Mahoma
El estudio de la vida de Mahoma se basa en los hadices (narraciones que forman la tradición musulmana) que, reunidos en la Sira de Ibn Ishak (mediados del siglo VIII) y modificados por Ibn Hisan a comienzos del siglo IX, constituyen la biografía oficial del Profeta. El Corán ofrece datos interesantes para conocer su pensamiento, pero es muy pobre en lo referente a su vida. Al igual que ocurre con otros fundadores de grandes religiones (Buda, Jesús), sólo se conocen a grandes rasgos las etapas anteriores al momento de iniciar la predicación de su doctrina. No hay duda de que Mahoma nació en La Meca, en aquellos tiempos una pequeña localidad rodeada de desierto en la parte occidental de la península Arábiga, a pocos kilómetros del mar Rojo. Pertenecía al clan Hasim, de la tribu de los Quraish, y su padre, Abd Allah, murió antes de que él naciera, por lo que el huérfano fue acogido por su abuelo Abd al-Mutalib, jefe de los Hasim.
Retrato imaginario de Mahoma
Los primeros años los pasó con su madre, Amina, una mujer de otro clan que, siguiendo la costumbre, y para salvaguardarlo de los rigores del verano de La Meca, lo mandó al desierto, donde lo crió una nodriza beduina. Estas nodrizas se acercaban a La Meca dos veces al año, en primavera y otoño, para criar a los recién nacidos de familias ricas. Mahoma fue criado por Halima, esposa de un pastor saudita, que sintió pena al verlo tan desvalido; el niño quedó huérfano de madre a los seis años de edad. Pronto le faltó también el abuelo y recibió el amparo de su tío Abú Talib, mercader y guardián de la Kaaba que disfrutaba de rango sacerdotal. Mahoma tuvo a su primo Alí como compañero de sus juegos de infancia.
Contaba doce años de edad cuando se enroló por primera vez en la caravana de su tío, tomando a su cargo el cuidado de los camellos. En su primer viaje a Damasco tuvo ocasión de contactar con los cristianos nestorianos, secta condenada en el Concilio de Éfeso por negar el dogma de la Santísima Trinidad y el carácter divino de la maternidad de María. Según la leyenda, el monje Bahira descubrió en el niño los indicios de la profecía y previno a sus familiares para que lo protegieran de los judíos.
Con su tío, Mahoma llegó a adquirir gran experiencia en la conducción de caravanas por el desierto, pero la falta de recursos le impidió independizarse. A los veinticinco años se casó con Jadicha, una viuda rica que, antes de contraer matrimonio, le puso a prueba enviándole con una de sus caravanas a Siria. Jadicha tenía alrededor de cuarenta años y le dio cuatro niñas y dos niños. Los varones murieron de forma prematura. Algunos autores ven en este hecho la causa de la simpatía de Mahoma hacia los niños, con los que solía jugar.
Gracias a este matrimonio, pudo dedicarse a su oficio y hacer buenos negocios; Jadicha, por su parte, se distinguió también por ser una formidable compañera. Mientras vivió Jadicha, Mahoma no tomó a más mujeres como esposas; más tarde contaría incluso con un harén, aunque en todos los casos se trató de matrimonios por razones políticas. De los quince años que siguieron a esta unión no se sabe nada. Fue un periodo durante el cual fue conocido como un hombre recto y fiel, dedicado a sus negocios, pero excluido de los principales círculos comerciales.
Las revelaciones
Hacia el año 610 Mahoma tuvo las primeras revelaciones. Tenía por costumbre retirarse a orar y a meditar en una cueva del monte Hira, y en ocasiones solía pernoctar allí una o dos noches. En una de las primeras ocasiones tuvo la visión de un ser glorioso que en un primer momento identificó como Dios, y en otra visión posterior pensó que se trataba del arcángel Gabriel. Este ser glorioso le conminó a escribir el Corán. Las revelaciones divinas se repetirían a lo largo de su vida con cierta frecuencia, y tanto Mahoma como sus discípulos se las aprendían de memoria.
El arcángel Gabriel y Mahoma
Como el soporte material de la escritura era raro en la zona, se cuenta que, tras la muerte del profeta, su secretario encontró pasajes del Corán escritos en trozos de papel, hojas de palma, piedras, omóplatos, costillas y pedazos de cuero. La versión definitiva que se conoce del Corán, es decir, la que reúne la totalidad de revelaciones que recibió Mahoma, es posterior al año 650, veinte años después de la muerte del profeta. Algunas veces las revelaciones le producían ciertas reacciones físicas: sentía dolor y percibía un fuerte sonido, como de repicar de campanas; a veces, en días de frío, los acompañantes veían cómo gruesas gotas de sudor caían por su frente, mientras tenía lugar la revelación.
