a la posible falta de luces o de conocimientos de Ricart, que desmiente varios hechos documentados. La prueba de ello está, en que la Junta de Comercio, y en su defecto su Comisión de Fomento, le reconoció en 1819 como inventor “de una máquina para la enseñanza de los ciegos” o “de una pluma para escribir los ciegos”, y en 1821, Ricart pasó a figurar en la “Guía de forasteros” de Barcelona, apareciendo en ella tanto él como sus compañeros de la escuela, con sus respectivas especialidades dentro de ella y sus domicilios respectivos. Prueba de la notoriedad de la escuela. [46]

En pleno Trienio Liberal, y cuando Barcelona estaba cercada en 1823 por los absolutistas “Cien mil hijos de San Luis”, Ricart, en aquel tiempo Socio Artista en la afamada y prestigiosa Academia Nacional de Artes y Ciencias de Barcelona, inventó una “Hidro-rueda”, o molino de agua, invento que la época de cerco podría servir para hacer llegar el agua a la población cercada, o inventando, también aquel mismo año, una “taona”, (tahona), molino de harina cuya rueda se movía con caballerías y que duplicaba la capacidad de las normales.

“Un ciudadano de esta ciudad ha inventado una Idro-rueda (sic) que, con un solo hombre, puede extraer con facilidad una grande proporción de agua de mar o de río, y a una elevación de 50 palmos, cuya máquina es de poco costo. Su diseño se halla construido por el socio artista de la Academia nacional de artes y ciencias naturales de esta capital, inventor y maestro director de la enseñanza de ciegos de la misma. Igualmente se hallará en casa de dicho artista, que vive en la calle Condal, un modelo de Taona (sic) que, por su construcción, no tendrá tanto coste y con un solo caballo molerá igual cantidad que las que en el día van con cuatro caballos”. [47]

Concluido el Trienio Liberal, en 1825, Ricart inventó una máquina de vapor. Por otra parte, habrá que reconocer que Ricart era un hombre muy avanzado para su época, al utilizar la prensa local, en este caso el “Diario de Barcelona”, para insertar en ella todo tipo de publicidad, tanto de su academia de ciegos, como para hacer publicidad de los artículos que de común fabricaba en su relojería, detalles que han pasado desapercibidos hasta hace cuatro días.

De esta forma, hoy sabemos que Ricart fabricaba “pantómetros”, una especie de compás de proporción cuyas piernas llevaban marcadas en sus caras diversas escalas, divididas en partes iguales o proporcionales, y que se empleaba en la resolución de algunos problemas matemáticos. Instrumento propio de la topografía, que servía para medir ángulos horizontales, compuesto de un cilindro de metal que se mantenía fijo y llevaba una graduación en su borde superior, y otro cilindro igual, provisto de miras, para dirigir visuales, situado sobre el primero y que podía girar a uno y otro lado.

Ricart, también fabricaba “grafómetros”, otro instrumento utilizado igualmente en topografía, que era un semicírculo graduado, con dos alidadas o anteojos, uno fijo y otro móvil, que servía para medir cualquier ángulo en las operaciones topográficas, o fabricaba “compases”, que en aquella época eran de dos modelos distintos, “universal de matemáticas y de graduación general del círculo”, con estuches incluidos, que permitían llevarlos en los bolsillos de la faltriquera, o semicírculos, más conocidos de común como “transportadores de ángulos”. Instrumentos todos, ahora casi desechados, pero que en aquella época eran de lo más avanzado en tecnología.

En resumen, Ricart, además, de relojero o de maestro de ciegos, era mucho más de lo que generalmente se afirma, a gran diferencia de Catalá, y de ahí se entiende el interés del último por arrebatarle a Ricart aquella educación especial, ya que si el Trienio Liberal se hubiera prolongado más en el tiempo, resulta lógico pensar que aquel modelo de escuela se podría haber llevado a Madrid, con la consiguiente fama para Catalá dentro de la Corte.

El plagio de Catalá

Siguiendo con aquella egoísta política personal, Catalá continuó forzando la mano al Ayuntamiento barcelonés, presentando en octubre de 1820 el borrador de un anuncio público, en el cual se daba la noticia de la próxima apertura de su Academia Cívica y Gratuita para “ciegos, artesanos, empleados y oficinistas.”

Finalmente, el Ayuntamiento, decidido a reasumir su papel y al parecer dispuesto a frenar temporalmente aquel asunto, conminó a Catalá “que se sirva suspender la apertura”, aduciendo a su favor que todavía no estaba aprobada dicha apertura por el Consistorio, al estar pendiente, en principio, la aprobación del perceptivo y obligatorio plan de estudios. [48]

Por otra parte, la decepción y la amargura de Ricart ante el abandono al que estaba siendo sometido injustamente, debieron ser muy fuertes. Prueba de ello es que en un justo, pero infantil arranque por su parte, presentó en aquellas fechas la dimisión del cargo de Adjunto de Alcalde del Barrio 5º, renuncia voluntaria que el Ayuntamiento no le aceptó.

Pero Ricart, ante la inminencia de la apertura del curso escolar, y deseoso de continuar con lo ya realizado en su escuela, hasta entonces particular y gratuita, o tratando de alguna manera de competir con Catalá, del cual debió conocer la intención de enseñar a los ciegos en su Academia Cívica, se dispuso a dar publicidad a su escuela particular, haciendo publicar a su costa un anuncio en el Diario de Barcelona del 19 de octubre.

Anuncio donde ofrecía su escuela, sita ésta en su casa ubicada en la calle Boira, nº 3, perteneciente al barrio de Santa María del Mar, que en aquel momento y tal como reconocía en el mismo anuncio, tenía un carácter “interino”, a la espera por tanto de la toma de decisiones definitivas por parte del Ayuntamiento:

“El ciudadano Josef (sic) Ricart, relojero (sic), inventor y maestro examinado, aprobado y premiado por la Junta nacional de Comercio, como asimismo aprobado por el Excmo. Ayuntamiento constitucional de esta ciudad para la enseñanza de leer, escribir, Aritmética y solfa a los miserables (sic) ciegos que hasta el presente se han vistos privados de lo que más desgraciados humanos podían saber, establece su escuela interinamente en su propia casa sita en la Boira, señalada con el núm. 3. Todo ciego que quiera imponerse en tales útiles e interesantes materias, hasta el presente no vistas ni enseñadas, podrá acudir a casa del referido Ricart desde las seis a las ocho del anochecer”. [49]

Días más tarde, en los finales ya de octubre, Ricart, muy posiblemente puesto al día de las marrulleras maniobras llevadas a cabo por Catalá, y en un intentó por contrarrestar dichas maniobras, volvió a presentar ante el Ayuntamiento un segundo Memorial, solicitando en él la apertura oficial de su escuela para ciegos.

Solicitud que, tras a ser informada por segunda vez a su favor por parte del Ayuntamiento barcelonés, [50] fue dirigida por dicha Corporación a la Diputación Provincial, al ser aquella institución la encargada final del estudio y de su aprobación. Pero, en los primeros días de noviembre, el que volvió de nuevo a la carga fue Catalá. Agobiado el Ayuntamiento por las requisitorias y peticiones de Catalá, la Corporación le respondió que: “abra la escuela cívica siempre que sea de su gusto, sin perjuicio de lo que resulte del plan que está examinando.” [51]

Catalá, haciendo caso omiso de aquella provisionalidad, pues seguía sin aprobarse su Plan de estudios, se limitó a contestarle al Ayuntamiento que la apertura de su Academia Cívica tendría lugar el día 16 de noviembre, invitando, eso sí, a la Corporación al acto y a su personal discurso inaugural. [52]

Sin embargo, el día anterior a la apertura de la Academia Cívica de Catalá estalló el escándalo. Ricart, ante tamaños atropellos, buscó el amparo de José de Castellar, en su caso Jefe Político, por otra parte y al parecer gran amigo de Catalá, acusando Ricart a este último, por mediación de un Memorial de agravios, de haberle plagiado las láminas que él había diseñado para la enseñanza del “Abecedario, Silabario y las notas o signos de Solfa (de) los ciegos, no menos que la aritmética”. En resumen: todo.

Motivo por el cual, de resolverse aquel pleito por plagio a su favor, Ricart esperaba verse “premiado con la privativa de la citada enseñanza”, manifestando que esperaba igualmente una resolución favorable al recurso que tenía pendiente en la secretaria de la Diputación Provincial, en respuesta a la petición que a su favor había presentado en los finales de octubre el propio Ayuntamiento.

Comentario que pone al descubierto el lógico y normal interés de Ricart, por reclamar para sí la exclusividad de aquella enseñanza, de la que era y resultaba ser pionero y, además, “maestro examinado y aprobado” por la Junta de Comercio, reconocimiento al cual se unía los dos informes favorables emitidos por el Ayuntamiento, y por tanto en la espera de la resolución definitiva que debería dar la Diputación.

José de Castellar, Jefe Político, es de suponer buen conocedor de todo aquel embrollo, pero en aquella ocasión constituyéndose en neutral ante el enfrentamiento mantenido entre Ricart y Catalá, resolvió pasar aquella complicada papeleta al Ayuntamiento, aduciendo que “siempre que sea el inventor [Ricart] se le proteja pues que el P. Catalá [...] trata de perjudicarlo y no es conciliable con los principios de la justicia el que se (le) prive de sus discípulos [...] estando casi corrientes y enseñados”. [53]

Comentario último, que por otra parte parece indicar que Castellar, tras conocer el contenido de aquel Memorial de agravios redactado por Ricart, sin excluir que ambos hablaran personalmente del asunto, había empezado a dudar de la integridad moral de Catalá.

De ahí el grave comentario de Castellar, al dar a entender al Ayuntamiento que él tenía noticias de que Catalá, incluso, había llegado a la tremenda desfachatez de reclamar como suyos a todos los alumnos instruidos hasta aquel momento por Ricart. Hecho que venía a demostrar la avidez de Catalá, pues, no se había conformado con plagiar el sistema de Ricard, sino que, además, también pretendía quedarse con su alumnado.

