Josep Maria de Sagarra

(Josep Maria de Sagarra i Castellarnau; Barcelona, 1894 - 1961) Poeta, dramaturgo y narrador español en lengua catalana que fue el autor más popular de la escena catalana durante las décadas de 1920 y 1930. Hijo de una linajuda familia oriunda de la comarca de La Segarra, su padre, Ferran de Sagarra i de Siscar, fue un notable historiador y arqueólogo especializado en sigilografía. La vocación literaria de Sagarra se manifestó desde su niñez: a los ocho años escribía versos y representaba comedias en su casa.


Josep Maria de Sagarra

Se educó con los jesuitas de Barcelona; uno de sus profesores, el P. Moreu, le alentó en su inclinación por la poesía. A los doce años vio publicados sus primeros versos, y en 1914 aparecía su primer libro: Primer llibre de poemes. Cursó la carrera de Derecho en la Universidad barcelonesa: entre sus amigos y condiscípulos se contaban los poetas Josep Maria López-Picó y Carles Riba. Fue presentado a Joan Maragall, quien adivinó en él a un gran poeta en ciemes. Su admiración y amistad por el autor de "La vaca cega" y por Josep Carner y por los mallorquines Joan Alcover y Miquel Costa i Llobera fortalecieron sin duda su vocación, a la que contribuyeron también las impresiones recibidas en su primer viaje a Italia en 1912.

Terminados sus estudios universitarios, se trasladó a Madrid con el propósito de prepararse para el ingreso en la carrera diplomática. Su estancia en la capital de España le permitió conocer y tratar algunas de las figuras más sobresalientes de las letras, las artes y la política del momento. Hacia 1917, abandonado su intento de entrar en la diplomacia, decidió consagrarse a la literatura y al periodismo.

Encargado por El Sol, de Madrid, de la corresponsalía en Berlín, pasó a Alemania, donde residió una larga temporada. De nuevo en Cataluña se entregó a una plena vida ciudadana y a una incansable actividad literaria y periodística, todo de signo netamente autóctono. Colaboró en los principales periódicos y revistas barceloneses en lengua catalana, singularmente en los diarios La Veu de Catalunya y La Publicitat, y más tarde en el semanario Mirador, en el que acreditó su rúbrica Aperitius, comentarios volanderos a toda suerte de actualidades, de un tono ácido y pintoresco; al mismo tiempo se lanzaba a la aventura teatral y frecuentaba las tertulias literarias en las que imponía su pronto y vivaz sentido de la sátira.

En los Juegos Florales de 1931 fue proclamado "mestre en gai saber". Por este camino, Sagarra pasó a ser una de las figuras más conocidas y relevantes de la sociedad barcelonesa. Sus frases cáusticas, sus versos de circunstancias, mordaces y goliardescos, corrían de boca en boca en cafés y salones: algunas de sus coplas, pequeñas obras maestras del género, aparecieron en el semanario satírico El be negre.

Concurría a todos los estrenos, conciertos, exposiciones y solemnidades de toda especie; mataba horas en las peñas, las redacciones, los camerinos, viajaba, a ratos hacía política, era un inveterado cliente de los buenos restaurantes y locales nocturnos, y la gente se preguntaba qué tiempo podía quedarle para escribir sus largas tiradas de versos, sus numerosos artículos, sus periódicas comedias, sus traducciones. Los chismosos, a menudo movidos por la envidia, se cebaban en su vida privada, y los "padres de familia" se escandalizaban ante ciertos falsos rumores. La verdad es que pocos vivieron con tanta intensidad el período inquieto, apretado, despreocupado, lleno de buenos y malos augurios de la Barcelona de entreguerras.

Semanas después de estallar la guerra civil (1936), Sagarra pasó a Francia, donde se casó con una catalana; desde París emprendió viaje de ocho o nueve meses a los mares del Sur. Fruto de esta excursión fueron los libros Entre l'Equador i els tròpics (poemas) y El camino azul (prosa, 1940), este último escrito en catalán, pero publicado en castellano. Terminada la guerra civil, Josep Maria de Sagarra regresó a Barcelona; entonces le tocó vivir unos años difíciles y oscuros, que dedicó a terminar la versión de la Divina Comedia, a la composición de un vasto poema sobre Montserrat y a la traducción de Shakespeare.

