Pablo Neruda

La poesía de Pablo Neruda

Cualesquiera que sean las objeciones que pueda suscitar su posición política y el efecto de la misma sobre su obra, Pablo Neruda es, sin duda, el poeta de mayor prestigio de Hispanoamérica y uno de los valores excepcionales de la poesía continental americana. Su poesía ejerció una enorme influencia que ha sido particularmente perceptible en la poesía chilena moderna, ya en su aspecto social (Efraín Barquero, Gonzalo Rojas) ya por profundizar en los parajes poéticos descubiertos por Neruda (Juvencio Valle o Miguel Arteche). Pero la importancia de Pablo Neruda dentro de la poesía americana es semejante a la que en su tiempo tuvo Rubén Darío; como el nicaragüense, también Neruda ha influido hondamente en todo el ámbito hispano, incluyendo la poesía española contemporánea.

Los inicios

Como rasgo de conjunto, la obra de Pablo Neruda se caracteriza desde un punto de vista estilístico por la audacia verbal y la originalidad. Las formas simbolistas y modernistas las representa primordialmente el libro Crepusculario (1923). Pero pronto su poesía empieza a tener un valor excepcional y surgen las formas que habrán de ser genuinas en obras como El hondero entusiasta (escrito hacia 1923, pero no publicado hasta 1933), Tentativa del hombre infinito (1925) y Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924). Hay en estos poemas una actitud sentimental. El poeta exalta la mujer, la angustia, la tristeza, la ausencia y el recuerdo.


Pablo Neruda

Son todavía poemas autobiográficos y están invadidos por una gran melancolía: "Puedo escribir los versos más tristes esta noche"; el poeta canta la soledad acompañada sólo de sus palabras, antes de que la llenara el recuerdo de la amada: "Antes que tú poblaron la soledad que ocupas / y están acostumbradas más que tú a mi tristeza"; la desesperación: "Soy el desesperado, la palabra sin ecos, / el que lo perdió todo y el que todo lo tuvo"; la tristeza: "He dicho que cantabas en el viento / como los pinos y como los mástiles. / Como ellos eres alta y taciturna. / Y entristeces de pronto, como un viaje".

Pero además de ese acento de infinita melancolía, ya en estas obras Neruda da una dimensión cósmica, desmesurada, a los términos de comparación: "Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos, / te pareces al mundo en tu actitud de entrega". Cualquier sensación queda siempre vinculada a un elemento, a un acontecimiento cósmico. Arrastrado por su impetuosidad, el poeta buscará la comparación con todo lo que sea grande: montañas, ríos, viento, mar, fuego, noche. La amiga encontrada en el crepúsculo conservará el fuego del día que acaba de fenecer ("llena de las vidas del fuego, / pura heredera del día destruido"), o las raíces de la noche crecerán de súbito desde su alma.

Al lado de estas imágenes grandiosas encontramos otras con elementos concretos y materiales, como si el poeta procurara evitar a toda costa la idealización en un afán por mantenerse dentro de lo elemental: "Para sobrevivirme te forjé como un arma, / como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda", "cuerpo de piel, de musgo", "brazos de piedra", etc. Esta fuerza elemental y cósmica es lo que proporciona interés a esta poesía. La amada llega a confundirse, en la pasión del poeta, con la tierra: "Mi cuerpo de labriego salvaje te socava / y hace saltar al hijo del fondo de la tierra", "En ti los ríos cantan y mi alma de ellos huye". Así, Neruda busca siempre la materialización de sus sensaciones, ya sea en cosas muy concretas, ya sea en imágenes gigantes: la amada tendrá ojos oceánicos; jugará con la luz del universo; el amor tendrá lugar bajo el viento ("Innumerable corazón del viento / latiendo sobre nuestro silencio enamorado"). Pero a su vez las palabras serán como las yedras, los besos como un vestido, la cabeza un racimo, etcétera.