La respuesta del Ayuntamiento a aquel espinoso problema, no pudo ser más salomónica. El Consistorio estaba dispuesto a dar a Ricart una pensión anual, o una cantidad total en una sola vez, con la intención de compensarlo de los esfuerzos y sacrificios, incluidos los económicos, que había realizado hasta entonces a favor de la educación de los ciegos, detalle hasta aquel momento inédito, aunque igualmente, de forma muy farisaica, afirmaba “no constándole [...] que el recurrente sea inventor de este método.”

Grave acusación aquella contra Ricart, por parte del Consistorio, que nos devuelve al peso específico que debió ejercer Catalá sobre las autoridades constitucionales barcelonesas, y más aún al haber conseguido con malas artes la propia “bendición” a su proyecto del rey Fernando VII en el mes de agosto anterior. Cuestión que como es lógico debió pesar y mucho en contra de Ricart.

Pero a pesar de tan tajante afirmación por parte del Ayuntamiento, en la cual se ponía en duda que Ricart fue el inventor de su propio método, duda por otra parte falsa, al haber sido reconocido como tal y anteriormente por propia Junta de Comercio de Barcelona, el propio Ayuntamiento y en unas pocas líneas más abajo, tratando de curarse en salud, entró en contradicción consigo mismo, al reconocer que “atendido que el P. Catalá ha mejorado en alguna cosa el (método) establecido por aquel (Ricart)”.

Dando a entender de aquel modo que Catalá, tal como lo acusaba Ricart en su Memorial de agravios, en principio, le había “fusilado” sus cuatro aparatos pedagógicos y su método original, pero “mejorándolo en alguna cosa”, con lo cual, en cierta forma, el Ayuntamiento le estaba dando implícitamente la razón a Ricart.

Prueba, por otra parte y aunque no exista la pertinente documentación que lo pruebe, de que el propio Ayuntamiento barcelonés había estado siguiendo con mucha atención y muy de cerca, tanto el método desarrollado por Ricart y su trabajo diario, como mínimo desde el mes de mayo anterior, al haber pasado por su escuela una comisión municipal constituida para tal efecto, como el que Catalá tenía pensado implantar con los ciegos en su Academia Cívica, y cuando no hay noticias fehacientes de que esto último hubiera sido visto y evaluado por ninguna comisión concreta del Ayuntamiento. Circunstancia que hacer sospechar de nuevo en un cierto y flagrante favoritismo, dentro del propio Ayuntamiento y en el caso concreto de Catalá

En cuanto hace al tema de los alumnos preparados por Ricart, que al parecer teóricamente deberían pasar en masa a la Academia de Catalá, según afirmaba Castellar, viene a resultar que aquel asunto no figura en ninguna resolución anterior de la Corporación, hecho que da en sospechar, de forma plausible, que aquel tema se había estado tratando en privado, en su caso, entre Catalá y algunos personajes desconocidos, que es de suponer eran miembros del Ayuntamiento.

De ahí se entendería que el propio Ayuntamiento, constituyéndose en neutral en aquel asunto concreto, al igual que anteriormente había hecho Castellar, no se decantó en apariencia por ninguno de ellos, al invocar en su sentencia o resolución, el uso de la libertad de enseñanza. Dejando así las manos libres a los alumnos ciegos de Ricart de pasarse a la escuela de Catalá si alguno así lo decidía, o a la inversa. Decisión municipal ambigua que dejó abierta de par en par la puerta a la controversia, o al previsible choque entre ambos personajes, tal como acaeció.

Sin embargo, el Ayuntamiento abandonó la neutralidad, al sentenciar que Ricart no tendría la exclusiva de aquella educación, y por tanto apoyando a Catalá en su decisión de impartir clases a los ciegos en su Academia Cívica, sin respetar el hecho fundamental de que Ricart poseía el título de maestro de ciegos, reconocido y bendecido por la Junta de Comercio, a la inversa de Catalá, que no lo poseía, puesto que lo único que Catalá poseía era un permiso real para abrir su Academia Cívica, y el título de maestro para la enseñanza elemental, título que se le había expedido el 8 de julio de 1820:

“Y que además, sin entrar en sí ha suplantado a sus discípulos, tienen estos toda la libertad de escoger al Maestro que mejor les parezca, no lugar a privativa que pide el exponente.” [54]

Dos escuelas municipales de ciegos

Definitivamente la Academia Cívica y Gratuita de Catalá abrió sus puertas el 16 de noviembre de 1820, pero por motivos hoy desconocidos, no en los locales de la antigua Inquisición, como al parecer estaba previsto según la aprobación real y tras el asalto de Catalá, sitos en el clausurado convento de Santa Caterina, lugar donde anteriormente se hacían públicas las sentencias de la Suprema, sino en los locales de la Cofradía de Tejedores de Velos, cuyos “Doce Comisionados” habían dado su aprobación. [55] Cambio radical que pudo obedecer al hecho simple de que el Comisionado del Crédito Público había dispuesto la próxima venta pública del antiguo edificio de la Inquisición.

“La Academia Cívica fue solemnemente inaugurada en el local de la Cofradía de Tejedores de Velos el 16 de Noviembre de 1820, y en el discurso inaugural, pronunciado por su Director, se hace mención especial y detenida de la enseñanza de ciegos que iba a formar parte de la misma.” [56]

Otra posible explicación a aquel cambio de local, podría encontrarse en una estadística sobre la población existente de ciegos y sordos en Barcelona, que se realizó a instancias de la Corona en 1846, [57] donde se aprecia que casi todos los sordos o ciegos escolarizados en aquella época, y que además trabajaban, mayoritariamente estaban dedicados al oficio de tejedor o a trabajos manuales muy similares.

Circunstancia puntual, que parece apuntar que con anterioridad a aquella fecha de 1820, debería ser muy habitual la pertenencia, como agremiados, de personas tanto ciegas como sordas. Hecho que podría haber dado lugar al interés de dicho gremio, por colaborar con la escuela de Catalá, más aún en el caso concreto y particular de los ciegos, y con indiferencia de que el gremio se había disuelto oficialmente en 1813, pero prueba también del peso específico de Catalá en el endogámico mundo gremial.

La organización y funcionamiento de la Academia Cívica, en cuanto hace a la educación de los ciegos, la conocemos gracias a la información aparecida en dos diarios barceloneses de la época: El Diario de Barcelona y El Constitucional.

De esta manera, se decidió que los alumnos invidentes darían clase en ella de 9 a 11 de la mañana, estando previsto enseñarles “a leer, escribir, contar, solfa y demás artes y ciencias de que se hagan susceptibles sus sentidos y a proporción de los medios que estén a disposición de la referida Academia.” [58] Horario hasta cierto punto discutible, de pensar que muchos de los invidentes deberían trabajar de normal en los más diversos oficios, y justamente durante dicho horario matinal, motivo por el cual, no era nada racional aquel horario.

A la apertura de la Academia Cívica, Catalá se dedicó de forma exclusiva y personal a la enseñanza elemental de los ciegos, enseñando en la parte musical Joaquín Ayné, [59] músico y de segundo oficio sastre, acogiendo aquella nueva escuela a 9 alumnos, todos ellos varones.

Según la opinión de Víctor Gómez, expuesta en su trabajo Creación en Barcelona de una escuela de ciegos durante el Trienio Liberal (1820-1823), Catalá utilizó en aquella enseñanza suya, con algunas modificaciones, los métodos del ciego y matemático ingles Nicolás Saunderson (1682-1739). Hecho bastante improbable, puesto que lo único publicado por Saunderson en su época fue Elementos de Álgebra, y sus “máquinas”, publicadas con grabados incluidos por Denis Diderot (1713-1784), en su Carta sobre los ciegos para uso de los que pueden ver en 1749, están exclusivamente encaminadas a las matemáticas o a la geometría, o el del francés Sebástien Guillié, hecho falso, máxime cuando Guillié lo único que adelantó en aquella enseñanza fue volver a recordar la obra del también francés Valentín Haüy, de facto su antecesor en la dirección de la escuela de ciegos de París, publicando en 1817, Essai sur l’instruction des aveugles.

“El método utilizado por el P. Catalá al parecer, pudo ser con algunas modificaciones suyas, el método del inglés Saunderson y francés Guillié. Ambos métodos fueron divulgados por Diderot en su conocida “Lettre sur les avengles”. En resumen consistía en una plancha metálica rectangular de 40 o 50 cm. de ancho, colocada en un bastidor de madera o metal. La cara superior estaba dividida en un gran número de cuadrados con nueve agujeritos cada uno, en grupos de tres, en cada agujero se podía colocar un alfiler que, según su posición, indicaría una de las nueve primeras cifras.” [60]

De ahí que deba especificarse que la afirmación de Gómez, respecto al método de Catalá, no se ajusta a la realidad, cuando menos al compararlo con lo que después dirá al respecto del mismo Antonio Rispa, director de la Escuela de Sordomudos y Ciegos de Barcelona, en los finales de aquel siglo, sin hacer mención alguna, siendo él especialista, a aquellas supuestas dependencias foráneas apuntadas en su trabajo por Gómez. [61]

Por otra parte, habría que desmenuzar la rotunda afirmación de Gómez, donde afirma que “ambos métodos (los del inglés Saunderson y francés Guillié) fueron divulgados por Diderot en su conocida Lettre sur les avengles”, puesto que Diderot publicó su obra en 1749, o sus Additions à la lettre sur les aveugles en mayo de 1782, falleciendo en 1784. De ahí que Diderot mal pudo divulgar el método de Guillié, al morir mucho antes de que dicho método apareciera impreso.

De hecho, Sebástien Guillié, entró de director de la escuela de ciegos de París, [62] tras la dimisión de Valentín Haüy en 1802, personaje que en 1806 marcharía a San Petesburgo, limitándose Guillié a seguir el método de Haüy, que nada tenía que ver con el descrito por Gómez, o cuando la obra de Sébastien Gillié, Essai sur l’instruction des aveugles, publicada en 1817, era en realidad el método adoptado por Haüy.