Hacia 1946 reanudó su actividad de comediógrafo y mucho tiempo después la de periodista, esta vez en castellano, especialmente en Destino y La Vanguardia. Por aquel entonces se acentuó en el poeta el viraje hacia la derecha, iniciado ya en los años que precedieron a la guerra civil; su actitud escéptica y libre quedaba al parecer corregida por un progresivo acercamiento a las ideas tradicionales y conservadoras. También son de observar en los últimos tiempos sus contactos con la intelectualidad conformista y oficial de Madrid, y sus esfuerzos por imponer su teatro en versiones castellanas. Al morir dejó inédita una comedia, la única que escribiera en castellano.

La poesía de Sagarra

Su obra poética, ya tan promisoria en el citado Primer llibre de poemes, continuó con El mal caçador (1916), tema legendario que prenuncia su Comte Arnau y con Cançons d'abril i de novembre (1918). Estas tres primeras colecciones revelaron a un poeta precoz, muy dotado, puro e instintivo, que se maravilla ante el espectáculo de la Naturaleza y se sumerge en ella. El lenguaje es luminoso, de sabor popular, y los temas son descriptivos: el campo, la montaña, el mar, la niñez en el hogar, un amor alegre sin dobleces ni inquietudes.

En 1922 publica el volumen Cançons de taverna i d'oblit, cuya composición empezó en Berlín, en el que se perfila un cambio de rumbo en la actitud vital y estética del poeta. Cesa el idealismo y aparece un escepticismo amargo, desgarrado y un erotismo de "enfant terrible". Siguen en el mismo tono Cançons de rem i de vela (1923) y Cançons de totes les hores (1925); en este último libro se observa un retorno a la balada y a lo popular de las primeras colecciones.

El conde Arnau (1928), en varios miles de endecasílabos, se basa en la famosa canción popular, que ya había sido glosada por Ángel Guimerà, Jacint Verdaguer y Joan Maragall. Se trata de un poema prolijo, con muchos pasajes borrosos e inertes y algunos momentos de logrado vigor expresivo; tal vez su máximo valor resida en la riqueza y propiedad del léxico de que el autor hace gala en las descripciones del bosque y la montaña. Siguió Poema de Nadal (1931), escrito en pocos días, espontánea y fresca evocación del misterio navideño, sencillo, folklórico, emocionado, de notables valores plásticos.

Sus tres últimos libros poéticos (La rosa de cristall, 1933; Àncores i estrelles, 1936 y el ya citado Entre l'Equador i els tròpics, 1941) acentúan el tono escéptico y crudo, y constituyen un intento poco feliz de aproximación a las corrientes nuevas. Queda el extenso Poema de Montserrat, esforzado canto a los valores religiosos, legendarios, históricos y naturales de la montaña sagrada de Cataluña; los resultados no corresponden, en términos generales, al magno y noble propósito.

Su obra dramática

Parece ser que Ignasi Iglésias y Pere Coromines animaron a Sagarra a escribir para la escena. De 1918 es su primer estreno: Rondalla d'esparvers, drama romántico con ecos de Gabriele D'Annunzio y punto de arranque de un largo y casi ininterrumpido quehacer teatral que perdurará a través de más de cuarenta años, durante los cuales la producción de Sagarra -que comprende cerca de cincuenta obras estrenadas, sin contar las traducciones- llenó en gran parte la vida escénica catalana de Barcelona y de Cataluña entera.

