Alfred Hitchcock

 
La soga. Tras Rebeca, Hitchcock rodó un par de filmes sobre la guerra de contenido claramente aliadófilo (Enviado especial, 1940, y Náufragos, 1943) y otros en su línea habitual. A Sospecha (1941) pertenece una de sus más famosas escenas de esta primera época, aquella en la que Cary Grant sube las escaleras que conducen a la habitación de su mujer, interpretada por Joan Fontaine, con un vaso de leche en una bandeja. En Sabotaje (1942) insistió en la historia de un individuo que ha de huir tras ser acusado de algo que no ha hecho. En Recuerda (1945) contó con el pintor surrealista español Salvador Dalí para la elaboración de los decorados de las escenas oníricas.

Pero quizá sea La soga (1948) su titulo más innovador en los cuarenta. En la misma primera escena del filme, dos brillantes universitarios, Brandon (John Dall) y Phillip (Farley Granger) estrangulan con una soga a un compañero de la facultad, David Kentley. Se trata de un crimen gratuito, sin otra motivación que exaltar la libertad moral de los seres intelectualmente superiores y su preeminencia sobre los débiles. Tales ideas han llegado a los jóvenes a través de su profesor Rupert Cadell (James Stewart), un prestigioso y escéptico intelectual. Los jóvenes esconden el cadáver en un arcón en el centro de la habitación, sobre el que luego deciden servir la cena a la que han invitado al profesor Cadell y a los padres, la novia y el mejor amigo de la víctima. Todo transcurre según lo previsto hasta que la supuesta tardanza de la víctima y el nerviosismo de uno de los asesinos empiezan a despertar las sospechas del profesor.

Adaptación de una obra de teatro escrita por Patrick Hamilton en 1929, la película está narrada en tiempo real (el tiempo de la proyección coincide exactamente con la duración de la acción ficticia) y rodada en un solo plano-secuencia de ochenta minutos. Como la longitud de los rollos era de diez minutos, hubo que disimular los cortes entre ellos (por ejemplo, pasando la cámara por detrás de la espalda de alguien). Innovadora en lo técnico, ideológicamente el filme es una diatriba contra el relativismo moral en general y contra las tergiversadas interpretaciones que el nazismo hizo de las ideas de Nietzsche sobre el superhombre en particular, algo esperable en el contexto de la inmediata posguerra. Tras descubrir el crimen y oír su justificación, el profesor Rupert, abrumado, acaba arrepintiéndose de haber jugado con el fuego de las ideas.