Amiano Marcelino

(En latín Ammianus Marcellinus; Antioquía, c. 330 - Roma, c. 395-400) Historiador latino de origen griego. De su obra histórica Rerum gestarum libri XXXI, que comprendía desde el reinado del emperador Nerva (96) hasta la muerte del emperador Flavio Valente (378), se han perdido los trece primeros libros y sólo se conservan aquellos que relatan el período de 353 a 378.


Representación imaginaria de Amiano Marcelino

Amiano Marcelino es la postrera gran voz de la historia romana, y con Símaco y con Claudiano, la última y vigorosa afirmación de su fe y de su destino. Sirio de sangre pero romano de espíritu y de educación, vivió durante casi medio siglo en plena admiración de los ideales de Roma, primero como soldado, en el séquito del general Ursicino y del emperador Juliano el Apóstata en diversas campañas dentro y fuera de Italia; después como escritor vigoroso, animado y original en la forma y en el pensamiento.

Amiano templó las adquisiciones culturales de una tradición gloriosa con la experiencia de una vida agitada entre cortes y campamentos, entre príncipes y generales, entre la plebe y la aristocracia, que lo consagraron como una personalidad sincera, fuerte, segura y dotada de un sentido crítico desapasionado, realista y sencillo. Su legado es una crónica "sine ira et studio", consciente como era de que la dignidad del narrador no reside en la exaltación cortesana de supuestas virtudes ni en fáciles reticencias, sino en hablar leal y noblemente: "He escrito una obra que tiene por fin la verdad, a la que nunca, según creo, me he atrevido a traicionar con el silencio o con la mentira". Con estas palabras cierra el autor Rerum gestarum libri XXXI, una historia del Imperio romano cuyo título ha sido traducido a menudo como Historias.

Escrita en latín como una continuación de las Historias de Tácito, Rerum gestarum libri XXXI narraba, en treinta y un libros, los acontecimientos del Imperio romano desde la proclamación del emperador Nerva (en el año 96) hasta el fin del reinado de Flavio Valente (378). De estos treinta y un libros se han perdido los trece primeros (del I al XIII), que historiaban la mayor parte del periodo (96-352).

Los dieciocho libros conservados (del XIV al XXXI) comprenden un periodo de solamente veinticinco años: desde el 353 hasta el 378. El libro XIV comienza con el año 353, durante el reinado de Constancio II, y alcanza hasta la muerte del César Galo (354). Con el libro XV aparece el emperador Juliano el Apóstata, que representa la figura central de la narración hasta el libro XVI; se describe su guerra victoriosa contra los germanos, sus expediciones en las Galias y Germania, los acontecimientos en Oriente y su sublevación contra el emperador Constancio, cuya muerte constituye el tema principal del libro XXI.

Siguen las guerras de Juliano con los persas, su trágico fin, la paz deshonrosa concertada por su heredero Joviano, y la muerte de éste (364). Según el propósito primitivo, aquí debía terminar su relación. Pero, estimulado por sus amigos y por el favor del público ante el que el autor leía la obra, decidió continuarla con la narración de acontecimientos registrados en vida de los emperadores Valentiniano I, Flavio Valente, Graciano y Valentiniano II; de este modo, el libro XXXI termina con la muerte de Flavio Valente en la batalla de Adrianópolis, en el año 378.

La parte conservada de las Historias de Amiano Marcelino contiene precisamente los sucesos contemporáneos al autor y es, por lo tanto, historia vivida, como la de Tácito y la de Polibio; quizá por ello revela en mayor medida la personalidad del narrador severo y consciente, no turbado por nostálgicas evocaciones del pasado, sino sumergido totalmente en el presente. Amiano Marcelino se convierte en observador atento de un atormentado drama de hombres, de instituciones y de culturas: juzga, elogia y condena con absoluta imparcialidad a los grandes actores de la historia. Eleva un himno a Juliano el Apóstata, conservador de la antigua fe de Roma y deseado ideal suyo de "optimus princeps"; pero le reprocha su inmoderada complacencia ante el aplauso y la adulación, su excesiva condescendencia a los deseos de los amigos, su gula y su desenfreno de costumbres, y sobre todo su intransigencia injustificada e inclemente contra el cristianismo.

De Constancio, a quien odió siempre, censura sus muchos vicios, pero no oculta sus pocas virtudes; de Valentiniano resalta su inaudita crueldad, pero elogia su prudencia y su astucia diplomática; rinde culto y veneración a la majestad del Imperio, pero reconoce que la religión cristiana es "franca y pura", ya que "sólo lleva a los hombres a la justicia y a la mansedumbre", y admira la serenidad de la fe y el intrépido valor de los "mártires" cristianos. Se ha supuesto que Amiano se había convertido a la nueva religión, por la que sintió, en verdad, una viva y no siempre bien oculta simpatía; pero en el fondo continuó siendo un pagano, un politeísta convencido. Quizá por su dignidad senatorial, pasó el último período de su vida en Roma, en contacto con los ambientes tradicionales de Símaco y de Agorio Pretextato; y siempre estaría Roma en la cima de sus preocupaciones de hombre y de historiador, como ciudad a la que "la voluntad divina hizo señorear desde la cuna, con promesa de vida eterna".

Amiano Marcelino fue el único historiador de su época que se elevó muy por encima de los analistas, cronistas y biógrafos contemporáneos y que intentó escribir una historia universal, abarcando con una visión de conjunto los acontecimientos de Oriente y de Occidente. La variedad de sus intereses geográficos, científicos, filosóficos, religiosos y sociales, aun rompiendo la línea de las narraciones, logró, sin embargo, mudar la fisonomía histórica de la obra, convirtiéndola en una composición enciclopédica.

Aunque ya era tradicional en las historias de la antigüedad el extenderse en digresiones sobre el carácter de los diversos pueblos (sarracenos, galos, tracios, egipcios y persas), lo que ofrece de totalmente nuevo y peculiar la historia de Amiano es la investigación sobre los fenómenos cosmológicos (físicos, como la formación de meteoros y cometas, o biológicos, como la formación de las perlas). Ello respondía a las exigencias críticas y a la conciencia del historiador de no escribir nada que no estuviese demostrado o documentado. Su método para conferir unidad a su historia, que lo es de la cultura y de la civilización romana en Oriente y Occidente, se basa sobre todo en una construcción simétrica de las partes; esta armónica disposición hace discernible su consciente tendencia a reducir a unidad la pluralidad de temas tratados.

Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].