Dramas y comedias de inspiración popular o patriótica, farsas al modo de Molière, escenas rurales y ciudadanas, casi siempre situadas en el ochocientos -masías, tabernas, posadas, salones isabelinos-, historias sentimentales, presididas muy a menudo por una figura de mujer, entre románticas y realistas, expresadas en un lenguaje que regurgita metáforas de vaga inspiración popular, y en versos fáciles, sonoros, restallantes, fuertes hasta el desgarro o tiernos hasta el idilio, con verdaderas arias -incluido el calderón-, a cargo de la primera dama o del galán, en las que se centra el meollo del episodio o los sentimientos que dominan al personaje, y con las que se solicita, y casi siempre se obtiene, la admirada atención y el aplauso de un público sencillo y bien dispuesto, afecto todavía a la tradición de Serafí Pitarra y de Ángel Guimerà; he aquí, en resumen, lo más característico de esta dramática anacrónica y despreocupada, pero brillante, amenísima, llena de colorido.

Después de la guerra civil, Sagarra, que llegaba de París, intentó poner su teatro al día y escribió dos comedias dramáticas, La fortuna de Silvia y Galatea, en las que hombres y mujeres de nuestro tiempo hablan en prosa y se debaten entre problemas contemporáneos. Desgraciadamente, nuestro autor no perseveró en la nueva dirección y reincidió en los antiguos modos, que fueron los que le proporcionaron sus grandes éxitos populares. Últimamente triunfó con una obra de tema actual, La ferida lluminosa (1955), de trama basta y efectismos melodramáticos; este drama fue aplaudido también en Madrid, traducido por José María Pemán, y pasó luego a la pantalla.

Las producciones posteriores revelan cierto cansancio o son simples adaptaciones (del Avaro de Molière, en El senyor Perramon, y de El casamiento de Gogol, en El fiscal Requesens). De la extensa obra escénica de Sagarra destacaríamos tal vez La filla del Carmesí, entre las comedias de inspiración popular, y La plaga de Sant Joan u otra parecida, entre las farsas de ascendencia molieresca.

Obra en prosa

Como narrador su obra más considerable son las Memòries (1954, edición castellana en 1957), en las que el autor recoge recuerdos familiares y personales, comprendidos dentro del primer cuarto de este siglo. De sus tres novelas, Paulina Buxareu (1919), Ajo y salobre (1929) y Vida privada (1930), sólo la segunda, erótica, realista, de ambiente marinero, se salva del olvido. Vida privada, que es con mucho la más divulgada, fue en su momento piedra de escándalo por el atrevimiento en la exposición de las prácticas sexuales "inconfesables" de sus protagonistas, descendientes de la antigua nobleza rural y miembros de la nueva burguesía barcelonesa. También recogió en tres volúmenes (Café, copa i puro, Aperitius y Cola de gallo) crónicas y trabajos periodísticos.

Su obra de traductor es importante. La versión rimada de la Divina Comèdia le ocupó largos años; es extremadamente cuidada, circunstancia digna de destacarse en un escritor como Sagarra, rápido y expeditivo, poco dado a la lenta elaboración y a las pacientes revisiones. En cambio su traducción de treinta obras de Shakespeare es desigual y en no pocos pasajes muy discutible; con demasiada frecuencia el traductor ha prestado al inglés el lenguaje metafórico difuso y desmesurado, con más sonoridad y color que fibra, de un teatro original.

El conjunto de la producción sagarriana impresiona por su volumen, por el curso "fluvial", que jamás desfallece, y por la proyección popular que ha alcanzado. Sagarra fue un eficaz divulgador de poesía con sus composiciones líricas y épicas y sobre todo con su teatro. La notoriedad del poeta fue extraordinaria, singularmente hasta 1936. Escritor vuelto hacia el pasado, profuso, de gran aliento verbal, su obra constituye una excepción en los tiempos en que la poesía suele cuajar en piezas breves y escuetas y en que la dramática plantea problemas de actualidad palpitante o presenta figuras de la nueva filosofía en formas antirretóricas y más bien esquemáticas. Sagarra murió en plena actividad, si bien algo distanciado de la genuina realidad de su país y de su tiempo; con todo conservó hasta el último momento la reluciente aureola de poeta popular -el más popular en Cataluña después de Verdaguer- a lo que tal vez no dejó de contribuir la sugestión de una vida casi legendaria de bohemio de altura y de aristócrata nato.

Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].