Walt Disney

Walt Disney ocupa por méritos propios un lugar destacado en la historia del cine. La personalidad de este dibujante, director y productor cinematográfico estadounidense fue determinante para hacer de los dibujos animados un género fílmico con entidad propia y un fenómeno de masas. Películas como Blancanieves y los siete enanitos (Snow White and the seven dwarfs, 1937), Dumbo (1941) y Cenicienta (Cinderella, 1950) contribuyeron a popularizar el cine de animación entre el gran público. Dotado de una gran capacidad de trabajo y de un espíritu emprendedor, Disney comprendió que era posible realizar películas de dibujos animados con procedimientos industriales y con grandes presupuestos.

La fauna humanizada

El cine de dibujos animados había nacido en Francia de la mano de Émile Cohl y alcanzó su mayor desarrollo en Estados Unidos, donde este mismo cartoonist realizó, en 1914, la primera serie del mundo, con el mítico Snookum. Entre 1920 y 1930, los hermanos Fleischer realizaron cortos protagonizados por el clown Koko, la seductora Betty Boop, o Popeye, un personaje ideado originalmente por Segar para anunciar las espinacas de la empresa Crystal City. Durante estos mismos años, Walt Disney daba vida a sus más famosos personajes.


Walt Disney

Disney se había interesado desde muy joven por el dibujo; en 1919 había entrado a trabajar en un pequeño estudio publicitario, donde realizó su primer filme de animación para la publicidad de una marca de chocolates. El reconocimiento obtenido le impulsó a montar su propia empresa cinematográfica y a producir las primeras series: Alice Comedies (1924) y Oswald, el conejo afortunado (1927).

Su estilo fue adquiriendo personalidad y pronto encontró su más genuina expresión en la creación de toda una pintoresca fauna humanoide de redondeada anatomía, que definía la psicología de los humanos bajo sus rasgos animales. Muchos eran personajes llenos de significados éticos y morales, ejemplos de los modos e ideales de vida americanos. El optimista Mickey Mouse (1928) representa el triunfo del débil; el pato Donald (1934) caricaturiza al americano medio, audaz y emprendedor, que puede alcanzar el éxito en cualquier momento. Cada animal humanizado encarna un perfil psicológico determinado: el ingenuo perro Goofy, la coqueta ratoncita Minnie o el tierno elefante Dumbo. El cerdito trabajador de Los Tres Cerditos (1935), que levanta una casa para defenderse de los ataques del Lobo Feroz y no es devorado, invita a construir con optimismo un nuevo futuro, transmitiendo las consignas políticas del New Deal.


Cartel de un episodio de Alice Comedies (1924)

Así, las producciones de Disney fueron fundamentales para consolidar una tipología de personaje que ha sido utilizada de forma recurrente en los filmes de animación. No obstante, sus películas estaban sustentadas en una visión maniquea y conservadora de la realidad, acaso no ajena al conservadurismo ideológico de su creador. En este sentido, personajes como Mickey o Goofy, candorosos y asexuados, se encuentran en las antípodas del anárquico pato Lucas y del pícaro Bugs Bunny, creados por la Warner Brothers, y ya no se diga de los protagonistas de series de dibujos animados más recientes, como el irreverente Bart Simpson de Matt Groening. Sin embargo, las películas de Disney poseían una solidez narrativa excepcional que las convirtió en un modelo a seguir para los realizadores de filmes posteriores.

Técnicas pioneras

Si bien sus fábulas carecían de mensajes novedosos, en el terreno técnico Walt Disney fue siempre en busca de la innovación. Sus contribuciones más importantes, en efecto, debe situarse en el campo de la técnica de la animación. En sus estudios se reproducía con la mayor autenticidad posible los movimientos de cada personaje, llegando al punto de que un artista podía especializarse en un movimiento en particular o en un personaje. Esta delicadeza en el tratamiento del dibujo animado ha ido dejando paso, en la animación actual, a una producción más masificada, que hace que lo personajes parezcan estereotipados y repetitivos.


Blancanieves y los siete enanitos (1937)

En ese aspecto marcó un hito la producción de Blancanieves. Los estudios de Walt Disney realizaron en 1937 Blancanieves y los siete enanitos, el primer largometraje de dibujos animados de la historia del cine, inspirado en la conocida fábula de los hermanos Grimm. El rodaje resultó muy costoso: fue necesario elaborar más de cuatrocientos mil dibujos. El éxito, sin embargo, compensó el esfuerzo y la inversión realizados, recaudándose un total de dos millones de dólares.

Con este primer largometraje, el uso de la cámara multiplano comenzaba a dar resultados positivos, de gran rendimiento formal. Gracias a este procedimiento técnico, que pasa de vertical a horizontal, y que ofrece la posibilidad de realizar movimientos más ágiles durante las tomas, incluso para el Cinemascope, es posible crear la ilusión de relieve de las estructuras arquitectónicas y de las variaciones de los planos de los paisajes naturales, ayudada por el respaldo de los claroscuros coloristas. Se obtienen así efectos ópticos que dan sensación de relieve tridimensional.

