Miguel de Cervantes

 
La invención del Quijote. El cúmulo de desdichas que sobrevinieron a Miguel de Cervantes durante su vida posterior puede hacer creer en que el destino quiso distinguirlo con un ensañamiento singular. Tratando de ganarse honradamente el sustento, se implicó en cargos y negocios muy ajenos a su afición y dotes. Así, recorrió casi toda Andalucía en calidad de comisario para el aprovisionamiento de la Armada (integrado por cereales y aceite que, pagados con demora, era necesario requisar en los pueblos) y luego como perceptor de "tercios y alcabalas". Tales actividades requirieron un gran esfuerzo y le proporcionaron numerosos disgustos: excomuniones de cabildos eclesiásticos, cuentas no ajustadas y cantidades en descubierto reales e imaginarias. Sin embargo, estos años transcurridos en medio del ambiente popular español (caminos, posadas, traficantes y gente del hampa) determinaron, indudablemente, el realismo de su arte. La quiebra de un banquero le valió varios meses de cárcel en Sevilla (1597). Probablemente en una prisión sevillana, "donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación", Miguel de Cervantes inició el borrador de las aventuras bufas de un caballero flaco, con el seso menguado y descrecido por el mucho leer y el poco alimento, al que llamaría don Quijote; pero lo cierto es que el caprichoso destino de ese imaginario e incompetente adalid de causas perdidas y el del muy real y desafortunado escritor comenzaban por entonces a ofrecer un trasfondo idéntico, del mismo modo que la tragedia y la parodia no son sino dos caras de la misma moneda. En la imagen, Visiones de don Quijote (1989), obra del artista mexicano Octavio Ocampo.