En las mismas fechas en que Catalá abría su Academia Cívica, Ricart, pero en su relojería, continuaba dando clases gratuitas y por las noches a 9 ciegos más, en su caso 4 hombres y 5 mujeres, en lo que se puede calificar como coeducación, algo realmente insólito para la época, pero no tan insólito en la Escuela Municipal de Sordomudos de Barcelona.

Pero a gran diferencia de Catalá, la plantilla de profesores de la escuela de Ricart era mucho más amplia, ya que contaba con la colaboración voluntaria y desinteresada de tres profesores para la música, y él mismo, junto con un ayudante, para la enseñanza elemental. Buena muestra, dado el número tan elevado de sus colaboradores, de la simpatía que levantó su idea entre sus propios conciudadanos.

En este punto habría que resaltar el tópico establecido, primero, por Romañach en 1918, al que siguió muchos años más tarde Alfonso Medina, al afirmar ambos que en la citada fecha del 16 de noviembre de 1820, funcionaban en Barcelona dos escuelas para ciegos, una bajo la dirección de Ricart y la otra, en la Academia Cívica, y ambas subvencionadas por el Ayuntamiento barcelonés. [63]

Comentarios ambos muy alejados de la realidad, pues tal como se ha visto hasta ahora, la escuela creada por Catalá funcionó, es cierto, desde aquella fecha, pero gracias a los medios propios aportados por él, de los cuales, comentario propio de Catalá, pensaba le resarciría en algún momento el Ayuntamiento de Barcelona, y, además, cuestión a favor de Catalá, su escuela se inauguró, pero bajo el amparo del Gremio de Tejedores de Velos, que fue el que a última hora puso a su disposición el local necesario, eso sí, con el reconocimiento teórico y nominal del Ayuntamiento.

Mientras que por otro lado, la escuela de Ricart, igualmente sin protección alguna, al enseñar éste de forma particular y en su propia casa, se supone que pagando él los gastos inherentes, cuando menos los correspondientes a las luces y a los materiales, al dar sus clases por las noches y como mínimo durante un año, pero reconocido, en cierto modo, al igual que Catalá, por el Ayuntamiento, aunque mucho tiempo antes que aquel.

Comentarios de ambos autores, que debieron salir de la mala lectura de un acuerdo de la Corporación barcelonesa, fechado el 29 de noviembre, y donde siguiendo con aquella política salomónica, el Ayuntamiento decidió asignar, tanto a Ricart como a Catalá, la cantidad de 300 libras para cada uno, como única ayuda para que ambos pudieran continuar con su labor pedagógica, aunque dicha cantidad no se haría realmente efectiva, y en parte, hasta los principios del año siguiente. Hecho que debió molestar y mucho a Catalá, al esperar que aquella asignación fuera únicamente para él.

De aquel modo, las 300 libras de Ricart, tenían como condición principal el mantener como hasta entonces la gratuidad de aquella enseñanza, y pagables en función “de su esmero en procurar la instrucción y adelantamiento de los pobres ciegos”, es decir, en función de su eficacia. Mientras que en el caso de Catalá, deberían servir para compensarle por “los gastos corridos”, se supone haciendo referencia a la inversión realizada por Catalá en “bancos, mesas, pizarras y demás”, es decir, en el mobiliario de su Academia Cívica.

“Oída la Comisión que en consecuencia de lo acordado en veinte y dos del corriente ha informado sobre la cantidad que se calcule suficiente para plantear la educación de los ciegos que se ha propuesto D. José Ricart: Ha acordado el Exmo. Ayuntamiento proponer que se le consideren trescientas libras con la precisión de que cumpla en enseñarles gratuitamente; y que se le entreguen con pagos a discreción del Ayuntamiento que se las mandara entregar a proporción de su esmero en procurar la instrucción y adelantamiento de los pobres ciegos [...] En vista de la representación de hoy con que el P. Joaquín Catalá dando razón al Ayuntamiento del número de Ciudadanos que concurren a su Academia Cívica pide alguna cantidad para los gastos ocurridos y se le facilite al aceite para el alumbrado: Ha acordado el Exmo. Ayuntamiento oído el informe verbal que ha dado de los adelantamientos de la dicha Academia la Comisión de Instrucción Pública consultar a la Diputación Provincial proponiéndola que den de una vez al P. Catalá trescientas libras y que se autorice al Ayuntamiento a que según fuese el progreso y adelantamiento de la Academia la pueda dar una cantidad razonable para alumbrado, atendido que por ser muchos los trabajadores que asisten a ella es indispensable que la haya de noche, y que merece particularísima recomendación el que por este medio adquieren su instrucción unas personas que sin este auxilio nunca la tendrían.” [64]

El 22 de diciembre, el Ayuntamiento decidió entregar a ambos cien libras a cuenta de las trescientas, con la salvedad que se tenía previsto suministrar el aceite necesario para el alumbrado en el caso de Catalá, cuestión que se resolverá el 10 de enero siguiente:

“S.E. ha acordado que las doscientas libras se le entreguen, que en cuanto al Aceite se le subministre dos cartones y medio por semana interinamente hasta que con lo que en su razón exponga la Comisión de Instrucción Pública resuelva el ayuntamiento lo conveniente sobre ese punto.” [65]

En la misma resolución, el Ayuntamiento decidió aparcar una solicitud de Catalá donde éste demandaba se le diera el título de “Maestro Director” de la Academia Cívica, y después se verá el por qué.

El mismo día, el Ayuntamiento aparcó una oferta de otro nuevo y supuesto maestro de ciegos, que casualmente era profesor de música:

“Instrucción Publica
1ª Sección
Exmo. Sr.
La Comisión de Instrucción publica enterada de la Solicitud de Domingo Sánchez profesor de música en la que ofrece enseñar a los ciegos la flauta, clarinete y violín con aquella pretificación que permitan las facultades de V.E. conveniendo la necesidad de arreglar bajo de un sistema general y uniforme la publica enseñanza de esta gran capital, y de preparar desde ahora el fácil desempeño de tan útil y dilatado trabajo suspendiendo toda medida parcial y variable propone a la superior aprobación de V.E. la siguiente minuta de decreto.
// Sea atendido el exponente cuando se arregle el plan general de Instrucción Publica //.

Barcelona 10 de Enero de 1821
José Antonio Barraquer.

Impuesto en lo que con fecha de hoy informa la Comisión de Instrucción Pública sobre la solicitud de Domingo Sánchez ofreciendo enseñar a los ciegos, la flauta, clarinete y violín, con la gratificación que permitan las facultades del Ayuntamiento. Ha Acordado S.E. que se decrete // Sea atendido el Exponente cuando se arregle el plan general de Instrucción Pública.” [66]

Ocho días más tarde, volvió a ser de nuevo Catalá el que solicitaba un nuevo local para su Academia Cívica, pues al parecer el antiguo local de la Cofradía de Velos se le había quedado pequeño:

“Un oficio del P. Joaquín Catalá pidiendo un local capaz para admitir el crecido número de individuos que desean ser instruidos en su Academia ha dispuesto S. E. que pase a la Comisión de Instrucción Pública.” [67]

Entretanto Catalá no perdió el tiempo, y en un intento por promocionarse aún más, envió al Ayuntamiento el día 22 de enero de 1821 “dos instrumentos para la enseñanza de los ciegos,” cuestión que se encargará de detallar Antonio Rispa.

“Los aparatos propuestos y luego empleados por P. Catalá eran una pluma de compasación y una plancha delineable, compuesta de plomo, estaño y antimonio. Con la primera, y por medio del anillo que corre en la dimensión de su cuadrado, se miden las distancias y se gradúan las líneas según lo que se pretenda describir sobre la plancha, dejando en esta, por medio de dos puntas, el relieve deseado, el cual se borra con la extremidad superior de la misma pluma luego hecha la operación que se pretende: sobre la segunda puede hacerse sensible cualquiera letra o figura, elevándola de su superficie a proporción de lo que se introduzca en el metal la punta inferior de la primera.

A esta descripción que se conserva hecha por el mismo P. Catalá, solo puedo añadir, por noticias adquiridas, que practicaba a los ciegos en la forma de los caracteres, haciéndoselos palpar de bulto y escribir en unos cajones llenos de arena. Este sistema tenía la ventaja de proporcionar al ciego una escritura en relieve cuyos caracteres no debía trazar al revés, como sucede en todos. Su autor ponderaba la sorprendente facilidad y rapidez con que sus discípulos usaban aquellos instrumentos. De todas maneras, insuficiente como era, fue una de las primeras tentativas para enseñar a los ciegos una escritura en relieve, única propia para su uso particular.” [68]

Habría que avisar que aquellos dos “inventos” de Catalá, que por desgracia hoy están desaparecidos, muy probablemente Catalá los había ideado, dada su aparente similitud, partiendo del invento anterior del francés Valentín Haüy, llamado “pauta para escribir”.

Cuestión que se hace factible, al haberse publicado antes la obra del director de la escuela de ciegos de París Sébastien Guillié, Essai sur instruction des aveugles, editada en aquella capital en 1817, y por tanto dos años antes. Un hecho, que aunque indemostrable, al no conservarse los inventos de Catalá, que debería ser tenido muy en cuenta conociendo como se conocen los antecedentes de Catalá respecto a su apropiación indebida de los “aparatos” ideados por Ricart.

