Constantino

 
La tetrarquía. Diocleciano hizo de Nicomedia, situada al noroeste del Asia Menor, su lugar de residencia, por lo que esta ciudad se convirtió en la práctica en la capital del Imperio durante su reinado. Italia ya no era la provincia dominante, ni Roma la ciudad principal; de hecho, Diocleciano ni siquiera juzgó necesario que su nombramiento fuese confirmado por el senado de Roma, que a esas alturas no era más que un club social. En ese momento, la función fundamental del emperador era la defensa del Imperio y tenía que estar cerca de sus fronteras exteriores. Nicomedia se hallaba a una razonable distancia de la frontera persa, al sudeste, y de las tribus godas, al noroeste. Con todo, Diocleciano comprendía que las tareas del emperador eran excesivas para un hombre solo, y decidió adoptar un asociado; se reservó la mitad oriental del Imperio y asignó a un viejo colega suyo, Maximiano, el mando de la mitad occidental. Pronto Diocleciano juzgó que ni siquiera dos gobernantes eran suficientes, y en el 293 dobló su número: él y Maximiano, ambos con el título de augusto, nombraron cada uno a un sucesor, con el título de césar. La idea era que, con el tiempo, los césares ascendieran y se convirtieran en augustos, cargo para el que estarían mucho mejor preparados, gracias a la experiencia adquirida en el segundo puesto. Diocleciano eligió como césar a Galerio; Maximiano, a Constancio Cloro, padre del futuro Constantino I el Grande. El Imperio quedaba así dividido en cuatro prefecturas, gobernadas por los dos augustos y los dos césares. Las prefecturas se dividían en diócesis (de una palabra latina que significaba "gobierno de la casa", y que sólo más adelante adquiriría el sentido religioso), que se subdividían a su vez en provincias. En la imagen, mapa de la organización del Imperio Romano bajo la tetrarquía.