Anaxágoras
(Clazómenas, actual Turquía, 500 a.C. - Lámpsaco, id., 428 a.C.) Filósofo griego. Junto con Empédocles y Demócrito, es el principal representante del eclecticismo pluralista que intentó conciliar las tesis contrapuestas de las dos grandes figuras de la filosofía presocrática, Parménides y Heráclito. Anaxágoras postuló como arjé o principio constitutivo de las cosas una pluralidad de partículas materiales inmutables, las homeomerías, que, por acción de un nous o inteligencia ordenadora, pasaron de un caos original a constituir la multiplicidad de seres observables en el mundo físico.
Anaxágoras de Clazomene
Nacido en Clazómenas, ciudad griega del Asia Menor fundada por unos refugiados de Mileto, Anaxágoras se trasladó en su juventud a Atenas, donde residiría por espacio de unos treinta años. Allí se dedicó a la enseñanza (se dice que entre sus discípulos figuraron el gran estadista Pericles y el dramaturgo Eurípides, y tal vez Sócrates), y gozó de la protección de Pericles cuando éste pasó a dirigir los destinos de la ciudad.
Por una acusación promovida por Cleón, Anaxágoras fue sometido a un proceso de impiedad a causa de ciertas atrevidas teorías astronómicas. Afirmaba, entre otras cosas, que el Sol no era un dios, sino una masa de fuego incandescente, y que era más grande que el Peloponeso (en sus explicaciones acerca del origen de los astros, por otra parte, se ha podido ver casi una anticipación a las hipótesis de Kant y de Laplace).
Según los testimonios de la época, sin embargo, la motivación real del proceso fue su afinidad con Pericles. Condenado a muerte, Anaxágoras buscó la salvación en la fuga, ayudado por Pericles, y se trasladó a Lámpsaco, donde abrió una nueva escuela y falleció unos años más tarde. Anaxágoras de Clazomene expuso sus ideas en la obra Sobre la naturaleza, de la que sólo se conservan algunos fragmentos; pero poseemos los resúmenes y comentarios a sus doctrinas trazados por Platón, Aristóteles y Teofrasto, entre otros.
La filosofía de Anaxágoras
El pensamiento de Anaxágoras se sitúa dentro de aquella amplia corriente de esfuerzos por determinar un principio constitutivo y originario (arjé o arché) común a la variedad de seres del mundo físico que caracterizó a la filosofía griega desde sus orígenes, es decir, desde la escuela milesia (siglo VI a.C.). Los milesios habían planteado ya diversas hipótesis sobre cuál podría ser tal principio: el agua según Tales de Mileto, el ápeiron de Anaximandro, el aire según Anaxímenes. En su posterior desarrollo, estas reflexiones se enriquecerían con nuevas perspectivas y acabarían conduciendo a las visones antagónicas de la realidad que sostuvieron Parménides y Heráclito.
En este contexto, los eclécticos y los pluralistas intentaron combinar en un sistema único ambas concepciones, es decir, la inmutabilidad del ser de Parménides y el eterno devenir de Heráclito. Empédocles explicó la constitución de los seres desde el punto de vista cuantitativo. Para Empédocles, los seres están formados por una combinación de los «cuatro elementos» (agua, aire, tierra, fuego) en distintas proporciones; la amplia variedad posible de proporciones da lugar a la multiplicidad de los seres, pero los cuatro elementos que los forman permanecen inmutables en el perpetuo devenir del universo, es decir, en la incesante sucesión de cambios y transformaciones.
Anaxágoras de Clazomene, en cambio, explicó la multiplicidad apelando al aspecto cualitativo. Para Anaxágoras, los seres no resultan de la combinación de cuatro elementos constitutivos (agua, aire, tierra, fuego), sino que existen tantos tipos de partículas constitutivas como de seres: hay partículas de oro, de mármol, de sangre y de cuantos seres observamos. Anaxágoras llamó a estas partículas gérmenes o semillas (spérmata); pero, al comentar su obra, Aristóteles las llamó homeomerías, designación que ha acabado siendo más empleada que la original.
La homeomerías son partículas de ínfima magnitud, invisibles, inalterables, increadas y eternas. Como los elementos de Empédocles, y como posteriormente los átomos de Leucipo y Demócrito, poseen como rasgo la inmutabilidad (el atomismo, sin embargo, postularía átomos sustancialmente iguales, no un tipo de átomo para cada ser). Para Anaxágoras, curiosamente, las cosas no se componen únicamente de las homeomerías que le son propias (la sangre no está formada únicamente por homeomerías de sangre), sino que también contienen, aunque en mucha menor proporción, homeomerías de todos los seres restantes.
Anaxágoras llega a esta conclusión después de insólitas observaciones. Se pregunta cómo podría surgir el pelo del no-pelo, por ejemplo, y llega a la conclusión de que para que algo surja ha de estar antes presente en aquello de lo cual procede. El pan que ingerimos es pan porque está formado en su mayoría por homeomerías de pan (las cosas tienen el aspecto exterior de la semilla que más abunda en ellas), pero contiene también, aunque en menor proporción, homeomerías de oro, de mármol, de sangre y de todos los seres; en el proceso de digestión, asimilamos las homeomerías de pelo, sangre, etcétera y desechamos las demás. Por este camino llega Anaxágoras a la formulación de su famoso principio: «Todo está en todo».
Para Anaxágoras, las homeomerías son el principio material de todas las cosas (arjé o arché), como lo había sido el agua para Tales de Mileto o el aire para Anaxímenes. Sin embargo, en el origen del universo, esta multiplicidad infinita de homeomerías de todos los seres no era más que una masa caótica e inerte. Era preciso que un impulso o fuerza inicial desencadenase una serie de torbellinos que agruparan a las homeomerías de un mismo tipo para dar lugar a los distintos seres; esta fuerza motriz encargada de imprimir orden al caos original es el nous (inteligencia o espíritu).
El gran aporte de Anaxágoras de Clazomene al pensamiento filosófico es precisamente haber introducido en la explicación del universo el nous como causa inteligente, como fuerza motriz y al mismo tiempo inteligencia ordenadora: «Todas las cosas estaban confusas; después sobrevino el nous y las separó ordenándolas». La entidad del nous es tal que se halla por encima de cualquier otra realidad. El nous «es infinito y autónomo, y con nada se mezcla», y todas las cosas se ven impregnadas de él. Ello le valió el aplauso de Aristóteles: «Cuando afirmó que existe una mente, tanto en los seres vivos como en la naturaleza, apareció un hombre juicioso entre los desatinados que le precedieron».
Pero Anaxágoras no llevó tal concepto hasta más alejadas consecuencias: se quedó ahí, en la causalidad del nous, sin atribuirle, al parecer, una intervención activa en el devenir del mundo, y menos aún una finalidad. Y esto fue lo que le reprocharían tanto Aristóteles como Platón. Por otra parte, el nous, aunque es de una materia sutilísima y pura, en Anaxágoras no llega a ser inmaterial. El mérito de Anaxágoras, comparado con los filósofos anteriores, fue el de llegar a una concepción dualista de la naturaleza, a la distinción entre la razón ordenadora (aunque material) y la materia ordenada, dualidad que más tarde sería desarrollada orgánicamente en los sistemas de Platón y de Aristóteles.
Anaxágoras de Clazomene dio también un gran impulso a la investigación de la naturaleza fundada en la experiencia, la memoria y la técnica. A él se le atribuyen las explicaciones racionales de los eclipses y de la respiración de los peces, así como también investigaciones sobre la anatomía del cerebro.
Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «».
En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en
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