Tópicos

Antes de seguir adelante, merece la pena entrar al detalle en el capítulo de los tópicos generales que corren en la actualidad, respecto a los inicios de la educación de los ciegos en España en el siglo XIX. De este modo, Esther Burgos Bordonau, recoge una serie de inexactitudes en su Historia de la enseñanza musical para ciegos en España, que requieren ser aclaradas, al haber fiado la autora en demasía de la monumental obra de Jesús Montoro Martínez, Los ciegos en la historia. [69]

“También sabemos, que se enseñaba música (a los ciegos), entre otras disciplinas, gracias al entusiasmo de personajes como José Ricart, Fray Joaquín Catalá, Antonio Marés, Joaquín Ayné y Jaime Isern entre otros. No sólo destacaron por su filantropía sino también por sus dotes pedagógicas llegando incluso a inventar aparatos y útiles para la enseñanza”. [70]

De ir por partes, admitiendo sin dudar, el entusiasmo de aquellos cinco personajes citados por Burgos, Jaime Isern, el ciego de Mataró, que se sepa, nunca fue maestro de sus iguales, al menos no consta documentalmente como tal, salvo en 1828, ya que, de haber fructificado las gestiones que Ricart estaba realizando en Madrid, encaminadas a abrir una escuela de ciegos en aquella capital, que no llegaron a buen puerto, estaba previsto que Isern acompañara a Ricart, pero como ayudante.

Y si hablamos de los cuatro inventos que hoy en día se acostumbra a asignar a Isern como propios, resulta que sólo dos son suyos y, además, discutibles, de tener en cuenta los medios económicos con los que contaba su familia, y en particular con la ayuda de su mentor en todo, el médico Francisco Campderá y Camin. [71]

Dos “inventos” que en el plano docente o pedagógico, fueron los menos prácticos para la enseñanza elemental de los ciegos, al ser uno de ellos, por ejemplo, una maquina para jugar los ciegos a la Lotería (sic), y el otro una “maquina” mediante la cual los ciegos podían componer música, pero en el buen supuesto de que dichos ciegos fueran expertos en el tema musical, pues, una cosa es saber tocar un instrumento y otra muy distinta es saber componer música. [72]

Experiencia o habilidad musical, que ni siquiera en el caso particularismo de Isern se dio nunca, puesto que de él, y a pesar de los varios panegíricos laudatorios que se le dedicaron en su momento, [73] no se conserva partitura musical alguna escrita o compuesta con aquel sistema suyo, ni de ningún otro tipo. Motivo por el cual se debería excluir a Isern, racionalmente, de la lista de aquellos primeros pioneros.

Como tampoco fue inventor Antonio Marés, pues, no consta en lugar alguno como tal. Mientras que en el caso de Joaquín Ayné, consta, según Rispa, que ideó un aparato, mediante el cual los ciegos podían “leer” la música escrita en “relieve”, que se tocaba o palpaba con un la ayuda de los dedos del pie, aparato del que por desgracia hoy se han perdido todas las pistas.

En cuanto a maestros de música en aquel grupo de cinco, citado por Burgos, en el sentido más estricto, el único que consta que lo era, fue Joaquín Ayné, primero en la Academia Cívica y con Joaquín Catalá y más tarde en la escuela de Ricart, y siempre como violinista. De hecho, tanto Catalá, como Ricart o Marés siempre se dedicaron a la enseñanza elemental de los ciegos, es decir, a la enseñanza de la lectura, la escritura y las matemáticas elementales, que no era precisamente poco para la época.

De hablar de los inventores, el primero fue sin duda alguna Ricart, al presentar sus “inventos” a la Junta de Comercio en 1819, hecho reconocido por la propia Junta, aunque fusilado más tarde en sus cuatro “aparatos” por Joaquín Catalá, de ahí la denuncia de Ricart que acabamos de ver, reconociendo por delante, que más tarde Catalá aportó a aquella enseñanza, según Rispa, “la pluma de compasación y una plancha delineable”, artilugios que debieron desaparecer con él, puesto que Ricart se supone poseía los propios, y por lo mismo no es de creer que después utilizara los de Catalá, al menos no hay constancia de ello.

Dentro todavía en el capítulo de matizaciones, habría también que advertir la ligereza de otra autora, Montserrat Gurrera, [74] al afirmar que en la escuela de Barcelona y durante aquellos años se estaba aplicando el sistema o “método de escritura” inventado por el francés Valentín Haüy, basado en letras móviles y en relieve.

Un hecho que en el caso de Barcelona no está documentado, y por tanto discutible, o muy difícil de demostrar, cuando no tenemos los detalles precisos para saber cómo era exactamente el sistema utilizado por Ricart, con lo que malamente se puede comparar el sistema del francés Haüy con el de Ricart.

A la par que Gurrera confunde, mezclándolos, dos sistemas distintos o dos fases distintas de la educación del ciego, pues una cosa debió ser el enseñarles a reconocer y leer mediante el tacto las letras del alfabeto o los números, fuera el soporte como fuese, y otra cosa muy distinta era, que conocidas dichas letras por el alumno ciego, enseñarle después a escribir.

La misma autora, afirma a la vez que dicho sistema no podría diferir mucho del inventado en 1819 por el médico Campderá, maestro en su caso de Jaime Isern, el ciego de Mataró. Sistema que ideó Campderá para uso exclusivo de Isern, pero desconociendo Campderá como era en realidad el sistema que se estaba utilizando en la escuela de París, y cuando éste era muy diferente, según la propia confesión posterior del mismo Campderá. Hecho cierto, que se puede verificar al conocerse con todo detalle su sistema, publicado en 1837.

“Durante aquellos años se hace servir (en la escuela de Barcelona) el método de escritura inventado por el francés Valentín Haüy, a base de letras móviles de relieve (que no puede diferir demasiado del que Campderá utiliza para enseñar a Isern)”.

En resumen, sin desmerecer, ni mucho menos, a ninguno de aquellos tres inventores, Haüy, Ricart o Campderá, hacía siglos que diferentes autores, tanto españoles como extranjeros, ya habían propuesto el uso de las letras de “bulto” o de “relieve” para la enseñanza de los ciegos.

Por ello, habrá que admitir que aquel “invento” era ya de hecho muy antiguo, y que las únicas diferencias que existían entre aquellos tres “inventos” con los anteriores, uno del siglo XVIII, el de Haüy, y los otros dos del siglo XIX, los Ricart o Campderá, eran los elementos materiales utilizados en su construcción, ya fueran planchas de latón, letras de madera con o sin lengüeta para sujetarlas, o en la forma particular de cada maestro de hacérselas entender al alumno ciego, o en la idea particular de cada maestro respecto al objetivo que se había marcado respecto a aquella educación.

De ahí, que las semejanzas o las desemejanzas de los sistemas resulten casi superfluas, cuando lo único realmente a valorar deberían ser los resultados obtenidos con los alumnos, y si estos eran realmente eficaces. Hecho que tampoco se puede mensurar al desconocerse, por ejemplo, los resultados en Barcelona, mientras que a la inversa se conoce muy bien el fracaso general del sistema educativo ideado por Haüy, salvo como siempre las lógicas excepciones.

De este modo, en el caso concreto de Haüy y de Ricart, la semejanza está en que ambos consiguieron abrir una escuela gratuita y universal para todos los ciegos en general, rompiendo con ello los tópicos anteriores y con indiferencia de los métodos que utilizaran, o de sus resultados prácticos, mientras que el esfuerzo intelectual de Campderá sólo sirvió únicamente para el caso particular Jaime Isern, el ciego de Mataró, sistema o máquina ideada por Campderá y de la cual Isern hizo un uso exclusivo, y que se sepa, sólo se aprovechó de ella un hijo suyo también ciego, llamado Carlos Isern y Viñas (1843- 1862).

Continúa la guerra entre Catalá y Ricart

Aclarado lo anterior, y retomando la historia, la guerra entre Catalá y Ricart, de hecho, no había concluido, ya que ésta seguía desarrollándose en las altas instancias. Causa de ella fue que en los finales de diciembre de 1820, la Diputación Provincial, en un escrito dirigido al Ayuntamiento, aconsejaba a la Corporación el reunir ambas escuelas de ciegos en una sola, con la excusa, en parte cierta, de dar más efectividad a aquella enseñanza tan singular.

Directiva u orden superior, ante la cual la Corporación barcelonesa no tuvo más remedio que intentar buscar una solución de compromiso entre ambos maestros. Para estudiar el problema planteado, se creó, cómo no, otra nueva comisión, que tras analizarlo, dio su dictamen a mediados de febrero de 1821, y cuyo preámbulo, en principio, no podía ser más halagüeño para Ricart:

“... la enseñanza para los infelices ciegos establecida por D. José Ricart. [...] que en este cuidado ha sido verdaderamente el primero, que se ha dedicado con particular filantropía [...] a la enseñanza gratuita [...] y la ha continuado, en cuanto lo han permitido sus escasísimos medios [...] este sujeto es de buena conducta, ingenioso, aplicado y tiene disposición de llevar adelante su proyecto, y aun mejorarlo, pero para darle extensión...”

Pero unos párrafos más abajo, la comisión recordaba también que:

“… por otra parte tiene prometida muy justamente igual protección al P. Catalá, que ha aumentado su Academia Cívica con la enseñanza de ciegos por el método del mismo Ricart mejorado, y como el Ayuntamiento no está en el caso de dividir su protección y los escasos medios, que tiene para hacerla efectiva [...] parece que podría adoptarse el medio conciliatorio de que Ricart entrase a formar parte de dicha Academia [...] bajo la dirección general que tiene sobre todas el P. Catalá.” [75]

En resumen. En aquel dictamen se reconocía el papel de pionero o de adelantado de Ricart en aquella enseñanza, pero reconociendo también de paso que Catalá había “aumentado” su Academia Cívica con la enseñanza de los ciegos, al haber copiado el método de Ricart, pero “mejorándolo”, que era tanto como afirmar que el de Ricart estaba “desfasado”, y por ello y por una cuestión, además, de simples costes económicos, se aconsejaba que lo mejor sería tratar de convencer a Ricart para que pasara a formar parte de la Academia Cívica, pasando de aquel modo también a estar bajo la dirección directa de Catalá. Sobre el papel dicha solución parecía muy fácil, pero el acuerdo en la práctica fue, lógicamente, imposible.

