Mahoma

 
La expansión del Islam. Entre las numerosas disposiciones del Corán no había ninguna que regulara la sucesión, y a la muerte del Profeta se enfrentaron diversas tendencias. Los medineses habían colaborado con Mahoma, aparte de por motivos religiosos, porque lo necesitaban como árbitro en las diferencias que oponían unos clanes a otros, y porque creían que el triunfo de Mahoma sobre La Meca convertiría a Medina en la ciudad más importante de Arabia. El perdón otorgado a los habitantes de La Meca frustró sus esperanzas, y la única posibilidad que les quedaba residía en que uno de los suyos sucediera al Profeta. Frente a ellos, sus antiguos aliados, los "compañeros" de Mahoma, tenían mejores derechos por haber abrazado el Islam en los primeros tiempos. Por último, Alí (primo y yerno del Profeta y uno de los primeros en convertirse) podía igualmente ser designado en razón de su parentesco con Mahoma. Finalmente predominó el factor religioso, y fue elegido califa (jalifa rasul Allah, sucesor del enviado de Dios) Abu Bakr, al que Mahoma había escogido para dirigir la plegaria en común. Los beduinos, nómadas, habían apoyado a Mahoma contra La Meca, pero habían perdido interés desde el momento en que sus razias debían respetar a los musulmanes, y a la muerte del Profeta se negaron a aceptar al califa y abandonaron el Islam. La primera tarea de Abu Bakr consistió, pues, en someter a los disidentes y lanzarlos después a la conquista de zonas ocupadas por los no musulmanes. Durante su califato (632-634) y el de Omar (634-644), los árabes conquistaron Siria, Mesopotamia, Armenia, Irán, Egipto y Tripolitania. Con Utmán (644-656) y Alí (656-661), se cerró el ciclo de los llamados califas ortodoxos, compañeros de Mahoma y que habían conocido personalmente al Profeta. La expansión continuaría, rápida y hasta límites insospechados, bajo los califatos Omeya y Abasí, como puede apreciarse en el mapa.