Evaristo Pérez de Castro

(Evaristo Pérez de Castro y Colomera; Valladolid, 1769 - Madrid, 1849) Político y diplomático español. Fue diputado a Cortes (1814) y ministro de Estado durante el Trienio Liberal, y estuvo alejado de la política durante la Década Ominosa. Presidente del Ejecutivo (1838-1840) al frente de una coalición de moderados y progresistas, derivó hacia el moderantismo. La oposición a la ley de Ayuntamientos y la revuelta de Barcelona provocaron su dimisión y la caída de la regencia de María Cristina de Borbón.


Evaristo Pérez de Castro (detalle de un retrato de Goya)

Nacido en el seno de una familia burguesa, Evaristo Pérez de Castro cursó estudios superiores en la Universidad de Alcalá de Henares, y se inició en la carrera diplomática en 1796. Entre 1798 y 1799 fue oficial de la legación española en Viena, y entre 1800 y 1807 trabajó en la embajada del gobierno español en Lisboa en calidad de secretario. A su vuelta a Madrid fue oficial mayor de la Secretaría de Estado.

Al producirse la invasión de España por parte de las tropas de Napoleón Bonaparte, que poco después daría paso a la Guerra de la Independencia (1808-1814), la Junta Suprema nombrada por el rey Fernando VII antes de su cautiverio en Bayona le comisionó para que viajase precisamente allí con el objetivo de conocer de primera mano la situación del monarca. Al parecer, recibió de Pedro Cevallos Guerra (4 de mayo) dos decretos firmado por el rey con destino a la Junta Suprema y el Consejo de Castilla, en el primero de los cuales solicitaba a la Junta que, tras asumir la soberanía en su nombre, pues no gozaba de libertad, declarase la guerra a la Francia de Bonaparte.

Antes de que Evaristo Pérez pudiese enviar los decretos a Madrid, en la capital española se tuvo conocimiento de las abdicaciones de Bayona: Carlos IV y Fernando VII, padre e hijo, abdicaron del trono en favor del hermano de Napoleón, José I Bonaparte, intitulado rey de España. Acto seguido, la Junta Suprema fue disuelta y prácticamente en pleno juró su fidelidad al nuevo rey, ante lo cual tanto Evaristo Pérez como otros ministros decidieron ocultar a la opinión pública los mencionados decretos del rey.

Pero la victoria inesperada del ejército del general Francisco Javier Castaños en la Batalla de Bailén frente al ejército napoleónico (agosto de 1808) acabó de decidir a Pérez de Castro a unirse al bando patriota. Así, dio a conocer los decretos de Fernando VII a las nuevas autoridades de la Junta Central, que le encargó la misión en Portugal de afianzar la alianza con el Reino Unido para hacer frente al invasor francés. Durante su estancia en Lisboa su evolución ideológica hacia el liberalismo se aceleró con las lecturas del Semanario Patriótico de Manuel José Quintana y con la correspondencia que mantuvo con el primer ministro británico, lord Holland, protector de los liberales españoles.

Establecido junto con el Gobierno español en Cádiz, fue elegido diputado en las primeras Cortes gaditanas, en las que se desempeñó como secretario de mesa de las Cortes en su sesión inaugural (24 de septiembre de 1810), en la que éstas se reclamaron depositarias de la soberanía nacional y se proclamó la división de poderes (Decreto de Constitución de las Cortes). Evaristo Pérez de Castro fue además secretario y uno de los trece vocales que formaron la Comisión (presidida por Diego Muñoz Torrero) a la que las Cortes gaditanas encomendaron la redacción del borrador de lo que iba a ser la Constitución de 1812.

En el periodo constitucional de Cádiz, Pérez de Castro destacó sobremanera por sus dotes de orador, y cobró relevancia como una de las figuras del liberalismo en su facción menos radical. Fueron particularmente afortunados sus discursos en defensa de la libertad de imprenta y, especialmente, sobre las funciones y prerrogativas que debía tener un monarca constitucional. En ese sentido postuló que el rey debía tener algún tipo de veto sobre las leyes aprobadas en Cortes, tal como sucedía en el Reino Unido, si bien nunca dudó de que sus prerrogativas emanaban de la nación y no eran privativas del monarca. También sugirió que el rey podría tener la potestad de declarar la guerra o firmar la paz con potencias extranjeras, si bien dando cuenta siempre a las Cortes. En otros momentos defendió la existencia del bicameralismo, una opción de la que no era partidaria la mayoría de los diputados.

Tras el regreso de Fernando VII y finalizada la Guerra de la Independencia, fue nombrado de nuevo embajador en Londres, y luego en Viena, pero con el establecimiento de un absolutismo pleno por parte del monarca se vio obligado a abandonar la escena pública durante seis años. Gracias a la influencia de Pedro Cevallos y Francisco José García de León y Pizarro, entonces ministros, pudo sin embargo ejercer la diplomacia a partir de 1818 como encargado de negocios con las ciudades de la Liga Hanseática, con el cargo de cónsul y ministro residente en Hamburgo (1818).

