Rafael Uribe Uribe
(Valparaíso, 1859 - Bogotá, 1914) Político y militar colombiano, impulsor de la guerra de los Mil Días y líder del partido liberal. Hijo de Tomás Uribe y María Luisa Uribe, era el tercero de diez hermanos.
La infancia de Rafael Uribe Uribe transcurrió en la hacienda El Palmar, que perteneció a su familia. Allí no sólo aprendió a querer el campo sino a leer y escribir. En 1857, cuando contaba con escasos ocho años de edad, don Tomás y doña María Luisa decidieron trasladarse a vivir a Medellín, con el fin de educar de la mejor forma posible a sus numerosos hijos.
En la capital antioqueña, Rafael ingresó en el Colegio del Estado (actual Universidad de Antioquia) en 1871, establecimiento de carácter militar y conservador en donde aprendió los principios generales de la logística y el arte castrenses. Su familia tuvo que emigrar de Antioquia por no profesar con las ideas conservadoras del gobierno de entonces y se radicó en Buga, en el Estado Soberano del Cauca.
En 1876, cuando sólo contaba 17 años, se alistó en los ejércitos liberales del Cauca, que comandaba Julián Trujillo y presidía César Conto, para combatir en la guerra civil de ese año, y muy especialmente contra los ejércitos invasores del conservatismo antioqueño, a quienes repelieron con éxito. En la batalla de Los Chancos obtuvo el grado de capitán y fue herido en una rodilla, que le quedó ligeramente impedida para caminar. Su convalecencia transcurrió en la hacienda de su padre en Buga y aún sin reponerse totalmente de la herida volvió al campo de batalla.
Luego de los once meses que duró el conflicto de 1876, en el cual resultó triunfante el radicalismo, y repuesto de sus dolencias, Rafael Uribe se trasladó a Bogotá e inició sus estudios de Derecho y Ciencias Políticas en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, gracias a una beca del Estado de Antioquia. "El Paisa" Uribe, como lo apodaban sus compañeros, terminó sus estudios de jurisprudencia en 1882 con excelentes méritos académicos; por esa época ingresó en la Logia Masónica. En 1883 regresó a Medellín a cumplir los compromisos adquiridos cuando le fue otorgada la beca. Se posesionó como profesor de la Universidad de Antioquia en las áreas de Derecho Constitucional, Economía Política y Educación Física, mezcla académica poco frecuente pero que en Uribe Uribe fue común, pues desde muy joven se acostumbró a madrugar y hacer gimnasia.
Por esa época, 1884, fundó su primer periódico, El Trabajo, desde el cual animaba a laborar a sus compatriotas. Posteriormente fue nombrado procurador general del Estado y fiscal del juzgado de Estado, conocido luego como Juzgado Superior. Abandonó voluntariamente el ejercicio del poder judicial después de actuar, como fiscal, en el proceso por homicidio contra el acomodado comerciante Ezequiel Jaramillo, a quien se le sindicó de la muerte de un individuo de apellido Pimienta; Rafael Uribe consideró que Jaramillo era culpable, pero el jurado lo absolvió, ante lo cual el fiscal dimitió. Abrió entonces oficina de abogado y en ella le encontró la revolución de 1885. Su formación como doctor en Derecho y Ciencias Políticas le permitió ser un legalista disciplinado, conocedor como el que más del pensamiento jurídico, cualidades que le dieron su visión de estadista.
Durante la guerra de 1885 fue ascendido a coronel, jefe de la llamada Legión de Honor del ejército liberal de Antioquia, y organizó un poderoso movimiento en su Estado para detener las fuerzas de la Regeneración. En ese conflicto se distinguió en el combate de Ciparra, en el que derrotó a las poderosas tropas del general Benigno Gutiérrez, en la toma a Riosucio y por haber continuado la revolución a pesar de que otros jefes se habían entregado ya. Con todo, sus esfuerzos por detener la incontenible Regeneración fueron inútiles.