En vista de ello, el Ayuntamiento finalmente tomó la decisión de unir nominalmente ambas escuelas, aunque físicamente la escuela de ciegos propiamente dicha, en su caso dependiente ya de la Academia Cívica, se mantuvo en el local de Ricart, pasando a ella como ayudante en música Joaquín Ayné, el segundo de Catalá en la Academia. Dicha escuela de ciegos, según Antonio Rispa, contaba por aquel entonces con veinte alumnos, y de ella se despidieron a los tres maestros sobrantes, caso que no se dio con el ayudante de Ricart en la enseñanza elemental, el ya veterano Antonio Marés

“Después de esta unión (bajo la Dirección General de Catalá) llevada a cabo en Marzo de 1821, las cosas pasaron de un modo más regular: la escuela de ciegos, aunque formando parte de la Cívica, bajo la dirección de Catalá, continuó en la casa de Ricart por falta de lugar en la Cofradía de Tejedores de Velos: pronto contó 20 alumnos, y despedidos los maestros sobrantes, quedó Ricart con su ayudante Joaquín Ayné que la tenía a su cuidado en la Escuela de Catalá.” [76]

Una cuestión que soslaya Rispa en su obra, es que tras la unificación de ambas escuelas en marzo de 1821 y ambas bajo la dirección de Catalá, “Maestro Director” de la Academia Cívica desde el día 10 de enero anterior, continuaron los problemas, tal como recoge la documentación del propio Ayuntamiento barcelonés en abril, pero sin que se especifique en ella si las “desavenencias” que se habían producido, fueron causadas por una diferencia de criterios en el plano docente, o por motivos meramente personales:

“La Comisión de instrucción publica daba cuenta a S.E. en un dictamen que se ha leído de conciliación que había conseguido D. M. José Ricart y el P. Catalá sobre la enseñanza de los ciegos pues habiendo posteriormente ocurrido desavenencias entre aquellos dos profesores ha mandado el Exmo. Ayuntamiento que vuelva todo a la Comisión.” [77]

En otro orden de cosas, aquel mismo mes de marzo, Manuel Estrada, dominico y director en su caso de la Escuela Municipal de Sordomudos, a cuyo frente llevaba desde 1816, inició su expediente de secularización, aduciendo que: “… los achaques y dolencias habituales que padece, le privan de poder continuar en la observación de su instituto (el dominico), que de hacerlo peligraría su vida.”

Al mes siguiente Estrada adjuntó un certificado firmado por el médico Rafael Nadal, donde el médico en cuestión venía a afirmar que el mal padecido por Estrada era “la gota”, enfermedad muy propia en aquella época de gentes demasiado bien alimentadas:

“Certifico: que los efectos gotosos que habitualmente padece el R. P. Fray Manuel Estrada [...] con los demás achaques de aquel primitivo mal han constituido a dicho P. en una vida enfermiza que le priva de poder continuar en la observancia de su instituto, creyendo que de hacerlo podría en lo sucesivo comprometer, o hacer peligrosa su existencia física o la vida enfermiza de que goza.” [78]

Al final, el 12 de junio de 1821, la autoridad competente aprobó la secularización de Estrada.

La epidemia de la fiebre amarilla

A mediados de abril de 1821, Catalá, acogiéndose también al decreto del gobierno liberal, pidió al igual que Estrada su secularización, que inmediatamente le fue concedida.

Para poder acogerse a dicho decreto, Catalá puso como pretexto “el ser hijo único de una viuda de más de setenta años de edad cansada del trabajo...”. Eso sí, solicitando que, “ mientras viva, permanezca en el Siglo en hábito de Presbítero Secular.”, pero salvaguardando sus “beneficios económicos”, de algo tenía que vivir, a la par que invocaba, cómo no, su fidelidad personal a la Constitución y su labor en pro del: “restablecimiento del método Lancasteriano.”

“Fr. Joaquín Catalá, Lector en Teología en el orden de Trinitarios Calzados Conventual de esta ciudad natural de la misma y Director la Academia Cívica establecida por este Excmo. Ayuntamiento [...] se dignase concederle el Boleto de perpetua secularización y habilitación para obtener Beneficio Eco[nómico] [...] que mientras viva, permanezca en el Siglo en hábito de Presbítero Secular [...] La primera el ser hijo único de una viuda de más de setenta años de edad cansada del trabajo y que no teniendo otro medio de sustentarse que las pocas labores a que puede dedicarse necesita constituida ya su senectud, del auxilio del Expediente [...] y el óbito de Bartolomé Lorenzini ultimo marido de su viuda madre [...] y después del feliz restablecimiento de la Constitución [...] y que el dignísimo Sr. Jefe Superior Político de esta provincia le haya cometido la promisión de la Escuela gratuita [...] y el restablecimiento del método Lancasteriano...” [79]

Según explicaba Catalá entre la misma documentación, su padrastro, Bartolomé Lorenzini, era natural de Horta, en el Piamonte italiano, y había muerto el “día veintidós de abril de mil ochocientos diez y nueve”, siendo cristianamente enterrado en la iglesia barcelonesa de San Justo y Pastor.

Aprovechando el mismo expediente de secularización, Catalá invocaba la existencia de una contrata suya con el Ayuntamiento de Llavaneras, pueblecito muy próximo a Barcelona, de fecha 26 de febrero de 1821, según la cual, Catalá había creado en dicho pueblo una escuela lancasteriana para niños, de la que él era Director, ayudado por el cura párroco y el vicario local. Muestra una vez del afán de Catalá por acaparar el máximo número posible de cargos.

En medio de todo ello, y mientras Ricart continuaba dedicado discretamente a la enseñanza de los ciegos, Catalá por su parte continuó bombardeando inmisericorde al Ayuntamiento con más escritos y memorias, en los que pedía, por ejemplo, que se le aprobara su plan de estudios, puesto que continuaba sin aprobarse, o bien solicitando una plaza como “funcionario” en Hospital de Peregrinos de Santa María del Mar, e incluso el poder salir por las calles de Barcelona a “implorar la generosidad de los barceloneses para socorrer a los Napolitanos y Piamonteses emigrados”, en su caso políticos. [80]

Petición aquella que al escritor y canónigo, del cabildo catedralicio de Barcelona, Cayetano Barraquer, [81] no le sorprende, pues de entrada califica a Catalá de “bullidor”, adjetivo que se aplica a la persona que se mueve mucho o con viveza, y también al que tiene mucha actividad y se ocupa de muchas cosas.

De ahí que Barraquer dijera: “revolucionarios a los que quiere públicamente auxiliar el bullidor catalán”, afirmando después que “no queda, pues duda de que Catalá era constitucional”. Comentario de Barraquer que venía muy a cuento, ya que aquellos emigrantes italianos, afincados en Barcelona, eran los restos de los derrotados “carbonarios”, que en su país habían intentado implantar inútilmente una constitución muy similar a la nuestra de 1812. [82]

“En la sesión del Ayuntamiento del 30 de abril de 1821 se lee que “el P. Catalá propone, asociado con otros compañeros, salir por las calles y plazas de ciudad a implorar la generosidad de los barceloneses para socorrer a los Napolitanos y Piamonteses […] S.E. ha acordado que se le conteste dándole las gracias por su buen corazón y patriotismo, pero las circunstancias imperiosas impiden que el Ayuntamiento acceda a ello, mayormente habiendo ya dispuesto el Gobierno que se les socorra para probar que no desconoce los principios de la hospitalidad”.

En junio, Catalá le hacía saber al Ayuntamiento que se estaba “sacrificando” voluntariamente por el “bien público”, al haber decidido no cerrar su Academia durante los meses vacacionales de junio, julio y agosto, gesto que mereció las más expresivas gracias de la Corporación, “por sus continuos sacrificios y desvelos para el bien público”.

“El Reverendo Don Joaquín Catalá, director de la Academia Cívica de esta ciudad hace presente que a pesar de prevenir la ordenanza que en los meses de Junio, Julio, y Agosto, haya feriados. Sin embargo continuaran las lecciones en todo dicho tiempo a fin que el crecido número de ciudadanos de edad avanzada, que asisten a este establecimiento continúen sin interrupción en aprender cuanto se les enseña. S.E. ha acordado que se le den las gracias por sus continuos sacrificios y desvelos para el bien público.” [83]

A finales de junio, Catalá volvió a la carga, pidiendo al Ayuntamiento que se le designara para cuidar la casa de San Sebastián, se supone que como guardián, aneja a la iglesia del mismo nombre, situada ésta sobre el espacio que hoy ocupa la actual Plaza de Antonio López, ambas hoy desaparecidas, al ser derribadas en 1910, con motivo de la apertura de la actual Vía Layetana:

“La solicitud del Presbítero Don Joaquín Catalá suplicando se le confiera el encargo de cuidar de la Casa de los P.P. de San Sebastián: Ha acordado la Comisión, pase a la que entiende este negocio.” [84]

Una semana más tarde, Catalá comunicaba al Ayuntamiento que había abierto otra nueva escuela en el pueblo de Agramunt (Lérida), basada también en el sistema lancasteriano. Lo que se desconoce es como se las ingeniaba Catalá para poder dirigir a la vez tres escuelas: la Academia Cívica en Barcelona, la escuela de Llavaneras y la escuela de Agramunt. en Lérida, salvo que tuviera el don divino de la ubicuidad:

“Don Joaquín Catalá Presbítero Director de la Academia Cívica pone en noticia de S.E. haber abierto y reglamentado una casa de educación por el modelo de esta ciudad en la villa de Agramunt S.E. ha resuelto contestarle honoríficamente por el empeño que tomo en la propagación de las luces.” [85]

Entre aquella ingente avalancha de peticiones o de comunicaciones de Catalá, y en respuesta a una de ellas cursada en septiembre, y donde éste adjuntaba un ejemplar que había publicado encaminado a la “enseñanza mutua” de los soldados, obra hoy desaparecida, el Ayuntamiento, dándole las gracias por el folleto, le recordaba tajante: “que por las muchas atenciones sanitarias no podía por ahora ocuparse en otros asuntos que no sean de mayor precisión.” [86]

