Andrés Fernández de Andrada

(Sevilla, c. 1575 - México, c. 1648) Poeta español, autor de la célebre Epístola moral a Fabio, una de las más destacadas creaciones de la lírica barroca no culterana. Pocos datos se saben de su vida. Al parecer nació en Sevilla hacia 1575; fue capitán, conoció al poeta Francisco de Rioja y quizás formó parte de la escuela sevillana. En 1623 se encontraba en México, donde murió en torno a 1648.


Andrés Fernández de Andrada

Aparte de una carta familiar escrita durante el sitio de Cádiz (1596) y del fragmento de una silva inspirada en la toma de Larache (1610), su única obra conocida es precisamente la Epístola moral a Fabio (1611), una bella meditación en tercetos encadenados, escrita en un estilo puro y despojado de ornamentos, que elogia la vida retirada de acuerdo con un ideal estoico de carácter senequista.

Durante tres siglos los eruditos e investigadores intentaron resolver los problemas de autoría de esta pieza capital de la historia de la poesía española. La Epístola moral a Fabio fue publicada por primera vez por Sedano, como obra de Bartolomé Leonardo de Argensola. Al editar don Pedro Estala las obras de este poeta (Rimas de Bartolomé Leonardo de Argensola, 1805), la atribuyó a Francisco de Rioja. Pero el estilo de la Epístola demuestra claramente que no puede ser obra del poeta de los epítetos, y sobre ello hubo de insistir Marcelino Menéndez Pelayo.

Posteriormente don Adolfo de Castro descubrió en un manuscrito de la Biblioteca Colombiana del siglo XVII una copia de la Epístola con esta advertencia: "Copia de la carta que el capitán Andrés Fernández de Andrada escribió desde Sevilla a don Alonso Tello de Guzmán, pretendiente en Madrid, que fue corregidor de México". Por una parte el contenido de la Epístola, el desengaño de los honores cortesanos tan magníficamente expresado en los versos iniciales ("Fabio, las esperanzas cortesanas / prisiones son do el ambicioso muere, / y donde al más astuto salen canas") hace verosímil esta atribución, sobre todo por estar dirigida a un personaje que espera honores cortesanos, o por lo menos que los ha tenido. Por otra parte, sin embrago, el hecho de tratarse de una copia quita toda autoridad a esta atribución.

Según Menéndez Pelayo, del capitán Andrada se conoce sólo un fragmento de un poema más extenso, donde hay algún verso afortunado. También nos falta este elemento de comparación para atribuirlo a Andrada. El hispanista francés Raymond Foulché-Delbosc lo atribuyó a Francisco de Medrano. Baig y Baños refutó sucesivamente la atribución a Argensola, a Rioja, a Andrada y a Medrano, fijó la fecha de 1626 para su redacción (año del desbordamiento del Guadalquivir y de la caída del Conde-Duque, que según él dan pie al desengaño que expresa el autor) y defendió la paternidad de Rodrigo Caro.

Baig y Baños vio entre A las ruinas de Itálica de Rodrigo Caro y la Epístola moral a Fabio unas semejanzas de contenido referidas especialmente a la condición social del autor, a su formación cultural y a su actitud estoica. Pero sobre todo halló la misma "identidad anticuaria" (como él la llamó) y el mismo tipo de elegía, que insiste extraordinariamente en la fugacidad del tiempo, así como un buen gusto y un equilibrio perfecto en ambas composiciones, por lo que no sería extraño que ambas obras fueran de un mismo autor.

Los estudios y datos recientes aportados por Dámaso Alonso han acabado llevando a cierta unanimidad entre la crítica, que actualmente da por válida la atribución de la Epístola a Andrés Fernández de Andrada. En cualquier caso, puede afirmarse con certeza que su autor fue sevillano, o por lo menos afincado en Sevilla, como se deduce de los versos "seno materno de la antigua Romúlea" (o sea Hispalis) y "nuestra antigua Itálica".

La Epístola moral a Fabio

La Epístola moral a Fabio trata una serie de temas de honda tradición europea e hispánica. Por esto ha dicho Manuel de Montoliu que "costaría trabajo hallar otra composición poética de la Edad de Oro que fuese expresión tan cabal del alma nacional castellana". La Epístola entra dentro de la línea de una tradición de sobriedad y equilibrio que tiene otros exponentes de gran calidad en las Coplas de Jorge Manrique y en la obra moral de Quevedo, dentro de la tradición del estoicismo hispánico del que tanto se ha hablado y discutido.

El contenido de la Epístola responde a las ideas expuestas en De tranquillitate animi de Séneca acerca de cómo soportar con ánimo viril la adversidad. El autor va glosando una serie de temas que constituyen toda una moral y una filosofía, hasta el punto de que un crítico ha dicho que la Epístola moral a Fabio es la síntesis del pensamiento filosófico y moral de la Contrarreforma. Los versos de la Epístola discurren sobre diversos puntos fundamentales; en primer lugar, el hombre debe ser hijo de sus obras: "Aquél entre los héroes es contado / que el premio mereció, no quien le alcanza / por vanas consecuencias del estado".

Ante el desengaño, "¿qué espera la virtud o en qué confía?". El único refugio de la virtud es la soledad del campo (tópico del Beatus ille de Horacio que tenía ya gran tradición en España). El autor nos habla de la felicidad del tiempo pasado, de la muerte (a quien califica de "cauta") y de la fugacidad de las cosas ("Pasáronse las flores del verano, / el otoño llegó con sus racimos, / llegó el invierno con sus nieves cano; / las hojas que en las altas selvas / vimos cayeron, y nosotros a porfía / en nuestro engaño inmóviles vivimos").

Pero ante esta fugacidad del tiempo la solución del autor no es el "carpe diem", ni el "collige rosas", sino que nos propone una actitud más ascética: "temamos al Señor". El mundo renacentista está ya muy lejos; la muerte avanza cauta sobre el tiempo y esta realidad es más eficaz que los ideales de gloria y de fama del Renacimiento: "Piensas acaso tú que fue criado / el varón para rayo de la guerra, / para cruzar el piélago salado, / para medir el orbe de la tierra / y el cerco donde el sol siempre camina? / ¡Oh, quien así lo entiende cuánto yerra!".

A todo esto, que constituyó lo más fundamental de la concepción del hombre renacentista, Andrés Fernández de Andrada prefiere y contrapone "un ángulo" en sus "lares", "un libro", "un amigo" y "un sueño breve". Ensalza la templanza (para él la virtud fundamental y primera), ataca la ira y la codicia, y exclama finalmente: "Ya, dulce amigo, huyo y me retiro; / de cuanto simple amé, rompí los lazos. / Ven y verás al alto fin que aspiro / antes que el tiempo muera en nuestros brazos". Profunda meditación expresada con una nobleza literaria poco frecuente, Menéndez Pelayo dio a esta obra el calificativo más justo al llamarlo "poema consolador".

Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].