Durante esta campaña sufrió un conato de rebelión entre sus tropas y, como era amigo en extremo de la disciplina y del respeto, y nunca permitió que sus órdenes fuesen discutidas, no le tembló la mano para darle muerte con su carabina al principal promotor de la insubordinación; a consecuencia de ello sus enemigos políticos le llamaron a juicio y le tuvieron preso un año. Durante su permanencia en la cárcel escribió su primer libro, Diccionario abreviado de galicismos, provincialismos y correcciones del lenguaje (1887), y cumplió una ejemplar labor de alfabetización entre los presos. Luego de una brillante defensa del abogado Ricardo Restrepo, salió absuelto.
Rafael Uribe Uribe
Al terminar la contienda de 1885, Uribe Uribe se dedicó a las labores agrícolas. Fundó cerca de Fredonia, en Antioquia, un cafetal al que puso el nombre indígena de Gualanday. Con su diligente actividad logró transformar la inhóspita selva en ricos cafetales, convirtiéndose en uno de los pioneros de la industria cafetera del país. Allí permaneció hasta 1893, cuando regresó a Bogotá a la administración de campos ajenos: los del tesorero de la Dirección Nacional Liberal, Eustaquio de La Torre, ubicados en Viotá y que constituyeron la más grande empresa cafetera de Cundinamarca. En realidad, Rafael Uribe fue un convencido de que el futuro del país estaba en la agricultura; siempre se preocupó por la modernización y el progreso del agro colombiano y prácticamente fue el ideólogo de la reforma agraria en el país.
Participó en la efímera guerra de 1895. El conflicto se desató el 23 de enero, cuando fuerzas liberales se levantaron contra el gobierno del vicepresidente Miguel Antonio Caro, quien ante el alzamiento llamó al general Rafael Reyes y lo puso al frente de los ejércitos legitimistas. Este habilidoso comandante planeó una campaña relámpago que inició en La Tribuna, ante Facatativa, bajó al Magdalena, siguió hasta la Costa atlántica y entró por allí a Santander, donde estaba el foco de la revuelta, acabó con la guerra en Enciso y, con la rendición del ejército liberal, el 16 de marzo, en Capitanejo, le devolvió la paz al país.
Uribe hizo la campaña de Cundinamarca y el Tolima con el general Siervo Sarmiento, se negó a capitular como éste y se internó por las montañas del Opón hasta salir al Magdalena con la intención de expatriarse. Antes de lograrlo, cayó prisionero de las tropas nacionalistas y fue llevado a las bóvedas de Cartagena, donde permaneció por espacio de cinco meses, al cabo de los cuales salió libre gracias a los buenos oficios de su padre don Tomás Uribe.
En 1896 salió electo a la Cámara de Representantes, único representante liberal al Congreso por el fraude electoral tan común en aquel período de la Regeneración. Sus brillantísimas intervenciones fueron un reto al bloque homogéneo de sesenta conservadores. Desde entonces mostró que era más peligroso para el régimen con su palabra que con su sable militar; el cúmulo de sus discursos se publicó en un volumen que constituye su segunda obra, Discursos parlamentarios (1896).
En 1897 la Convención Nacional Liberal comisionó a Uribe Uribe para que, como representante de la colectividad, fuese a Centroamérica a buscar apoyos para otro intento de toma del poder. Aceptó con gusto, pues, de acuerdo con un criterio muy extendido entre todas las corrientes políticas de la época, consideraba que la guerra era la única forma de tomar el poder y de implantar las libertades públicas en el país; pero no obtuvo mayores resultados.