Mahoma empezó a predicar su doctrina tres años más tarde, hacia el 613. Entretanto se habían producido las primeras conversiones. Su mujer Jadicha fue la primera y le apoyó en los momentos de crisis al experimentar las primeras visiones; ella y particularmente Waraqa le convencieron del carácter profético de tales experiencias. Algunos testimonios dicen que el primer varón converso fue el liberto Zaid ibn Harita, mientras que otros apuntan que fue su primo Alí. Entre los primeros que se convirtieron se contaba su amigo y también mercader de La Meca Abu Bakr, quien prestó gran ayuda al Islam, especialmente cuando ya se había constituido el Estado islámico. En las listas que se conservan de los primeros seguidores de Mahoma se puede ver que la mayoría eran jóvenes pertenecientes a las familias más influyentes de La Meca. Sin embargo, cuando Mahoma empezó a divulgar su doctrina, estas familias habían sido desplazadas por una nueva clase social surgida de la prosperidad comercial de la ciudad, que plantearía una viva oposición al profeta.
En sus predicaciones, Mahoma se inclinaba hacia un monoteísmo basado en la creencia en un Dios lleno de bondad y todopoderoso, que juzgará a cada uno según su actuación; el hombre debe mostrar gratitud a Dios y reconocer su dependencia respecto a él. El reconocimiento de la omnipotencia divina se contrapone a la actitud de los grandes mercaderes, convencidos de que su riqueza se lo permite todo; para Mahoma la vida del hombre había de basarse en hacer lo necesario para alcanzar el paraíso. La generosidad y el respeto a los débiles eran los puntos esenciales en que insistían sus primeras predicaciones.
Inicialmente, pues, el islam se presentó como una continuación del cristianismo y del judaísmo, religiones que Mahoma conocía. Con la predicación pública se iniciaron las críticas hacia el monoteísmo profesado por Mahoma, y pronto tuvo lugar una primera confrontación con los árabes politeístas. El Dios único de Mahoma se podía adorar en la Kaaba (edificio de La Meca construido, según el Corán, por Abraham, y que contiene la piedra negra que Gabriel le dio a Isaac), pero no así en otros tres santuarios consagrados a otros dioses y diosas en los alrededores de la ciudad. Pero no parece cierto, como se ha afirmado, que la oposición a Mahoma partiera de los grandes mercaderes por miedo a que, al desaparecer los ídolos, decayera la actividad comercial. La Kaaba, el santuario de La Meca, seguía siendo el santuario por antonomasia, y la desaparición de los ídolos no habría perjudicado más que a un reducido grupo de mercaderes que se habían instalado en las proximidades de la ciudad y habían creado allí nuevos santuarios, cuyos cultos fueron condenados expresamente por Mahoma.
Predicación de Mahoma en La Meca
Las razones de la enemistad creciente de la oligarquía comercial de La Meca hacia el Profeta hay que buscarlas en los ataques de Mahoma al modo de vida de los ricos, en la negación de su omnipotencia y, sobre todo, en la posibilidad de que la predicación diera a Mahoma una personalidad política suficiente para ponerle al frente de la ciudad en un futuro más o menos próximo. Ello podría perjudicar a los principales mercaderes que, de hecho, imponían sus puntos de vista y gobernaban la ciudad gracias a su riqueza, a su experiencia comercial y a su pertenencia a los clanes superiores, a pesar de que La Meca estuviese regida por una asamblea integrada por los jefes de todos los clanes. La creciente importancia de Mahoma ponía en peligro sus prebendas. De ahí que Abu Chahl, uno de sus más feroces enemigos, intuyera el peligro político que suponía Mahoma.
En un principio, las presiones de Abu Chahl consistieron en no pagar deudas legítimas a aquellos musulmanes que no gozaban de la protección de ningún clan o pertenecían a clanes débiles; más tarde intentó que Abu Talib, tío de Mahoma y jefe del clan al que pertenecía el profeta, prohibiera a Mahoma la proclamación de la nueva fe. Abu Talib no aceptó porque habría sido deshonroso para su clan negar la protección a uno de los suyos y porque la nueva fe estaba de acuerdo en líneas generales con su política, contraria a los monopolios comerciales establecidos por los ricos mercaderes surgidos al calor de la nueva prosperidad comercial.
En el año 619 murieron su tío y protector Abu Talib y su fiel esposa Jadicha. Su segunda esposa fue Sawda, viuda que se contaba entre las primeras conversas. Parece ser que Mahoma contrajo este matrimonio para evitar que Sawda lo hiciera con alguien de fuera del grupo. La jefatura del clan de los Hasim fue ocupada por el otro tío de Mahoma, Abu Lahab, que por intereses personales, y al parecer también por presiones de Abu Chahl, terminó retirando la protección al profeta.
