De la consolación de la filosofía

La más interesante y universalmente conocida de las obras de Boecio es sin duda De consolatione philosophiae (De la consolación de la filosofía), impresa por primera vez en Nuremberg en 1473; las mejores ediciones son las de Jena (1841) y Leipzig (1871). Fue escrita en la cárcel entre 523 y 524, y consta de cinco libros en los que, alternándose prosa y verso, se desarrolla un diálogo entre el autor y su visitante, la Filosofía.

Mientras el autor está buscando en la poesía alivio a sus miserias, la Filosofía se le aparece bajo la figura de una mujer de venerable aspecto, con ojos llameantes y dotados de sobrehumana agudeza, arreada con un precioso vestido, en cuyo borde inferior está escrita una P y en el superior una T. Estas letras, que sin duda simbolizan la división platónica de la filosofía en práctica y teórica, están unidas por peldaños, que recuerdan el otro concepto platónico complementario de la ascensión de la práctica a la teoría.


Detalle de Boecio y la Filosofía, de Mattia Preti

Boecio, tras identificar a la visitante, se lamenta de los males en que ha caído y ella le contesta que en realidad él ha tenido de la fortuna más bienes que males. La culpa es de él mismo, ante todo porque ha confiado en la fortuna, que es inconstante y falsa; después, porque ha atribuido valor a bienes como la fama, el poder o el deleite, los cuales producen desventura, no felicidad. Aquella fortuna que el mundo juzga adversa es más provechosa que la próspera porque libera al alma, elevándola a la verdad y a la virtud, a la verdadera felicidad y a Dios, aspiración suprema del pensamiento humano.

A Dios (que evidentemente presenta aquí analogía con el concepto platónico del Sumo Bien) deben referirse todas las cosas, y así también la felicidad y la infelicidad nuestras. Pero si Dios rige el mundo (objeta Boecio) el vicio debería ser siempre castigado y premiada la virtud. La Filosofía contesta que la injusticia de la distribución es sólo aparente: la Providencia proporciona los bienes y los males según los méritos, y nosotros lo entenderíamos si pudiésemos conocer la causa de todo. Como las vicisitudes del mundo pueden tener origen tanto en Dios como en el hado y deben cumplir su ciclo, así nuestra adversa fortuna puede tener origen en el hado y en Dios, el cual dará finalmente la justa recompensa.

Si el mundo es regido por Dios (replica Boecio) no debería haber margen para el azar. La Filosofía le explica entonces que respecto a Dios nada está en poder del azar, pero muchas cosas semejan estarlo con respecto al hombre. La presciencia de Dios, que es infalible, se concilia no obstante con la libertad humana. Tal como en la mente humana hay grados y modos de conocimiento superiores a otros, y que no son comunes ni a todos los hombres ni a los hombres y a los animales, así también hay que admitir que en la mente divina, tan superior a la nuestra, puede haber acuerdo entre la presciencia del futuro y la libertad humana.

En nosotros mismos la debilidad de los sentidos no justifica la negación de la imaginación, ni la debilidad de la imaginación la negación del razonamiento, ni la debilidad del razonamiento la negación de la inteligencia; del mismo modo, por el hecho de que nuestra inteligencia sea débil no tenemos derecho a negar a Dios una inteligencia más alta. A la nueva objeción de Boecio de que se disminuye la presciencia divina haciendo causa de ella las futuras acciones humanas, la Filosofía opone que "la facultad precognoscitiva de la sabiduría divina, abrazando todas las cosas, les da ella misma su propia ley, pero sin estar totalmente ligada a las cosas futuras. Cualesquiera que sean éstas, permanece inviolada para los mortales la libertad de albedrío".

Prever un acontecimiento no es producirlo ni forzar su producción; con todo, el conocimiento anterior, sin necesitar los hechos, es un signo de esta necesidad. Pero cuando el conocimiento, en lugar de anterior, es contemporáneo, no condiciona en absoluto lo que conoce; ahora bien, el conocimiento de Dios es atemporal: Dios ve en un presente eterno. "Por encima de todo está, como espectador, Dios presciente de todos los acontecimientos, y la eternidad, siempre presente en su visión, se concierta con la futura cualidad de nuestros actos dispensando recompensas a los buenos y castigos a los malvados. No en vano se le dirigen esperanzas y plegarias, que, si son rectas, no pueden ser ineficaces. Oponeos, pues, a las culpas, cultivad las virtudes, levantad el ánimo a las rectas esperanzas, elevad al cielo humildes plegarias; grande es para vosotros la necesidad de ser buenos, ya que obráis ante los ojos de un juez que lo ve todo."

Con este conmovido llamamiento, que recuerda el final del Fedón de Platón, se cierra la obra del "último de los romanos", que durante todo el Medievo fue considerada como la suprema expresión del pensamiento latino y se convirtió en uno de los libros más populares. Se perciben en ella ecos de la filosofía neoplatónica, especialmente de Proclo, y continuas referencias a la doctrina estoica y especialmente a Séneca, pero, cosa extraña, no hay ninguna alusión directa a las doctrinas cristianas, lo que se ha querido explicar diciendo que Boecio había querido demostrar cómo, aun prescindiendo de las verdades reveladas, la razón natural es bastante para justificar una actitud fuerte y resignada frente a la desventura, dando así a esta justificación un valor universal. Otros sostienen que la obra es incompleta, otros también que es alegórica.

Como quiera que sea, y aunque el texto revela una sólida fe en la Providencia, raramente ésta se identifica con un Dios personal, antes a menudo se diluye en el panteísmo; y la obra entera, aun conteniendo palabras y frases que implican un conocimiento de los escritores cristianos, podría ser atribuida a un contemporáneo de Cicerón o de Séneca. De la consolación de la filosofía inspiró, sin embargo, toda la literatura y la filosofía cristianas de Occidente, desde el siglo VIII al XIV, hasta que su brillo palideció con el naciente resplandor del Renacimiento.

En efecto, muchos elementos del tratado de Boecio serán absorbidos en las grandes síntesis de los siglos XII y XIII. Dante sacó de la obra consuelo en los años siguientes a la muerte de Beatriz y muchos motivos de inspiración para la Divina Comedia. Ya se habían inspirado antes en ella los poetas provenzales, y se inspiraron más tarde Petrarca en el Desprecio del mundo y Boccaccio en el Ameto. La obra tiene valor sobre todo en cuanto señala el punto de contacto entre el pensamiento del paganismo y el cristianismo, y fue durante siglos el vehículo por el cual la filosofía se mantuvo en occidente.

Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].