La guerra de los Mil Días
Varios factores contribuyeron a que Rafael Uribe fuera uno de los grandes promotores de la guerra de los Mil Días: el entonces vicepresidente, encargado de la Presidencia de la República, Miguel Antonio Caro, cometió una serie de arbitrariedades contra el liberalismo, como el destierro, en 1895, del ex presidente Santiago Pérez y la reclusión de Benjamín Herrera. Además, el régimen nacionalista marginó de toda participación en el poder a los liberales y aun a los conservadores históricos. En 1898 se eligió al sucesor de Caro. Tres duplas compitieron: Marceliano Vélez y Guillermo Quintero Calderón por el conservatismo, Miguel Samper y Foción Soto por el liberalismo, y Manuel Antonio Sanclemente y José Manuel Marroquín por el partido nacional.
Se impuso esta última, pero quizás fue la menos conveniente, pues para ese momento Sanclemente contaba con 85 años y su salud estaba demasiado quebrantada, al punto que el vicepresidente Marroquín asumió la primera magistratura durante los primeros tres meses del mandato y tomó algunas medidas que no fueron del agrado del presidente titular, quien una vez sentado en la silla presidencial las desconoció, con lo que consiguió el desacuerdo de los nacionales. El mal estado de salud de Sanclemente le obligó a trasladarse a Villeta, desde donde gobernaba el país, lo cual generó problemas a la administración pública en los días de la rebelión liberal.
Todos estos factores incidieron para que el liberalismo, en cabeza del patriarca del radicalismo, don Aquileo Parra, quien había sido llamado en 1897 para que asumiera la dirección de la colectividad, pensara en declararle la guerra al gobierno conservador de Miguel Antonio Caro. Sin embargo, el jefe liberal, un tanto reblandecido a sus 72 años, no asumió esa actitud, hecho que le valió la reacción inmediata de sus copartidarios, encabezados por Uribe, quien procedió a disolver la Dirección Nacional Liberal y a deponer de su cargo a Parra.
Rafael Uribe planeó la guerra con el fin de derrocar al gobierno nacionalista, que según sus cálculos no debía durar más de tres meses, tiempo apenas necesario para cumplir con el objetivo trazado y con el que se evitaba innecesarios derramamientos de sangre. Sin embargo, el movimiento revolucionario se anticipó, pues en las filas del liberalismo existía cierta desorientación, un alto grado de desorganización y escasa unidad de acción. Tal error significó que el país se enfrascó en su más largo conflicto civil: la guerra de los Mil Días (1899-1902), el más sangriento también, pues dejó más de cien mil muertos en combate.
El centro de operaciones militares de Uribe fue el departamento de Santander, principal escenario de la guerra; allí reclutó un ejército entero gracias a su poder de convicción. Los principales combates se cumplieron en La Tribuna, Piedecuesta, Bucaramanga, Peralonso, Terán, Gramalote, Palonegro, San Juan Nepomuceno, Cuchilla del Ramo, San Cristóbal, Gachalá, Magangué, Orejas, Juan Gordo, Corozal, Sincelejo, Tenerife y Ciénaga. En dos de estas batallas Rafael Uribe Uribe mostró ser un verdadero héroe.
En diciembre de 1899 tuvo lugar la batalla de Peralonso. Las tropas de Uribe Uribe se encontraban deprimidas, pues en el reciente combate de Bucaramanga habían sufrido una derrota por la imprudencia de dos de sus coroneles y la juventud de las tropas. En Peralonso, los ejércitos conservadores se hallaban parapetados en el puente de La Laja y se preveía una derrota de las fuerzas revolucionarias.
Sin embargo, Uribe dirigió la operación con el consentimiento de Benjamín Herrera, quien nunca fue amigo suyo, por ser recíproca la antipatía y muy distintas sus concepciones, aunque ambos combatieron en la revolución movidos por la fidelidad y el respeto al ideal liberal más que por un entendimiento mutuo. Fue Peralonso una de las pocas ocasiones en que los dos máximos líderes liberales en la guerra de los Mil Días se pusieron de acuerdo y pasaron por encima de los criterios de algunos que ya se sentían vencidos. Planeó Rafael Uribe atacar por sorpresa las tropas enemigas; unida a su ímpetu político, fue ésta la gran característica del personaje: su capacidad para las actuaciones heroicas desesperadas.