Mahoma hubo de buscar refugio en la vecina ciudad de Al-Ta'if, e intentó poner a sus habitantes en contra de La Meca. No alcanzó su objetivo, e incluso fue apedreado por la multitud. Regresó a La Meca clandestinamente y obtuvo la protección de uno de los clanes, pero sus actividades proselitistas se vieron limitadas. Durante ese tiempo, Mahoma intentó aliarse con varias tribus nómadas que por aquel entonces se hallaban en las cercanías de La Meca con motivo de alguna fiesta religiosa, pero tampoco tuvo éxito en sus negociaciones.
La hégira
Con motivo de la peregrinación a la Kaaba del año 620, Mahoma entró en contacto con seis ciudadanos de Medina que quedaron impresionados por su personalidad y pensaron que podría serles útil. Se dice que, al año siguiente, estos mismos peregrinos, que representaban a la mayor parte de clanes de Medina, prometieron a Mahoma aceptarle como profeta y obedecerle. Este acontecimiento fue bautizado con el nombre de Primer Juramento de Al-Aqaba. Mahoma envió por delante a uno de sus hombres para que predicara su doctrina y a la vez le informara de la situación política en aquella ciudad. La emigración (hégira) a Medina se efectuó por grupos escalonados para no llamar la atención. Los últimos en partir fueron Mahoma, su amigo Abu Bakr, su primo Alí ibn Abi Talib y algunos de sus familiares. El calendario islámico cuenta los años a partir del 16 de julio de 622, fecha de la hégira.
En los primeros meses de su estancia se redactó la Constitución de Medina. Sus partidarios de La Meca y los miembros de ocho clanes de Medina, convertidos al islamismo, formaron una comunidad dirigida por Mahoma, que impuso en ella algunas de las normas tradicionales de la vida nómada: solidaridad, venganza de la sangre, aceptación de las decisiones del Profeta en materias reveladas y entrega a éste de un quinto del botín. Lograr que la identidad de creencias estuviese por encima de la tribu fue el primer éxito de Mahoma, éxito que tendrá profundas repercusiones políticas por cuanto la nueva comunidad no se conformará con las leyes, costumbres y tradiciones urbanas impuestas por la aristocracia, sino que se dará sus propias normas emanadas de Alá, el Dios único, a través de su profeta Mahoma, que de la condición de enviado a una tribu o grupo particular, La Meca, ha pasado a Profeta y dirigente de una comunidad en la que tienen cabida cuantos acepten la fe.
En abril de 623 Mahoma consumó el matrimonio, celebrado dos años antes en La Meca, con la hija de Abu Bakr, Aisha, de nueve años de edad. Ese mismo año se iniciaron las correrías contra las caravanas mequíes. En el mundo árabe de aquel entonces era muy frecuente y estaba considerado casi como un deporte y también como un medio de vida. Se trataba de un simple acto de pillaje en el que no había derramamiento de sangre, salvo en contadas ocasiones; para evitar la violencia se solía pagar una indemnización. Sin embargo, en 624 hubo ya un primer muerto en el bando mequí, durante el mes sagrado de la peregrinación, cuando se observaba una rigurosa tregua.
El arcángel Gabriel y Mahoma en la batalla de Badr
La escaramuza más importante tuvo lugar el 15 de marzo de 624 en la batalla de Badr. Trescientos hombres de Mahoma derrotaron a una gran caravana, custodiada por novecientos hombres, en la que tenían intereses la mayoría de comerciantes de La Meca. En la refriega pereció Abu Chahl y otros jefes principales de La Meca. Se cobraron, además, importantes rescates por los prisioneros, aunque Mahoma perdonó a aquellos que no podían satisfacerlos. La historia oficial elevaría hechos como éstos a la categoría de victoriosas batallas.
Los éxitos militares de los creyentes terminaron por anular el comercio de La Meca, y sus dirigentes aceptaron a Mahoma para salvaguardar sus intereses mercantiles. Las tribus de beduinos se sometieron igualmente a una doctrina que coincidía con las costumbres por ellos practicadas. Mahoma se apoderó de La Meca en el año 631, destruyó los ídolos y decretó una amnistía general. Tras sucesivas batallas logró someter a toda Arabia en el 632. Al paso de las tropas se producían conversiones masivas más o menos sinceras. Mahoma había convertido a las belicosas y dispersas tribus árabes en un pueblo unido que tras su muerte se embarcaría en una expansión sin precedentes.