Y, junto a todo ello, la imagen centelleante, de clara procedencia modernista: "las flechas latientes de los pájaros", las palabras adelgazadas "como las huellas de las gaviotas en las playas", la noche que desparrama "espigas azules" sobre el campo, la comparación de la amada con una "abeja blanca", la alegría del canto como "un campanario en las manos de un loco", los crepúsculos como "abanicos gigantes", "cruces azules", "árboles de luz", "sonrisa del agua". Toda esta poesía de raíz romántica se caracteriza por su profundidad y por su desesperación. Hay en ella algo que nos anuncia ya al poeta de Residencia en la Tierra: la angustia constante, la violencia, los saltos de un concepto a otro, la falta de transición entre las situaciones. También lo que se ha llamado "feísmo" se anuncia ya en estos poemas.

Residencia en la Tierra

Con la aparición de Residencia en la Tierra cambia completamente el panorama de la poesía de Pablo Neruda: se torna difícil y hermética. El filólogo Amado Alonso puso en claro los problemas de Residencia en la Tierra en su obra Poesía y estilo de Pablo Neruda. Interpretación de una poesía hermética (1940). De acuerdo con Amado Alonso, y al contrario de los anteriores, Residencia en la Tierra es un libro de poesía objetiva, en el sentido de que, aunque el poeta nos ofrezca su propia visión del mundo, lo hace sin mezcla de situaciones personales, sin hacer autobiografía.

La soledad, la desesperación, la angustia, se acentúan en estos poemas; el autor ve el mundo como un naufragio total, como una destrucción constante, como una desintegración incontenible. La retina del poeta ("como un párpado atrozmente levantado a la fuerza") ve cómo todo fluye ("agua feroz mordiéndose y sonando") hacia la muerte y la descomposición: las cosas más heterogéneas, en su misma heterogeneidad, no hacen sino representar al universo todo: "Como cenizas, como mares poblándose, / en la sumergida lentitud, en lo informe, / o como se oyen desde lo alto de los caminos / cruzar las campanadas en cruz, / ... y el perfume de las ciruelas que rodando a tierra / se pudren en el tiempo, infinitamente verdes".

"No hay página de Residencia en la Tierra (dice Amado Alonso) donde falte esta terrible visión de lo que se deshace... Los ojos de Pablo Neruda son los únicos en el mundo constituidos para percibir con tanta concreción la invisible e incesante labor de autodesintegración a que se entregan todos los seres vivos y todas las cosas inertes, por debajo y por dentro de su movimiento o de su quietud. Son los únicos condenados a ver el drama "del río que durando se destruye", verso espléndido donde se encierra la imagen definitiva de esta dolorosa visión de la realidad".

Las cosas se empujan a sí mismas y el poeta intenta expresar y describir este caos; de ahí esta imagen múltiple que encontramos constantemente en sus composiciones. La poesía se hunde en la misma materia y se deja arrebatar por ella: "o sueños que salen de mi corazón a borbotones, / polvorientos sueños que corren como jinetes negros, / sueños llenos de atrocidades y desgracias". Así surge esta poesía tumultuosa, de alucinación, de urgencia y de aluvión. Estas materias, además, están ya rotas, polvorientas, sucias, desvencijadas. Por este motivo se ha calificado de "feísta" a esta poesía.

Residencia en la Tierra es una visión de la realidad y del mundo muy parecida a ciertas formas de la pintura vanguardista. Amado Alonso nota acertadamente que en este período de la poesía de Pablo Neruda hay un predominio del sentimiento sobre la realidad, es decir, que el sentimiento del poeta pugna por encontrar una imagen o comparación en el mundo real, comparación que a menudo sale fragmentada, barajada o caótica. Por esta razón su poesía está llena de incoherencias "objetivas y racionales".

