Elie Faure

(Sainte-Foy-la-Grande, 1873 - París, 1937) Historiador del arte francés. Su aproximación culturalista al hecho artístico está expuesta en sus dos obras más representativas: Historia del arte (1909-1921) y El espíritu de las formas (1927). Es autor, además, de Los constructores (1914) y de Otras tierras a la vista (1923).

Pertenecía por línea materna a la famosa familia de Reclus, y estudió medicina, profesión que ejerció paralelamente a sus trabajos literarios. Desde su juventud, sin embargo, frecuentó las salas del Louvre y se relacionó con artistas como Auguste Rodin y Claude Monet. Se comprometió a fondo con el caso Dreyfus, lo cual marcó un hito en su carrera literaria; a partir de entonces sus críticas de arte se publicaron en diversos periódicos, y junto con las conferencias que pronunció en la Universidad Popular formó la base de su Historia del Arte, cuyo primer volumen fue publicado en 1909.


Elie Faure (detalle de un dibujo de Picasso, 1922)

Al margen de sus opiniones políticas, Elie Faure estuvo influido por Nietzsche y Georges Sorel; y precisamente a ellos, junto a Lamarck, Dostoievski y Cézanne, elogia de forma evidente en Los constructores (1914), obra de gran densidad, rica en nuevas visiones acerca de Dostoievski en particular. Durante la Primera Guerra Mundial Faure sirvió en el frente como médico militar, y en 1917 publicó Sainte-Face, uno de los mejores libros de guerra de la época.

De sus obras posteriores sobresale El espíritu de las formas (1927), escrita como conclusión teorética a su Historia del arte, de la que constituye el quinto volumen. El espíritu de las formas es una especie de síntesis de las actividades artísticas de la humanidad; el autor nunca considera las obras desde un punto de vista académico, sino que toma de ellas materia o pretexto para reflexionar sobre la unidad profunda del universo, de los hombres y de su arte. Este concepto lo expresa mediante la ley de la "analogía universal": lo que hay en el hombre se parece a lo que hay en el mundo. Por lo tanto, para comprender es necesario remontarse siempre a la fuente, y la comprensión se identifica con el amor.

La segunda ley es la de la "alternancia universal", que vincula a los grandes movimientos artísticos las variaciones en la relación entre el individuo y la sociedad. En los períodos áureos de la arquitectura, el anonimato es regla y el hombre no se distingue de la masa. Después, a medida que el individuo emerge de los grupos sociales, la estatua sale de la piedra de los edificios para bajar a los jardines y a las plazas públicas. Y finalmente, la pintura, que ya no es anónima, consagra el triunfo de cada uno. En este punto comienza la decadencia, durante la cual los artistas gastan sus propios esfuerzos en objetos sin grandeza. Luego, se reanuda el ciclo: vuelve a adquirir importancia el grupo social, retorna el primado de la arquitectura.

Faure se ocupa de la obra de arte en relación con su artífice. La obra expresa el drama del creador, que duda entre el estado del "dios confuso" y el del "alma inteligente", es decir, entre la embriaguez mística y el frío razonamiento. Pero no hay posibilidad de elección; la verdad está en el vértice del movimiento en el cual las dos tendencias se suplantan perpetuamente. El artista acepta las pasiones, las ordena y, por medio de la obra que las expresa, ordena también las pasiones de la multitud. La obra es, pues, poderosa y capaz de "crear". Esta es la tercera ley de Faure. El arte y el hombre, nacidos de la pasión, no son concebibles sin la máxima libertad, y el creador no puede sujetarse a ninguna ley. El arte es el juego en que el hombre inventa y destruye sin descanso los propios símbolos para burlar a la muerte, así como el mundo es un juego divino. De la vida del artista no cabe esperar más que la vida misma, y su recompensa está en el ejercicio de la vida y de la obra, y, por fin, en la muerte.

El secreto del arte es, pues, el secreto del hombre y de su diversidad: "Cuando habéis comprendido los movimientos profundos de una tendencia opuesta a la vuestra... experimentáis por ella una extraña ternura que deriva de reconocer en ella vuestras mismas dudas, vuestros mismos conflictos". En este pensamiento está la formulación de un alto ideal de cultura humanista, que hace de El espíritu de las formas no sólo un ensayo de estética (en cuanto tal hipotético y discutible), sino una introducción al arte de vivir: si no les es dado a todos el ser escultor o poeta, al menos le es posible a cada uno hacer de su propia vida una obra cada vez más perfecta, es decir, "multiplicar el propio fervor de vivir".

Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].