Francesco Albani

(Bolonia, 1578 - id., 1660) Pintor italiano. Influido por los Carracci, trabajó en Roma y en Bolonia. Sus obras mitológicas, impregnadas de sentimentalismo, fueron muy apreciadas. Rafael y Guido Reni (con quien trabajó en Montecavallo) nutrieron con posterioridad su clasicismo.


Autorretrato de Francesco Albani

Francesco Albani se formó en su ciudad natal con el manierista flamenco Denijs Calvaert y luego en el taller de los Carracci, participando en las ambiciosas empresas decorativas que los hermanos Carracci llevaron a cabo entre 1597 y 1600. En 1602 se estableció en Roma con Annibale Carracci, quien le ocupó ampliamente en sus realizaciones de esos años en la Galería Farnesio y, sobre todo, en los frescos de la iglesia de Santiago de los Españoles, realizados durante la grave enfermedad de Annibale en 1605-1607.

Conforme crecía su prestigio, en cierta pugna de rivalidad con el joven Guido Reni, Albani trabajó abundantemente en Roma y Bolonia, tanto al fresco (ábside de Santa María de la Paz en Roma, 1611-1614) como al óleo sobre lienzo, donde iría desarrollando aquel tipo personal de cuadro de caballete de asunto mitológico que le haría famoso; la serie sobre los cuatro elementos (1622, Museo de Turín), Apolo y Dafne (1615, Museo del Louvre) o El rapto de Europa (1630, Galería de los Uffizi) son algunos ejemplos emblemáticos.

La década 1620-1630 fue la más fecunda y afortunada de esta actividad suya, realizando las piezas más notables de toda su producción para todas las casas principescas de Italia. Había abierto un taller propio en Roma, pero en 1635 se estableció definitivamente en Bolonia, donde creó sus más ambiciosas composiciones de altar, además de pinturas alegóricas y paisajes idílicos. De considerable longevidad, repitió monótonamente sus motivos hasta su fallecimiento.


El tocador de Venus, de Francesco Albani

Lo más característico del estilo de Francesco Albani y sus mejores aciertos hay que buscarlos en su gusto casi helenístico por los temas de mitología erótica o serena (como en El tocador de Venus o en El juicio de Paris, ambas en el Museo Nacional del Prado de Madrid), sentidos en una atmósfera de refinada sensualidad lírica, fundido con frecuencia a un paisaje umbroso unas veces, con una especie de añoranza veneciana, y bañado otras en una claridad dorada que envuelve y aterciopela sus amorcillos risueños.

Las composiciones religiosas, a veces frías y desprovistas de auténtica unción, se salvan, sin embargo, por la serena belleza del esquema compositivo y la noble dignidad de sus modelos, en los cuales resucita algo del ideal de belleza de Rafael, que siempre le inspiró y que determina buena parte de su éxito y de sus imitaciones en el siglo XVIII, que hizo de él uno de los grandes ideales de su estética entre neoclasicista y rococó. Alguna de sus obras más populares, como la Guirnalda de amorcillos danzantes (Milán, Pinacoteca Brera), se cuentan entre las más copiadas e imitadas a lo largo de los siglos XVIII y XIX, así como entre las que han movido más páginas de comentario lírico hasta el romanticismo.

Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].