En Hamburgo conoció no sólo el triunfo de la insurrección de Las Cabezas de San Juan, liderada por Rafael del Riego, que dio paso al Trienio Constitucional (1820-1823), sino también su nombramiento como secretario de Estado (puesto comparable al de presidente o primer ministro) en el primer Gobierno del nuevo periodo constitucional (18 de marzo). A él se debió el decreto del 23 de abril de 1820 que permitió el regreso a España de los afrancesados.

Durante su breve mandato (1820-1821) se esforzó con buenos resultados en dar una imagen de moderación ante las potencias europeas, en particular las potencias absolutistas, surgidas del Congreso de Viena con la voluntad de frenar cualquier intento revolucionario en Europa. Para ello decidió mantener una estricta neutralidad ante los movimientos insurreccionales de corte liberal que habían surgido en diversas partes de Italia. Ello le supuso el enfrentamiento con los denominados exaltados, quienes lo acusaron de endeblez doctrinal. Para evitar una nueva guerra, mantuvo el mismo espíritu conciliador con los Estados Unidos de América, negociando la entrega de la Florida a cambio de que los norteamericanos respetasen la posesión española de Texas. Tras cesar del cargo en marzo de 1821, se apartó del primer plano de la vida política durante el resto del Trienio.

En 1823, la invasión de España por la Santa Alianza (el ejército de los Cien Mil Hijos de San Luis dirigido por Luis Antonio de Borbón, duque de Angulema) liquidó la segunda experiencia constitucional en España, y con la subsiguiente reacción absolutista comenzó la Década Absolutista u Ominosa (1823-1833), segundo periodo ultraconservador del reinado de Fernando VII. Evaristo Pérez se vio obligado a exiliarse, residiendo durante diez años entre Bayona y Bagnères de Luchon (Francia). A la muerte del monarca en 1833, regresó a España y a la vida diplomática y política. Fue nombrado embajador en Lisboa (1834-1838), y hasta 1836 también tuvo escaño, por designación real, en el llamado Estatuto de los Próceres, una suerte de segunda Cámara o Cámara Alta surgida del Estatuto Real de 1834.

Tras la promulgación de la Constitución progresista de 1837 (que estuvo vigente hasta 1845), la reina regente María Cristina de Borbón-Dos Sicilias lo nombró presidente del Gobierno y ministro de Estado. Durante el mandato de Pérez de Castro (del 9 de diciembre de 1838 al 20 de julio de 1840) se firmó el Convenio de Vergara, inicio de las negociaciones para el fin de la Primera Guerra Carlista y símbolo de la victoria liberal. Las elecciones celebradas después del Convenio de Vergara, decretadas por Pérez de Castro en febrero de 1839 con la aspiración de conseguir una mayoría moderada más amplia, dieron no obstante el triunfo a los progresistas, que atacaron duramente a su gobierno. Pérez de Castro volvió a decretar la disolución de las Cortes y a convocar nuevas elecciones en el mes de octubre del mismo año, esta vez con mayor éxito.

Evaristo Pérez de Castro usó la iniciativa legislativa para presentar a las Cortes la Ley de Ayuntamientos de 1840. En ella, siguiendo los criterios centralizadores del modelo francés, se proponía la designación gubernamental (mediante el gobernador civil de la provincia) de los alcaldes, al tiempo que se restringía más aún el censo electoral local (el progresismo tenía entonces mayor fuerza en el ámbito puramente municipal y local).

La aprobación por las Cortes de la citada ley provocó numerosos incidentes populares, que culminaron con la revolución de julio de 1840 en Barcelona. Ello tuvo como resultado la caída del gobierno, la abdicación de la reina regente María Cristina (quien en un primer momento había apoyado a Pérez de Castro) y el ascenso al poder del general Baldomero Espartero, que al año siguiente pasó a detentar la regencia. Pérez de Castro hubo de exiliarse hasta que acabó la regencia de Espartero (1843), y aunque se hallaba ya alejado de la política activa, fue nombrado senador vitalicio en 1845 por deseo expreso de la reina Isabel II. Falleció en Madrid pocos años después, en 1849, a la edad de setenta y ocho años.

A Evaristo Pérez de Castro se debe la obra titulada Una correspondencia de Godoy con la reina María Luisa, publicada con documentos históricos (Madrid, 1814), que no es otra cosa que un conjunto de anécdotas sobre la “cercana” relación que mantuvieron la reina María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV de España, y el primer ministro Manuel Godoy, de la que fue testigo durante el año que pasó en Madrid (1807-1808) como oficial mayor de la Secretaría de Estado. Pérez de Castro fue además un estudioso de la filosofía política francesa e inglesa, y también un notable dibujante y pintor, hasta tal punto que en 1800 había sido nombrado miembro de honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].