El poeta se ve obligado a repetir, a precisar, porque él mismo tiene conciencia de que la representación del sentimiento no es como debería ser: vemos cómo intenta expresar una sensación a base de dos, tres y hasta cuatro imágenes, en busca siempre de una precisión, de una representación adecuada. Sus poemas son a la vez borradores y lecciones definitivas que nos ilustran acerca de su quehacer poético y de cómo la palabra va penetrando en la realidad. El mismo poeta dice: "pero de otra manera", "no sé si se me entiende", "pero no es eso", cuando se da cuenta de que no acierta. Ahora bien, esta incoherencia, estas "imágenes ensayadas" (como las llama Amado Alonso) constituyen la visión que del mundo tiene Neruda, constituyen lo esencial de su poesía. El poeta no podría expresarse de otra manera: tiene que atender a lo caótico, al tumulto de las cosas, a las sensaciones simultáneas.

La técnica estilística de Pablo Neruda tiene su origen en el surrealismo: imágenes ilógicas, símbolos oscuros, enumeración caótica, libres asociaciones. Todo ello unido a su peculiar visión del mundo y a su sintaxis hace de esta obra un caso digno de la mayor atención. Pueden destacarse de Residencia en la Tierra los poemas "Galope muerto", "Arte poética", "Entierro en el Este", "El fantasma del buque de carga", "Barcarola", "Enfermedades en mi casa", "Oda con un lamento", "Entrada a la madera", "Apogeo del apio", "Estatuto del vino", "Oda a Federico García Lorca" y "El reloj caldo en el mar". Residencia en la Tierra es un libro esencialmente materialista (como lo indica el título). El poeta, como ya hizo en obras anteriores, evita siempre idealizar y sus comparaciones o tienen un carácter gigantesco, desmesurado y monstruoso o se refieren a cosas cotidianas, vulgares, que dentro del ímpetu que lleva en sí esta poesía adquieren un extraño valor simbólico y nos sumergen en una atmósfera angustiosa. Muchos de los poemas de Residencia en la Tierra tienen un carácter eminentemente social, y su preferencia por las cosas vulgares y cotidianas prenuncian ya al poeta de las Odas elementales. Podríamos decir que Neruda canta, en este libro, las cosas vulgares con tono épico.

Canto General

Esta característica continuará en los primeros poemas del volumen titulado Tercera Residencia. Pero en los poemas "Las furias y las penas", "Reunión bajo las nuevas banderas", en España en el corazón y en los poemas alusivos a la Segunda Guerra Mundial incluidos en Tercera Residencia, Neruda encuentra la materia para su canto épico: a partir de este momento, el poeta será el cantor del movimiento comunista. Sus cantos tendrán la grandeza de la lucha, del fuego y del fervor incondicional. Esta poesía comprometida fluye directa, sin las vacilaciones de Residencia en la Tierra, llena de exclamaciones y de imágenes deslumbrantes. El universo de Pablo Neruda tiene ya un sentido, su poesía propone un ideal.

Pero donde Pablo Neruda llega a la total posesión del objetivo bajo la forma de un ideal es en el extenso poema Canto General, terminado de escribir en 1949. El poema se divide en quince partes. En la primera, "La lámpara en la tierra", canta el nacimiento de la vegetación en las tierras americanos: el jacarandá, la araucaria, los alerces, el ceibo, el tabaco ("El tabaco silvestre alzaba / su rosal de aire imaginario"), el maíz ("Como una lanza terminada en fuego, / apareció el maíz"); la aparición de las bestias, de los pájaros; la formación de los ríos ("Amada de los ríos, combatida / por agua azul y gotas transparentes, / eras tatuada por los ríos"), de los minerales y de los hombres.

Esta primera parte es el canto de la formación de América, y tiene toda la grandeza que merece el tema. El tono épico aparece constantemente transitado por formas de un exquisito lirismo. Toma semejante desarrollo la segunda parte, "Alturas de Macchu Picchu", exaltación de la naturaleza ya formada, pero todavía virgen, de la América amada por el poeta: "más abajo, en el oro de la geología, / como una espada envuelta en meteoros, / hundí la mano turbulenta y dulce / en lo más genital de lo terrestre". Estas alturas son símbolo de la pureza perdida, son lo más representativo del continente: "Puse la frente entre las olas profundas, / descendí como gota entre la paz sulfúrica, / y, como un ciego, regresé al jazmín / de la gastada primavera humana". El tema de la América virginal e intacta se repetirá en Odas elementales.