Efectivamente, tras dormir un rato, a las cuatro de la tarde entregó al general Leal su testamento para que se lo hiciera llegar a la familia y pidió a la tropa diez voluntarios para emprender el ataque. Acompañado del recién ascendido capitán Saúl Zuleta y de la reducida cuadrilla, inició una imparable carga hasta la cercana trinchera enemiga, que atacaron y tomaron obteniendo una resonada victoria.
Dos meses después en Terán, el aguerrido general volvió a emprender otra temeraria misión, esta vez acompañado por sesenta hombres, contra el Estado Mayor del ejército nacionalista acantonado en una casa y defendido por dos mil quinientos soldados, misión en la cual también salió vencedor, logrando imponer la rendición a los sorprendidos jefes enemigos. Tales lances le proporcionaron una bien ganada fama de héroe y de general victorioso, mas no sangriento, pues siempre respetó la propiedad y creencias ajenas y trató a los vencidos con reconocida humanidad.
Luego de las victorias de Peralonso y Terán, el general Uribe planeó, estratégica y tácticamente, avanzar incontenible sobre Bogotá. La dirección de la revolución se lo impidió, y se produjo la batalla de Palonegro, en la que se desatendieron sus sugerencias y las del general Herrera para el desarrollo del combate, y en la que las tropas liberales fueron derrotadas y humilladas.
Con unas muy maltrechas fuerzas se embarcó en el Oponcito y se dirigió al departamento de Bolívar, pero no pudo realizar sus planes de guerra por no haberse encontrado a tiempo con las fuerzas del general Durán. Se internó en Venezuela con el fin de buscar armas, que no consiguió; viajó entonces a Nueva York con el mismo propósito, pero los resultados fueron negativos. Consciente de que el desangre no conllevaba a nada y de que Panamá corría ya serio peligro, propuso la paz, pero su palabra no fue escuchada.
Regresó a Colombia, con el fin de retomar la guerra: entró por Venezuela, organizó un ejército de dos mil hombres, venció en San Cristóbal, siguió luego al Casanare con la intención de volver a hacer la ruta libertadora y caer sobre Bogotá, llegó a la provincia del Guavio y al no recibir el apoyo oportuno de Mac-Allister, su ejército fue derrotado. Retornó a los llanos y de allí partió para el departamento del Magdalena y continuó batallando hasta que se firmó la paz.
Al cabo de 1.128 días de guerra, el país se encontraba en una desolación total. El vicepresidente Marroquín había depuesto al presidente Sanclemente en un golpe de Estado llevado a cabo el 31 de julio de 1900. El conflicto había llegado a un punto muerto pues el gobierno era impotente para develar la revolución y los liberales eran incapaces de derrotar al gobierno conservador. Pero lo más grave era que el istmo de Panamá corría peligro, pues los Estados Unidos habían ubicado tropas en esa estratégica posición, violando así la integridad del territorio nacional con la anuencia del gobierno colombiano.
Ante tan delicada situación, los dos jefes liberales, generales Rafael Uribe Uribe y Benjamín Herrera, haciendo gala del más puro y honesto nacionalismo, y buscando conjurar la intromisión norteamericana en Panamá, decidieron claudicar: Uribe, el 24 de octubre de 1902, en la hacienda Neerlandia, firmó un tratado de paz con el general gobiernista Florentino Manjarrés. Por su parte, Herrera pactó la paz en el acorazado Wisconsin, el 21 de noviembre de 1902, en la bahía de Panamá. El Tratado de Neerlandia fue decoroso para los liberales pues les reconoció su categoría de beligerantes y se acordaron garantías plenas para los comprometidos con la revolución.