Los estudios de Burbank estaban en condiciones de afrontar este tipo de obras, y continuaron produciéndolas también después de la muerte de su fundador, en 1966. Las entregas siguientes fueron Pinocho (1940), basada en el cuento de Carlo Collodi, y las sentimentales creaciones Dumbo (1941) y Bambi (1942). Pero el proyecto más ambicioso realizado entonces fue Fantasía (1940), en la que se pretendía visualizar, a través del dibujo animado, la música de grandes compositores clásicos. En ella combinó imágenes reales con dibujos animados y se adelantó a su tiempo al incorporar en la banda sonora varias pistas de lectura simultánea para crear un efecto estereofónico. Con Fantasía, sin embargo, Walt Disney se ganó el resentimiento de los defensores a ultranza de la sacralidad de la música clásica, siendo objeto de severas críticas. De todos modos, el largometraje le permitió marcar distancias con los otros creadores.

Un imperio empresarial

El imperio de Walt Disney se construyó mayoritariamente sobre la fama de los largometrajes, que le permitían ejercer una posición casi de monopolio en el sector. Eran obras destinadas al público infantil, de éxito comercial garantizado y frecuentemente premiadas por la Academia de Hollywood. Relatando fábulas célebres e historias protagonizadas por animales, el estudio alternó éxitos consecutivos con fracasos esporádicos: La Cenicienta (1950), basada en la obra de Charles Perrault; Alicia en el País de las Maravillas (1951), según la novela de Lewis Carroll; Peter Pan (1953), del cuento de James Barrie; La Dama y el Vagabundo (1955), primer largometraje dibujado en Cinemascope; 101 Dálmatas (1961); Merlín el encantador (1963) y El libro de la selva (1967), que Disney no pudo ver finalizada. Los Aristogatos (1970) o las más recientes Pocahontas y Hércules son grandes producciones que no hacen sino continuar el camino que Walt Disney inició en 1937.


Dumbo (1940)

Disney también realizó experimentos de mezcla de actores reales con dibujos (Los tres caballeros, 1944), y se dedicó además a los documentales sobre la naturaleza. El primero de ellos fue un cortometraje realizado en 1948 titulado La isla de las focas; más tarde produjo largometrajes como Infierno blanco. Su productora también filmó películas de aventuras, como 20.000 leguas de viaje submarino, Los hijos del capitán Grant (basadas ambas en las novelas homónimas de Julio Verne) y Los robinsones de los mares del Sur, y penetró en la televisión desde sus inicios, produciendo series específicas para ese medio.

Empresario imaginativo, Disney contribuyó a dar forma a otra de los ideas más sorprendentes de la segunda mitad del siglo XX: el parque temático de atracciones. El complejo lúdico Disneylandia, inaugurado en California en 1955, inició la era de los parques temáticos, a los que personas de todas las edades acuden en masa motivados por la posibilidad de internarse en un mundo irreal y teatralizado y de explorar un universo en el que los personajes de ficción terminan por cobrar vida. El éxito de Disneylandia impulsó la apertura de complejos similares, gestionados por la empresa Disney, en Estados Unidos, Japón y Francia: Disney World (Orlando, Florida, 1971), Disney World Tokyo (Japón, 1983) y EuroDisney (Marne-la Vallée, Francia, 1992). Ello animó a otras compañías a construir un sinfín de parques similares en otras partes del mundo.

Después de la muerte de Walt Disney en 1966, la producción cinematográfica y televisiva continuó, aunque una progresiva decadencia en las finanzas de la compañía forzó a una total renovación de la cúpula directiva en 1984. Con el equipo directivo que lideró Michael D. Eisner, la contabilidad se saneó y se inició un ambicioso plan de expansión en todos los negocios derivados del ocio y el entretenimiento. Se consolidaron las productoras filiales Touchstone y Hollywood Pictures, a la par que Disney se hizo con el control de la compañía audiovisual Capital Cities/ABC, que integra ocho cadenas televisivas, 21 emisoras radiofónicas, siete periódicos y otros medios de comunicación de masas.

A ello cabe sumar la televisión por cable Disney Channel, las productoras televisivas Walt Disney Television y Touchstone Television, las editoriales Hyperion Books y Walt Disney Publishing, las firmas discográficas Hollywood Records y Walt Disney Records, la empresa videográfica Walt Disney Home Video, el equipo de hockey Anaheim Mighty Ducks, el equipo de baloncesto Anaheim Angels, y el palacio de patinaje sobre hielo Disney Ice (Anaheim, California), origen de la compañía "Disney on Ice", cuyos espectáculos de patinaje artístico recorren todo el mundo.

Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].