La tercera parte lleva por título "Los Conquistadores": esta América pura e intacta es destruida por los conquistadores. El poeta los acusa duramente y los insulta: a Hernán Cortés, a Pedro de Alvarado, a Jiménez de Quesada o a Pedro de Valdivia, porque a su parecer sumergieron las tierras americanas en una profunda agonía. Viene a continuación la exaltación de "Los libertadores", título de la cuarta parte. Neruda pondera la acción de los primeros indígenas (Cuauhtémoc, Caupolicán, Lautaro), de los insurrectos del siglo XIX (Bernardo O'Higgins, José de San Martín, Antonio José de Sucre, José Martí) y de los líderes del Partido Comunista. "La arena traicionada", quinta parte, es un alegato contra todos los que, a juicio del poeta, han intentado corromper América: dictadores, poetas, literatos, diplomáticos, exploradores o compañías anónimas. La sexta, titulada "América, no invoco tu nombre en vano" desarrolla temas parecidos al canto anterior.

"Canto general de Chile" es el título de la séptima parte y constituye una evocación de la patria, de los amigos y de las luchas, mientras que la octava, "La Tierra se llama Juan", contiene piezas dedicadas a los revolucionarios, que el poeta, en el poema final, simboliza en Juan, el trabajador anónimo. En la novena, "Que despierte el leñador", Neruda se pronuncia contra los dictadores y la influencia tutelar americana. La décima, "El fugitivo", se ocupa el destierro y de la peregrinación del poeta. "Las flores de Punitaqui", undécima parte, trata problemas enfocados desde el punto de vista social; la duodécima, "Los ríos del canto", contiene cartas y conmemoraciones, y la decimotercera, "Coral de Año Nuevo para la patria en tinieblas", es a la vez recuento de luchas e invitación al combate.

En la parte decimocuarta, "El gran océano", el poeta retoma el canto a América, a su grandeza, a su vegetación y geografía, y en el decimoquinto,"Yo soy", da fe de sí mismo y de sus actividades. Cierran este canto y el libro unos testamentos ("Dejo a los sindicatos / del cobre, del carbón y del salitre / mi casa junto al mar de Isla Negra"), unas disposiciones ("Compañeros, enterradme en Isla Negra, / frente al mar que conozco"), y un "explicit" donde declara la causa del canto y la fecha en que fue terminado.

Última etapa

Canto general es un libro complejo, con toda la grandeza que tiene la poesía de Neruda, pero a la vez con todo el lastre que lleva siempre la poesía comprometida. A partir del Canto la obra de Neruda parece emprender un nuevo rumbo. Desde Todo el amor (1953), poema puramente amoroso, pasando por Las uvas y el viento (1954), que levantó polémicas (lo escribió en Capri y canta "la libertad del viento, la paz entre las uvas", con absoluta sencillez y sin olvidarse de sus ardientes alusiones políticas), parecía en busca de un nuevo tono que se afirmó en las Odas elementales (1954) y en Nuevas odas elementales (1955), obras que inician una especie de tercera época en la poesía nerudiana, En un lenguaje perfectamente accesible, Neruda se convierte en un poeta sencillo y afable que celebra los seres humildes y los objetos cotidianos. Como indican sus títulos, el autor canta las cosas simples y elementales: la alcachofa, el cobre, la cebolla, el caldillo de congrio, el hilo, la madera, la pobreza, el tomate, el traje, el aceite, los calcetines, el jabón, la lagartija, la papa.