Dicha observación del Ayuntamiento barcelonés a Catalá, obedecía a que la capital estaba inmersa, desde el mes de julio anterior, en una de las peores epidemias que se habían padecido en siglos, en este caso, la de la fiebre amarilla, que en Barcelona costaría al final más de 5.000 víctimas. [87]

Como contrapunto a aquellas veleidades de Catalá, Ricart también solicitó ayuda al Ayuntamiento en septiembre. Pero por un motivo mucho más terrenal como era el padecer literalmente hambre:

“El Señor Jefe recomendaba la solicitud de D. José Ricart, Director e inventor de la instrucción de ciegos, y D. Antonio Marés, ayudante de la escuela en que piden algún socorro, y S.E. acordó contestar que las circunstancias no permitían atenderles.” [88]

La respuesta dada por el Ayuntamiento a Ricart dos días más tarde, no puede ser más dramática:

“Los profesores Ricart y Marés de la escuela de Ciegos pedían se les auxiliase S.E. dispuso se les decretase que el Ayuntamiento no tenía facultades para ello y que lo único con que podía favorecerles era recomendarles al Comisario de barrio para que les diese ración de la sopa que se administraba.” [89]

Aquellas peticiones de amparo de Ricart y de su compañero de escuela, inmersos en la miseria más absoluta, se alargarán inútilmente hasta los finales del año 1821. Mientras tanto Catalá, haciendo caso omiso del ruego anterior del Ayuntamiento, todavía volvió a dirigir a mediados de septiembre una última petición al Ayuntamiento, ofreciéndose voluntario para dar hacer de simple “escribiente” y sin sueldo en el Ayuntamiento, pero, a partir de aquella fecha, el silencio más absoluto:

“El Reverendo D. Joaquín Catalá se ofrece para asistir en clase de los últimos de los escribientes para una de las oficinas de Ayuntamiento sin otro premio que la satisfacción de haber prestado un bien a la humanidad. S.E. determina contestando que tendría presente sus ofrecimientos cuando los necesitase dándole las gracias por su generosidad.” [90]

Gracias a una posterior relación anónima, referida a la epidemia de aquel año, podemos saber que durante la misma: “Fallecieron algunos de los (sacerdotes) no agregados en Parroquias ni convento, como el benemérito R.D. Joaquín Catalá director de la Academia Cívica.” [91]

De esta forma, al igual que un cometa errante, Catalá rodeado de una estela fulgurante, desapareció sumergido en la nada más absoluta, al no considerar el anónimo cronista ni pertinente ni importante el consignar para la posteridad, cuando menos, la fecha y el lugar de su tránsito, que suponemos debió producirse en los finales de aquel año o como máximo en los principios de 1822.

El final de la escuela de ciegos de Barcelona

Con aquella repentina muerte de Catalá, con tan sólo 35 años de edad, no concluyeron precisamente los problemas de Ricart y de su Escuela Municipal de Ciegos, pues dichos problemas pasaron a peor, al nombrase en marzo de 1822, como director de la Academia Cívica, al antiguo monje de la orden de la Merced, secularizado en 1821, Manuel Casamada.

Nombramiento que significó, en el caso de Ricart, “el saltar de la sartén para caer en las brasas”, ya que, aquel nombramiento de Casamada venía avalado por la poderosa recomendación del Jefe Político, José de Castellar, el mismo personaje que en su momento había avalado con encomio a Catalá, y el mismo personaje que había mediado en el conflicto que ambos habían tenido.

En el mes anterior de febrero, los anónimos profesores de la Academia Cívica supervivientes de la epidemia, pidieron amparo al Ayuntamiento, al encontrarse, tras la muerte de Catalá, sin dirección alguna. Sobre las mismas fechas, Ricart y Estrada hacían también lo propio, en sendos memoriales remitidos a la Comisión de Instrucción Pública del Ayuntamiento de Barcelona, reconociendo dicho Ayuntamiento en su respuesta que ambos eran los “directores” respectivos de sus “academias”, aunque instituciones cerradas las tres, por motivos sanitarios, desde el mes de julio del año anterior, y por ello solicitaban la inmediata reapertura de las mismas.

De ahí que una resolución municipal se decidiera, en el caso de la Academia Cívica, que volviera a abrirse en el local que tenía antes de la epidemia. En su caso, en el antiguo local de la Cofradía de Velos y bajo la dirección de Casamada, edificio que fue nuevamente cedido por los Prohombres de la Cofradía el día 27 de febrero, a instancias del Ayuntamiento. Pero edificio que no se ocupó, pues Casamada, rechazándolo por ser pequeño, pasó a solicitar al Ayuntamiento el “Aula Capitular” del antiguo colegio de San Sebastián, ocupada en aquel momento, al ser la escuela de esgrima del “1º y 2º Batallón de la Milicias”.

En cuanto a lo que solicitaban los directores de las Academias de Ciegos y Sordomudos, la resolución fue que ambos deberían acudir, en primer lugar, al Comisionado Principal del Crédito Público, para que aquel organismo les buscara alguno de los conventos suprimidos por ley, con la intención de abrir en uno de ellos sus escuelas respectivas y a poder ser, lo antes posible. Pero en el caso que de aquella gestión no fructificara, se intentaría otra nueva gestión ante la Casa de Caridad de la ciudad, por si existía en ella un local idóneo que se pudiera dedicar a aquellas enseñanzas tan especializadas.

En el plano práctico, el nombramiento de Casamada en marzo, lo único que comportó fue que se agregarse a la Academia Cívica, sobre el papel, no tan sólo la Escuela Municipal de Ciegos, a cargo de Ricart, que nominalmente ya formaba parte de dicha Academia desde febrero de 1821 y bajo la dirección de Catalá, sino también la otra escuela especial, la Escuela Municipal de Sordomudos, dirigida por el antiguo dominico Manuel Estrada, hasta entonces establecimiento independiente, pues, de siempre había estado afincado en los propios locales del Ayuntamiento, sitos en la plaza de San Jaime.

Viaje aquel, que al final no sirvió para nada, ya que las tres instituciones serían clausuradas, manu militari, en 1823, con motivo de la caída del Trienio Liberal, tras invadir antes en abril España los “Cien Mil Hijos de San Luis”, al servicio del absolutista Fernando VII, que de aquel modo volvió a las andadas.

Conclusiones

En España y durante el siglo XIX, dado el atraso cultural del país, descolgado de los avances de la Revolución francesa, enciclopedia incluida, la tónica fue que cuando hubo la oportunidad de abrir nuevos campos en el terreno de la educación en general, durante las Cortes de Cádiz o durante el Trienio Liberal, siempre se fue a remolque de lo que se llevaba años practicando en Europa, y más aún en concreto, en todo lo referido a las enseñanzas particulares, como era el caso de las escuelas para las personas invidentes o para los sordos, y en todos los casos a causa de la mala política educativa encabezada por la monarquía de turno.

De ahí que de hecho no resulte sorprendente la actitud adoptada por Joaquín Catalá, en su pretensión por abrir su Academia Cívica y Gratuita, fiado en los nuevos aires que soplaron durante el Trienio Liberal, y más aún al tener como tenía poderosas amistades dentro de los círculos castrenses, convencido de que su Academia podría servirle para un doble fin, ya que, en el caso que se le nombrara capellán de la Milicia Nacional de Barcelona, aquel cargo le permitiría justificar, además, su papel como educador de los propios milicianos, que justamente por ello tendrían que pasar a la fuerza por su Academia. En resumen, de haberle resultado bien, toda una bicoca.

De hecho, la cuestión principal a resaltar en el caso de Catalá, es su desmedido afán por ser el protagonista principal de determinadas historias, que él mismo se fue buscando con esmero, y que hoy se conocen al detalle, de ahí que asombre la petulancia de Catalá, al intentar que se le adjudicaran todo tipo de cargos o de prebendas, con la pueril excusa de su “altruista” dedicación a la educación elemental. Haciendo bueno el viejo refrán de que “el que mucho abarca, poco aprieta”.

Es por ello también, que se hace comprensible hasta cierto punto, la enfermiza fijación de Catalá, encaminada a hacerse en exclusiva con la educación de los ciegos en Barcelona, parcela en la cual llevaba más de un año bregando con éxito el relojero José Ricart, con el reconocimiento de la poderosa Junta de Comercio o del propio Ayuntamiento, en lugar de dejar que Ricart pudiera continuar tranquilamente con su labor, en pro de dicha educación, de hecho, pionera en nuestro país.

Lucha en suma, que de nada le sirvió a Catalá, pues la obra de Ricart tendrá una larga continuidad en el tiempo, de la mano de sus ayudantes y hasta el siglo XX, mientras que la Academia Cívica y Gratuita desapareció con él. Sic gloria transit mundi, así pasa la gloria del mundo.

Obras de Joaquín Catalá Murall

Oración inaugural, que en la apertura de la Nueva Academia Cívica gratuita de Barcelona… dijo el día 16 de noviembre de 1820, Barcelona, 1820; Prólogo del método y plan de enseñanza e instrucción pública que el P. Lector en Sagrada Teología Fr. Joaquín Catalá del Orden de Trinitarios Calzados da a luz para sus beneméritos conciudadanos de la Academia Cívica de Barcelona, Barcelona, 1821; Manual práctico o compendio del método de enseñanza mutua, Barcelona, 1821; Manual práctico del método de enseñanza mística: traducción de los idiomas inglés y francés reglamentado para las escuelas de Cataluña y demás de España, Barcelona, 1821.

Bibliografía básica

Alfredo Sáenz Urbina, La educación general en Cataluña durante el Trienio Constitucional (1820-1823), Barcelona, 1973.
Esther Burgos Bordonau, Historia de la enseñanza musical para ciegos en España. 1830/1938, Madrid, 2004.
Antonio Gascón Ricao y José Gabriel Storch de Gracia y Asensio, Historia de la Educación de los sordos en España y su influencia en Europa y América, Madrid, 2004.