Jefe del partido liberal
La guerra de los Mil Días, el desgaste del conflicto y las consecuencias que generó cambiaron poco a poco las concepciones de Uribe Uribe, que de un exaltado belicista pasó a ser un estadista partidario de la paz. Consciente de que había perdido la guerra, decidió asumir la dirección del partido liberal para proporcionarle un nuevo rumbo. En 1909 se convirtió otra vez en el único representante del liberalismo en la cámara baja. Allí descolló por su ardorosa oratoria, pero también por su oportuno y alto nivel de análisis, erudición y precisión. Fustigó al régimen conservador y exigió la libertad de voto y expresión para el liberalismo, para lo cual recurrió, alguna que otra vez, a la amenaza de una nueva conflagración. En 1911 fue elegido senador de la República por los departamentos de Antioquia y Caldas.
Antes, en 1905, había sido nombrado diplomático. Viajó entonces como ministro de Colombia a Chile, Argentina y Brasil. A su paso por el Ecuador estudió sobre los territorios fronterizos y rindió un pormenorizado informe. En Lima medió en nombre de Colombia en el litigio de fronteras entre Perú y Ecuador. De Chile sacó grandes enseñanzas militares para Colombia. En Argentina clarificó la posición del país sobre el atropello de Panamá. En el Brasil, en Río de Janeiro, dictó una importante conferencia en la Sociedad Geográfica, que tituló "Colombia", y el año siguiente (1907) participó en la Tercera Conferencia Panamericana, donde fijó importantes criterios sobre los diferendos limítrofes. En 1908 participó por Colombia en el Primer Congreso Científico Panamericano.
A su regreso de la vida diplomática, en 1907, se convirtió en el jefe indiscutible del derrotado partido liberal e inició un interesante proceso para restituir al liberalismo su antiguo poderío. En 1910, presintiendo gravísimas amenazas totalitarias, pidió que se organizara la democracia para hacer de ella algo más que una frase: que se aumentaran sus mecanismos participativos, se evitaran las demoras y las discusiones estériles y se cumplieran de manera más definitiva las funciones sociales. Exigió una mayor representación de los grupos y las profesiones en el Parlamento, para superar el tradicional esquema liberal-conservador y por departamentos, y que hubiese representantes de los gremios: la agricultura, el comercio, la minería, los obreros, etc.
Las diferencias entre los dos jefes naturales del partido liberal, Uribe y Herrera, quienes, como se ha dicho, no congeniaban, fueron muy notorias, sobre todo en torno al Republicanismo o Unión Republicana, pues mientras Herrera fue uno de los forjadores de ese movimiento y coordinó a 16 liberales y seis conservadores para darle el triunfo a Carlos E. Restrepo frente a José Vicente Concha en las elecciones presidenciales del 15 de julio de 1910, Uribe Uribe no fue amigo de la Unión Republicana, al punto que, para las elecciones de 1913, pidió al liberalismo que votara por José Vicente Concha, en contra del candidato republicano Nicolás Esguerra, que era liberal.
El 15 de octubre de 1914, cuando Rafael Uribe Uribe se dirigía al Congreso, fue bárbaramente agredido por los obreros Jesús Carvajal y Leovigildo Galarza, quienes lo abatieron a golpes de hachuela. Pese a los esfuerzos para salvarle la vida, murió en la madrugada del día 26. Sin lugar a dudas, Rafael Uribe Uribe fue una de las grandes figuras de la vida nacional de finales del siglo XIX y principios del XX. Fue un mártir de la intolerancia política, sacrificado en aras de sus ideales políticos, como antes lo fueron Antonio José de Sucre y Julio Arboleda, y como después lo serían Jorge Eliécer Gaitán, Jaime Pardo Leal, Luis Carlos Galán Sarmiento, Bernardo Jaramillo Ossa y Carlos Pizarro León-Gómez.
Cómo citar este artículo:
Tomás Fernández y Elena Tamaro. «» [Internet].
Barcelona, España: Editorial Biografías y Vidas, 2004. Disponible en
[página consultada el ].