Última peregrinación de Mahoma a La Meca
Ese mismo año Mahoma en persona dirigió la peregrinación a La Meca, que se había convertido ya en un rito exclusivamente musulmán. El 15 de marzo del 632, aquejado de fiebres y fuertes dolores de cabeza, murió con el rostro apoyado en las rodillas de su joven esposa Aisha. Su suegro y amigo, Abu Bakr, sucedería al profeta en el califato.
El estado islámico
Los códigos elaborados durante los años pasados en Medina se ampliarían con las revelaciones de tipo socioeconómico y político necesarias para regir y administrar la comunidad de los creyentes y a cuantos, sin convertirse a la nueva fe, aceptaron a Mahoma como jefe. Muchas de las disposiciones respondieron a situaciones específicas y adquirieron valor general siempre que Mahoma las considerase aptas para la comunidad. Entre estas normas abundan las de carácter igualitario y las destinadas a proteger a los débiles, que no se limitan a declarar iguales a todos los creyentes y a formular la necesidad de atender a los necesitados, sino que aportan soluciones concretas a los problemas.
Durante la estancia en Medina, los emigrados (con este nombre se conoce a los partidarios de Mahoma huidos de La Meca) carecían de recursos y para atender a sus necesidades se instituyó la limosna legal (zakat). Esta limosna, medio práctico de nivelar a los que nada poseen con los que disponen de bienes suficientes, se transformó más adelante en impuesto obligatorio y único para los musulmanes; los no convertidos (sólo se acepta como tales en los territorios dominados por la comunidad a los cristianos y judíos) pagarían además un impuesto personal y otro territorial. Otra de las fuentes de ingresos del Islam procede del botín, del que se reserva la quinta parte el jefe de la comunidad, que dispone igualmente de las tierras conquistadas por los creyentes durante la guerra santa.
El origen de la última práctica es complejo: Mahoma considera que él ha sido elegido por el Dios único, Alá, no para predicar una nueva fe, sino para restablecer, como último de los profetas, la pureza de la religión dada a Abraham; el islam no se opone por tanto ni al judaísmo ni al cristianismo, sino que a su criterio las supera. Esta actitud religiosa, unida al hecho de que en Medina existían poderosos clanes judíos (el número de los cristianos era exiguo), hizo que Mahoma intentara atraerse a los judíos e hiciera concesiones tales como ordenar que la plegaria fuera hecha mirando hacia Jerusalén. Pero sus planes conciliadores fracasaron; los hebreos se opusieron a la comunidad, tanto en lo religioso como en lo político, y colaboraron con los habitantes de La Meca, hasta que Mahoma decidió expulsarlos de Medina, entregar sus tierras a los emigrados y ordenar que la plegaria fuese hecha desde entonces en dirección a La Meca, donde se hallaba el santuario construido por Abraham; a partir de este momento, se consideró que las tierras conquistadas pertenecían al dirigente de la comunidad, que podía establecer en ellas a quien deseara.
Mahoma dirigiendo la destrucción de los ídolos
de la Kaaba tras apoderarse de La Meca
El contenido de la fe se basaba en la creencia en Alá como Dios único, todopoderoso y eterno, creador y dueño de todas las cosas. La creencia en Alá va acompañada de la creencia en los profetas (de los que Mahoma es el último), en los ángeles, en los libros sagrados (de los que el Corán es el último y el único necesario), en la resurrección y en la predestinación. Los que pertenecen al Islam deben hacer la profesión de fe, recitar las plegarias cinco veces al día, pagar la limosna legal, cumplir la peregrinación a La Meca una vez en la vida y ayunar durante el mes de Ramadán. Otra de las obligaciones del musulmán, la guerra santa, no es aceptada por los juristas, pero sí será ampliamente utilizada por el poder civil basándose en las expediciones y guerras dirigidas por Mahoma durante su estancia en Medina.
El carácter muchas veces "local" o de "circunstancias" de las revelaciones contenidas en el Corán lo hacía insuficiente para regular las numerosas cuestiones de gobierno, administración y justicia planteadas a los musulmanes tras la muerte de Mahoma, por lo que las revelaciones del libro sagrado se completaron, no en el aspecto religioso, pero sí en los demás, con la Sunna, o conjunto de tradiciones relativas a la conducta del Profeta; juntos, el Corán y la Sunna forman la ley religiosa que está en la base del derecho, de la organización, de la vida social y de la vida económica de los musulmanes. La aceptación de una u otra lectura del Corán, o de determinados relatos de la Sunna, y el modo de interpretar una y otros, tienen por tanto una gran importancia en la historia de los musulmanes, en la que religión y política, en su sentido más amplio esta última, están íntimamente unidas, al menos durante los primeros siglos del Islam.
Cómo citar este artículo:
Tomás Fernández y Elena Tamaro. «» [Internet].
Barcelona, España: Editorial Biografías y Vidas, 2004. Disponible en
[página consultada el ].