[1] Antonio Gascón Ricao y José Gabriel Storch de Gracia, José Ricart, primer maestro de ciegos en España, www.ucm.es/info/civil/bardecom/docs/signos.rtf, 2004; A. Gascón Ricao, A. (2004): La enseñanza de los ciegos en España, www.ucm.es/info/civil/herpan/docs/ciegos.pdf. A. Gascón Ricao y J. G. Storch de Gracia y Asensio, Historia de la educación de los sordos en España, y su influencia en Europa y América, Editorial universitaria Ramón Areces, Colección “Por más señas”, Madrid, 2004. “Lección 20: José Ricart, el primer maestro de ciegos en España”, pp. 355-376.
[2] De Catalá, existe otra obra sobre mística, titulada Manual práctico del método de enseñanza mística: traducción de los idiomas inglés y francés reglamentado para las escuelas de Cataluña y demás de España, Barcelona, 1821. También en la época liberal, Catalá intervino en numerosos sermones en su iglesia de los Padres Trinitarios Calzados, llamada también de la Redención de los Cautivos. Ejemplo de lo anterior, se puede comprobar en una noticia, inserta en el Diario de Barcelona de 1820, p. 272, donde se anunciaba para el día 17 de marzo, Viernes de Cuaresma, que el Padre Joaquín Catalá pronunciará el llamado “Sermón de las Siete Palabras”.
[3] Véase el caso del sacerdote liberal José María Moralejo. A. Gascón Ricao, y J. G. Storch de Gracia y Asensio, J. G. (2003): “La escuela de sordomudos de la Junta de Comercio de Barcelona (1838-1840)”, publicado en www.ucm.es/info/civil/herpan/docs/moralejo.pdf
[4] Artículo “El coronel José Costa, (a) L’Avi, de la M.N.V. (1820-1822)”, La Vanguardia, 1-6-1930, p. 7.
[5] Diario de Barcelona, 13-3-1820, pp. 609-613.
[6] Diputación de Barcelona, Actas, núm. 2, sesión del 21 de marzo de 1820.
[7] Consultas y Representaciones del Ayuntamiento Constitucional desde su instalación hasta el 24 de julio de 1820, copia del Plan para una Academia Cívica, que el Fr. Joaquín Catalá elevó al Jefe Político de este Principado, en 18 de abril de 1820.
[8] A. Sáenz-Rico, La educación general en Cataluña, Barcelona, 1973, p. 34.
[9] Consultas y Representaciones, Plan para una Academia Cívica, ff. 110-113.
[10] Consultas y Representaciones, hasta el 24 de julio, f. 109. Firmado por el marqués de la Torre, y como secretario José Ignacio Claramunt.
[11] Idem, id., f. 114.
[12] Joseph Lancaster. Pedagogo inglés, hijo de un pobre fabricante de tamices. Nacido en Londres en 1779 y fallecido en Nueva York en 1838. Siendo maestro de escuela del arrabal londinense de Southwark, adoptó el método de enseñanza mutua que Andrew Bell acababa de traer de la India, popularizándolo, pues enseñaba gratuitamente a casi un millar de niños pobres. Animado por el rey y por Carstairs y Fox, fundadores de la British and Foreing Society for Education (1808), en 1811, el sistema lancasteriano contaba en Inglaterra con 95 escuelas, en las cuales se daba enseñanza a más de 30.000 alumnos. Fracasó sin embargo, cuando quiso aplicar su sistema a la enseñanza superior en la escuela que creó en Tooting (1813). Arruinado y atacado por el clero anglicano y por el mismo Bell, a quien quiso privar del mérito de su invención, emigró a Estados Unidos, pasando antes por Venezuela, fundando escuelas en Nueva York, Boston o Filadelfia.
[13] Joaquín Catalá, Prólogo del método y plan de enseñanza e instrucción pública que el P. lector en sagrada teología Fr. Joaquín Catalá, …, da a luz para sus beneméritos conciudadanos de la Academia Cívica de Barcelona, Barcelona, 1821.
[14] Prueba de ello son los obras de los españoles Ramón Vila y Figueras y José Doménech y Circuns, Nuevo plan de enseñanza mutua, fundado en las bases de una esposición (sic) elocuente, que presentado a las Corte de 1820 por […] fue visto con agrado”, Barcelona, 1821. Libro que fue donado por su autores al Ayuntamiento de Barcelona, Acords, 3/5/1820, f. 627, Ayuntamiento de Barcelona (AB). Archivo histórico de Barcelona (AHB).
[15] El estudio más extenso respecto a las escuelas lancasterianas, abiertas en Barcelona durante aquel mismo periodo, es el de A. Sáenz-Rico, ob. cit.
[16] A. Sáenz-Rico, ob. cit., p. 258.
[17] Joan Florensa i Parés, L’ensenyament a Catalunya durant el Trienio Liberal (1820-1823). El mètode dels escolapis, Barcelona, 1996, pp. 254-255.
[18] J. Florensa, ob. cit., pp. 52-53.
[19] Por desconocimiento de la Historia, en el 2001, tras limpiarla, se entró en la discusión de que dicha imagen de la Virgen, era originalmente blanca. J. Florensa, ob. cit., pp. 54-55.
[20] Manuel Tomás Estrada Estrada, (Barcelona 1784 – 1843). Pedagogo, maestro de sordos, dominico, socio de Honor de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, secularizado en 1822. En 1816 se hizo cargo de la Escuela Municipal de Sordomudos de Barcelona. En 1822, a su escuela asistían, entre mujeres y hombres, 32 alumnos de todas las edades. Al año siguiente, con la caída del gobierno liberal y el retorno del absolutismo, la escuela de sordos de Barcelona se cerró de forma forzosa, al igual que ocurrió la Escuela Municipal de Ciegos a cargo de José Ricart, aunque, a pesar de ello, Estrada todavía continuó durante algún tiempo con su labor docente en pro de los sordos, pero en el ámbito privado, volviendo a ser director de dicha escuela al reabrirse aquella en 1842.
[21] Acords, 26/4/1820, f. 90, AB, AHC.
[22] Personaje sin identificar, pues no se cita su nombre, salvo el título de “Caballero Intendente”, teniendo en cuenta que en aquel momento el Capitán General de Cataluña era Pedro de Villacampa y Periel, sustituto del depuesto general Castaños, el héroe de Bailén, aunque posiblemente se trate de Fernando de Silva, Intendente Honorio, que se cita en la Guía de forasteros en Madrid para el año 1821.
[23]Reglas que deberán guardar los maestros de primeras letras dependientes del I. Ayuntamiento de la Ciudad de Gerona”, Girona, 1816. En J. Florensa i Parés, ob. cit., documento 8 del Apéndice I, pp. 343-344.
[24] Acords, 3/8/1820, f. 285, AB, AHC.
[25] Acords, 3/8/1820, f.286, AB, AHC.
[26] Consultas y Representaciones, julio-diciembre de 1820, f. 48 vto. Firman Juan Reynals, Regidor Decano Presidente y el Secretario Ignacio de Claramunt.
[27] Acords, 2/9/1820, f. 420, AB, AHC.
[28] Acords, 17/8/1820, f. 352, AB, AHB.
[29] Acords, 6/9/1820, f. 431, AB, AHC.
[30] Acords, 27/9/1820, f. 516, AB, AHC.
[31] Consultas y Representaciones, julio-diciembre de 1820, f. 2.
[32] Según la opinión de Esther Burgos Bordonau, extraída a su vez de la obra de Jesús Montoro Martínez, Los ciegos en la historia, Madrid, 1995, V volúmenes, aquella decisión de Ricart vino dada a causa de la inmigración francesa, motivaba tras los sucesos revolucionarios de 1789, afirmando, que gracias a ello, Ricart se había informado, por aquellos mismos emigrantes políticos, de la existencia de la escuela de ciegos de París o de Valentín Haüy, su primer maestro y director, pero olvidando que aquella misma emigración había acaecido 30 años atrás. Hecho que da en pensar en la inviabilidad del argumento. Esther Burgos Bordonau, Historia de la enseñanza musical para ciegos en España. 1830/1938, Madrid, 2004, pp. 33-34.
[33] Manuel Casamada y Comellá (Barcelona 1772 – 1841). Pedagogo, maestro de sordos, eclesiástico. Miembro de la Orden Mercedaria, examinador sinodal en Gerona, profesor del Colegio de San Pedro Nolasco de Barcelona en las cátedras de Literatura y Autoría, y miembro de la Academia de las Buenas Letras de Barcelona en 1815, secularizado en 1821. En 1835, con la desamortización y al ser expulsado de su convento, fue nombrando por la Iglesia canónigo de la Colegiata de Santa Ana en Barcelona. Obras de Casamada: Barcelona victoriosa por su fidelidad contra los enemigos extranjeros [sic] y por su lealtad contra los traidores domésticos, Barcelona, 1815; El imperio de las leyes sostenido y afianzado por las víctimas del 7 de julio de 1822 en Madrid, Barcelona, 1822; Curso elemental de poesía, Barcelona, 1828; Curso de gramática latina según el Método de las Gramáticas de las Lenguas Vivas, Barcelona, 1829; Curso elemental de elocuencia, Barcelona, 1836.
[34] Antonio Rispa, Memoria relativa a las enseñanzas de los Sordo-mudos y de los Ciegos. Barcelona, 1865, p.106.
[35] Carlos Nebreda y López, Memoria relativa a las Enseñanzas especiales de los Sordo-Mudos y de los Ciegos. Madrid, 1879, p. 95.