Parece como si las cosas desvencijadas, polvorientas, en estado de desintegración, que aparecían en Residencia en la Tierra, cobraran de pronto su plena personalidad, afirmaran su ser, su necesidad de existir. Neruda llega en estas Odas a la total conquista de lo objetivo. El poeta las canta en función de la necesidad que tiene el hombre de ellas y, por tanto, estas Odas son auténtica poesía social. Les queda todavía algo del aire marcial del poeta de Tercera residencia y de Canto general. Y junto a los temas enunciados encontramos desarrollados otros que parecían insospechables: el aire, el amor, la flor, la claridad, el día feliz, la alegría, la esperanza, el otoño, la poesía, la sencillez, la tranquilidad, el verano, la vida, las estrellas, la luna.

Una de las odas que mejor explican esta transformación del poeta es la titulada "Oda a la alegría": "Te desdeñé, alegría. / Fui mal aconsejado. / La luna / me llevó por sus caminos. / Los antiguos poetas / me prestaron anteojos / y junto a cada cosa / un nimbo oscuro / puse / ... equivoqué mis pasos / y hoy te llamo, alegría. / ... ¡Contigo por el mundo! / ¡Con mi canto! / ... No se sorprenda nadie porque quiero / entregar a los hombres / los dones de la tierra / porque aprendí luchando / que es mi deber terrestre / propagar la alegría. / Y cumplo mi destino con mi canto". Algunas de estas odas son puros juegos, otras son exaltaciones de la naturaleza americana (especialmente las dedicadas a los pájaros).

Neruda empieza narrando un hecho minúsculo para ascender, a través de una expresión sencilla y de un metro corto, a deslumbrantes comparaciones; así en "Oda al libro" (II): "Libro / hermoso, / libro / mínimo bosque, / hoja / tras hoja, / huele / tu papel / a elemento, / eres / matutino y nocturno, / cereal, / oceánico...". Algunas de estas odas están dedicadas a poetas: a César Vallejo, a Jorge Manrique, a Rimbaud y a Walt Whitman. He aquí cómo interpreta a Jorge Manrique: "Adelante, le dije, / y entró el buen caballero / de la muerte. / Era de plata verde / su armadura / y sus ojos / eran / como el agua marina. / Sus manos y su rostro / eran de trigo. / ... tus estrofas. / De hierro y sombra fueron, / de diamantes / oscuros / y cortadas / quedaron / en el frío / de las torres / de España, / en la piedra, en el agua, / en el idioma". Y Neruda contrapone su estilo al del clásico, a quien hace afirmar que si ahora cantara de nuevo, "No a la muerte / daría / mi palabra"..."Es la hora / de la vida". Frente a la actitud de Residencia en la Tierra, las Odas elementales son una afirmación de vida y de esperanza y se cuenta entre las obras más valiosas del gran poeta chileno. A fines de 1957 apareció en Buenos Aires el Tercer libro de Odas elementales, que sigue la tónica que caracteriza los anteriores.

Con una tendencia a superar el hermetismo de sus primeros libros e inclinado a la simplificación, pero sin rehuir los temas políticos, su obras siguió enriqueciéndose con nuevos títulos: Nueva residencia en la tierra (1956), Estravagario (1959), Navegaciones y regresos (1959) y los Cien sonetos de amor (1959) dedicados a Matilde Urrutia. Ya en 1957 se habían publicado en Santiago de Chile sus Obras completas, en un lujoso tomo de 1265 páginas que, según Homero Castillo, se consideró "el acontecimiento editorial del año".

Le siguieron, ya en la década siguiente, Canción de gesta (1960), Piedras de Chile (1961), Plenos poderes (1962), Memorial de Isla Negra (1964), Artes de pájaros (1966), Una casa en la arena (1966) La Barcarola (1967) y Las manos del día (1968). De 1967 es la obra teatral Fulgor y muerte de Joaquín Murieta. Sus últimos volúmenes publicados fueron Fin del mundo (1971), La espada encendida (1971), Las piedras del cielo (1971) e Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena (1973). Entre sus obras póstumas merecen destacarse sus memorias, Confieso que he vivido, que fueron publicadas en 1974.

Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].