Antonio Mira de Amescua

(Guadix, Granada, 1574-1644) Escritor español que descolló en el género dramático con decenas de obras de carácter vario: autos sacramentales y comedias bíblicas, de santos, de historia extranjera y nacional, de intriga y de costumbres. Siguió en sus comedias el modelo creado por Lope de Vega, con una ornamentación culterana en el estilo y acentuando la complejidad argumental con la acumulación de personajes y acciones.


Posible retrato de Mira de Amescua

Hijo natural de dos jóvenes de linaje aristocrático, Melchor Amescua y Mira y Beatriz de Torres y Heredia, Antonio Mira de Amescua se crió en la casa paterna. Cursó estudios de gramática en su ciudad natal y de cánones y leyes en la Universidad de Granada, y cultivó la poesía y el teatro desde temprana edad: como comediógrafo fue citado ya en el Viaje entretenido (1602) de Agustín de Rojas Villandrando, y de sus poesías primerizas se conoce la dedicada al saqueo de Cádiz por la escuadra inglesa de Francis Drake, recogida por Pedro de Espinosa en su antología Flores de poetas ilustres (1605).

Ordenado sacerdote en el año 1600, nueve años después tomó posesión de un beneficio en la capilla de los Reyes Católicos de la catedral granadina, cargo para el que fue propuesto por el rey Felipe III. Hombre de difícil carácter, pasó varios días recluido en esa seo por abofetear a uno de los canónigos. Al año siguiente viajó a Italia como miembro del séquito de Pedro Fernández de Castro Andrade, conde de Lemos, y fundó en Nápoles el círculo literario conocido como Academia de los Ociosos.

De nuevo en España, Mira de Amescua fijó su residencia en Madrid, dedicándose por completo a su vocación literaria y, al mismo tiempo, haciendo dejación de los deberes presbiteriales contraídos en Granada, para disgusto del obispado de aquella ciudad. Capellán del cardenal-infante Fernando de Austria desde 1622, desempeñó también las funciones de censor literario, aprobando el mismo año la primera parte de las comedias de Juan Ruiz de Alarcón. Durante diez años estuvo entregado a la creación artística, hasta 1631, cuando se retiró a Guadix tras conseguir un nombramiento de arcediano.

Como dramaturgo, Mira de Amescua suele ser descrito como un notable discípulo de Lope de Vega, de quien sigue las pautas compositivas y el gusto por el costumbrismo y las tramas de enredo; pero sus obras, influidas por el movimiento culterano, fueron más esteticistas. El prestigio de Mira de Amescua, cimentado por los elogios que de él hicieron Lope de Vega en el Laurel de Apolo y Miguel de Cervantes en el Viaje al Parnaso, rebasó las fronteras españolas y se propagó por toda Europa, especialmente en Francia, donde Pierre Corneille adaptó algunas de sus obras.

Se deben a Mira de Amescua unas sesenta obras teatrales, que incluyen tanto autos sacramentales como comedias. Algunos títulos destacados en el grupo de los autos sacramentales son La jura del príncipe, El heredero, El sol a medianoche, La mayor soberbia humana (cuyo protagonista es el rey Nabucodonosor) y Las pruebas de Cristo, que sirvió de inspiración para Las órdenes militares de Calderón de la Barca.

En el otro grupo encontramos comedias bíblicas y hagiográficas como Los prodigios de la vara, El esclavo de Jäel, La mesonera del cielo y El esclavo del demonio; comedias históricas o legendarias, de las que cabe citar La rueda de la Fortuna, La desdichada Raquel, Obligar contra su sangre y El conde de Alarcos, a imitación de la obra homónima de Guillén de Castro; y comedias de enredo y costumbristas, entre las que sobresalen Lo que puede una sospecha, La tercera de sí misma, La casa del tahúr, La Fénix de Salamanca (brillante descripción del Madrid del siglo XVII), Galán, valiente y enamorado (en la que basó Juan Ruiz de Alarcón su Examen de maridos) y No hay burlas con las mujeres, en la que planteó el tema de la mujer defensora de su propio honor, que adquiriría gran importancia en Francisco de Rojas Zorrilla.

Su obra maestra, El esclavo del demonio, se sirve de la antigua leyenda de fray Gil de Santarem para plantear el dilema teológico sobre el alcance de la predestinación y el libre albedrío. El protagonista es un ermitaño que pena en la soledad sus viejos pecados. Enamorado de una mujer joven, el anacoreta invoca al Maligno para poseerla, y a cambio le entrega su alma. Pero el diablo le engaña: cuando el ermitaño abraza a la que cree su amada, descubre que tan sólo se trata de un esqueleto. Arrepentido de su falta, cae al suelo implorando el perdón divino, que al punto es concedido. Como en todas las comedias de tema similar del Siglo de Oro español, se rechaza la idea protestante de la predestinación y, frente a ello, se exalta el valor del arrepentimiento y la infinita bondad y misericordia de Dios.

Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].