[36] Según E. Burgos, Ricart inició sus experiencia con “cuatro jóvenes ciegos, de de buena familia todos, cuyos padres eran clientes suyos”, detalle del cual no da la fuente correspondiente, y por lo mismo, motivo suficiente para dejar en suspenso dicha información. E. Burgos, ob. cit., p. 35.
[37] Esta Comisión estaba compuesta, según el acta de los Acuerdos de 1819, Vol. 32, sesión de 23 de diciembre, por los siguientes miembros: Srs. Castellet, Dou, Bacardí y Corominas.
[38] El término “recurso” no se debe confundir con el actual del procedimiento administrativo, aquí debe ser entendido como petición, pues esto era el “memorial” de Ricart.
[39]Acords”, 28/2/1820, Vol. 33.
[40] En la Casa de l’Ardiaca, Instituto Municipal de Historia de Barcelona, dentro de la colección de documentos Consultas y Representaciones…, julio-diciembre de 1820, f. 3, existe una copia de dicho certificado, firmado por el notario D. Manuel Lafont y Thomás el 17 de mayo de 1820 y extendido por el Secretario de la Junta de Comercio Pablo Félix Gassó.
[41] A. Rispa, en su Memoria relativa, p.103, afirma erróneamente que aquella memoria se presentó el día 1 de mayo, equivocación que ha llegado hasta nuestros días, fecha del día 18 de mayo que se puede comprobar documentalmente en la Actas de Acords del 29 de julio de 1820 y en Consultas y Representaciones, julio-diciembre, f. 2.
[42] Consultas y Representaciones, julio-diciembre de 1820, f. 2.
[43] En la historia de la educación de los ciegos, al igual que sucede en la de los sordos, dado que dichos espacios históricos, en general han sido tratados por gentes muy próximas a ambos problemas, viene a resultar que muchos vacíos se han estado rellenando con tópicos vulgares, que en muchas ocasiones pretenden justificar el abandono al cual evidentemente los tuvieron sometidos, pero mediante el uso del victimismo, como sucede en el caso actual.
[44] E. Burgos, ob. cit. p. 35.
[45] A. Sáenz-Rico Urbina, ob. cit.
[46]Guía de forasteros”de 1821, “Escuela de Ciegos, Calle Boira, número 3. Leer, escribir y contar, José Ricart y Antonio Marés. Domicilio particular de José Ricart: Calle de la Boira, número 3. Domicilio particular de Antonio Marés, Calle den Ripoll, número 3. Música Ayné. Domicilio particular de Joaquín Ayner, calle Puertaferrisa, número 15.”
[47] Diario de Barcelona, 21-8-1823, pp. 3.243-3.244; El Indicador Catalán, en la misma fecha.
[48] Acords, 16/10/1820, ff. 584-585, AB, AHC.
[49] Diario de Barcelona, 19-10-1820, pp. 3.352-3.353.
[50] Acords, 23/10/1820, f. 624, AB, AHC.
[51] Acords, 3/11/1820, ff. 669-670, AB, AHC.
[52] Acords, 9/11/1820, ff. 683-684, AB, AHC.
[53] Acords, 15/11/1820, ff. 714-715, AB, AHC.
[54] Acords, 15/11/1820, ff. 714-715, AB, AHC.
[55] La Cofradía de Tejedores de Velos estaba situada en la Calle Alta de San Pedro, número 1, esquina a la actual Vía Layetana. El gremio de Tejedores de Velos de Barcelona se creó en el siglo XVI, y al no poseer local social, sus reuniones y juntas tenían lugar en una de las salas del convento de Santa Caterina, pero en el siglo XVIII decidieron tener local propio, cuyo proyecto arquitectónico quedó a cargo del arquitecto Joan Garrido que concluyó la obra en 1763, mientras que de los elementos escultóricos se encargó Joan Enrich, siendo su patrona, que actualmente figura en su fachada, la Virgen de los Ángeles, y el edificio fue declarado monumento artístico en 1919. De hecho, y en aquellas fechas de la historia, la Cofradía a todos los efectos se había disuelto en 1813, pero en 1834 la casa pasó a ser la sede del Colegio del Arte Mayor de la Seda.
[56] A. Rispa, ob. cit. p. 104. Joaquín Catalá, Oración inaugural que en la abertura de la Nueva Academia Cívica gratuita de Barcelona, presidiendo S.E. el Ayuntamiento…, dijo en la Casa de la Cofradía de Tejedores de Velos el P. Lector de Teología, Fr. …, del Orden de Trinitarios Calzados y Maestro-Director de la referida Academia. El día 16 de noviembre de 1820.
[57] Boletín Oficial de la provincia de Barcelona, número 15, viernes, 19 de febrero de 1836.
[58] Diario de Barcelona, 12 de noviembre de 1820; El Constitucional, 19 de noviembre de 1820.
[59] Habrá que advertir, que según la fuente de la época, a Ayné también se le nombraba como Ayner, y muy probablemente a causa de algún error por parte del secretario o escribiente de turno.
[60] Víctor Gómez Gómez, Creación en Barcelona de una escuela de ciegos durante el Trienio Liberal (1820-1823). Manuscrito mecanografiado, compuesto por 43 páginas sin foliar, incluida bibliografía. Barcelona, enero de 1986. Archivo Municipal de Barcelona, Casa del Ardiaca.
[61] A. Rispa, ob. cit., p. 104.
[62] El médico oftalmólogo Sebastián Guillié continuará de director hasta el 24 de febrero de 1821, momento en que será substituido a François-René Pignier (1785-1874), que emprendió la reforma de la institución hasta el final de su mandato en 1840.
[63] Romañach, “L’Escola Municipal de Cecs de Barcelona”, Butlletí de L’Escola Municipal de Cecs, Año 1, nº 1, Barcelona, 1918, p. 7; Alfonso Medina, “Las dos primeras escuelas españolas de enseñanza de ciegos”, Perspectivas Pedagógicas, nº 13-15, 1964/65, pp. 195-197.
[64] Acords, 29/11/1820, ff. 770-71, AB, AHC.
[65] Acords, 10/1/1821, f. 47, AB, AHC.
[66] Acords, 10/1/1821, f.48, AB, AHC.
[67] Acords, 16/1/1821, f. 83, AB, AHC.
[68] A. Rispa, ob. cit., p. 104.
[69] J. Montoro Martínez, ob. cit.
[70] E. Burgos Bordonau, ob. cit.
[71] Francisco Campderá i Camin (Lloret de Mar 1793-1865), fue botánico y médico. Estudió en Montpellier, donde dirigió el Jardín de Plantas, publicando diversos trabajos sobre botánica. De regreso a Cataluña, fundó en Lloret, en el año 1844, la llamada “Torre Lunática” conocida después como “Torre Campderá” (manicomio). Es autor de un gran número de trabajos científicos.
[72] Jaime Isern Colomer, Descripciones de algunos instrumentos para enseñar a los ciegos las primeras letras y la escritura en notas de música por Jaime Isern, ciego de nacimiento. Antecede una noticia biográfica escrita por el Dr. Francisco Campderá y Camin, Barcelona, 1837.
[73] Francesc Costa i Oller, “D. Jaime Isern y Colomer. Nuestros hombres”, Mataró artístico, núm. 3, año 1, Mataró, febrero de 1880. Del mismo autor, “D. Jaime Isern y Colomer”, El mataronés, suplemento artístico literario de mataroneses ilustres, núm. 1, año 1, Mataró, abril de 1887; Terenci Thos i Codina. Biografias de D Jaume Isern y Colomer y D. Carlos Isern y Vinyas. Solemnitat leterari-musical de les Santes de 1889. Mataró, 1889, del mismo autor, “Necrológica de D. Carlos Isern y Vinyas”, Revista de Catalunya (Mataró, 15 de julio de 1862); Lluís Vladevall i Malgá, Els Isern íntims, publicaciones del Diari de Mataró (sin fecha); Remedios Selva y Torre, “Jaime Isern Colomer (el ciego de Mataró) y su hijo Carlos”. Revista Los Ciegos, año VII, agosto 1922, pp. 5-6.
[74] Monserrat Gurrera y Lluch, L’ensenyament de cecs i sordmuts al Mataró del segle SIX (1835-1868), XX Sessió d’Estudis Mataronins, 29 de noviembre de 2003. Comunicacions presentades, Mataró, 2004, p. 146.
[75] Acords, 16/2/1821, f. 238, AB, AHB.
[76] A. Rispa, ob. cit., p. 105.
[77] Acords, 16/4/1821, f. 547, AB, AHC.
[78] Secularizaciones, Caja núm. 6, Archivo Diocesano de Barcelona (ADB).
[79] Secularizaciones, Caja núm. 6, ADB.
[80] Acords, 30/4/1821, f. 620, AB, AHC.
[81] Cayetano Barraquer Roviralta, Los Religiosos en Cataluña durante la primera mitad del siglo XIX, Tomo I, Barcelona, 1915, pp. 825-826.
[82] Para más detalle ver el artículo: “Nuestra Constitución de 1812, en Piamonte. La revolución de Alessandría y Turín (marzo de 1821).- Su rápido final.- Emigrados italianos en Barcelona.-La marina española expulsada de Nápoles”, La Vanguardia, 30-9-1930, p. 7.
[83] Acords, 4/6/1821, f. 826, AB, AHC.
[84] Acords, 27/6/1821, f. 958, AB, AHC.
[85] Acords, 5/7/1821, f. 1107, AB, AHC.
[86] Acords, 8/9/1821, f. 1359, AB, AHC.
[87] Tifus hicteroides, vulgarmente conocido como el “vómito negro”.
[88] Acords, 20/9/1821, f. 1439, AB, AHC.
[89] Acords, 22/9/1821, f. 1456, AB, AHC.
[90] Acords, 12/9/1821, f. 1382, AB, AHC.
[91] Sucinta relación de las principales operaciones del Exmo. Ayuntamiento Constitucional en el año 1821, Apéndice. P. XXXII. Ver en Los Religiosos en Cataluña durante la primera mitad del siglo XIX, Tomo I, Cayetano Barraquer y Roviralta, Barcelona, 1915.

Cómo citar este artículo:
Gascón Ricao, A. (2009). «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España. Disponible en [fecha de acceso: ].