Leonardo da Vinci

 
La Última Cena. Es proverbial la lentitud con que realizaba sus pinturas el genial Leonardo. Sólo en La Última Cena invirtió diez años, permaneciendo ocupado en ella desde 1488 a 1498. Este fresco, pintado en el refectorio del Convento de Santa María delle Grazie de Milán, es sin duda una de las obras capitales de todo el Renacimiento. Se trata de una pintura monumental, situada sobre el muro que preside el refectorio de los monjes.

La Última Cena alude al momento en que Cristo anuncia a sus apóstoles que uno de ellos va a traicionarle. Leonardo da Vinci plantea una escena inserta en una estancia fingida, que se desarrolla como una continuidad de la estancia real que la contiene. Situada a la altura del ojo del espectador, el espacio se representa mediante la utilización de la geometría y los puntos de fuga. Incredulidad, rabia y emoción son algunos de los sentimientos que asaltan a los personajes; las figuras se disponen en grupos de tres, a un lado y otro de la mesa, conversando y gesticulando en torno a una figura central, Jesucristo, que, con los brazos abiertos, da la sensación de que calla. Se capta el anuncio de la traición y la institucionalización de la Eucaristía.

Deteriorada desde muy pronto por problemas de secado de la pintura, el fresco fue sometido ulteriormente a una devastadora incuria: una puerta fue abierta para que las viandas llegaran con más celeridad desde la cocina al refectorio, destruyendo de ese modo la parte inferior de la representación, y un bombardeo dañó el edificio durante la Segunda Guerra Mundial, arruinando en gran medida esta incomparable obra maestra. A pesar de su lamentable estado de conservación, aún es posible observar la magnitud del genio leonardesco, tanto en la originalidad con que aborda el tema como en su perfecta composición.