Matsuo Basho

(Matsuo Kinsaku, llamado Basho; Ueno, 1644 - Osaka, 1694) Poeta y prosista japonés del período Edo, célebre por sus haikus y sus libros de viajes. Dotado de una sensibilidad particular para captar la sutil belleza de lo cotidiano, Basho es el poeta japonés por excelencia. Ocupa un lugar muy destacado en la literatura japonesa no solamente por su misma obra, sino también por su personalidad ejemplar que sirvió de modelo a generaciones enteras de poetas, y también por haber convertido el haiku, género hasta entonces artificioso y convencional, en una efusión directa llena de sutileza entre el mundo natural y el alma del poeta, efusión que es revivida y sentida de nuevo por el lector.


Matsuo Basho

El nombre real de este monje zen era Matsuo Kinsaku y su familia era de noble estirpe samurai. Durante un tiempo vivió en las afueras de Edo, la actual Tokio, en una cabaña hecha por un discípulo suyo con ramas de banano (bashô), de donde proviene su apodo. Inicialmente se dedicó a escribir renga, haikai y otras formas poéticas basadas en los juegos de palabras y las bromas ligeras, muy de moda por entonces, pero pronto acusó la influencia del filósofo clásico Chuang Tzu (siglo IV a.C.) y abandonó la pretensión de poner el ingenio al servicio de la frivolidad para ocuparse de las cosas sencillas, corrientes y naturales. De esta manera contribuyó, junto a los poetas Issa y Buson, a revitalizar un género, el del haiku, que la artificialidad formal de la época estaba condenando al agotamiento.

El haiku deriva directamente del hokku, o estrofa inicial y más importante del haikai no renga, serie de versos ligados y compuestos por más de un autor. Desde el punto de vista métrico, el haiku es una composición muy breve, de solamente tres versos que suman diecisiete sílabas, dispuestos al modo del terceto francés de 5-7-5 sílabas. Basho desarrolló un estilo poético en el que confluían la soledad contemplativa y la humilde percepción de lo cotidiano. Sus poemas constan por lo general de dos elementos separados por una cuña que los articula: el primero da cuenta de una realidad o situación y el segundo incorpora una sensación repentina o una intuición fulminante. Todo ello con un lenguaje sencillo, universal, impregnado de imágenes inmediatas y simples como la luna de agosto, el salto de una rana o las moscas sobre una mesa.

Ah, el viejo lago!
Y cuando una rana se zambulle,
el ruido que hace el agua!

Basado sobre todo en la sinceridad y la sobriedad, el haiku se transforma así en la expresión extraordinariamente concisa de la apacible meditación frente a la naturaleza, resultado de un sutil acuerdo entre el poeta y el espectáculo del mundo; revela además una actitud filosófica claramente determinada, fuertemente caracterizada por el budismo, y particularmente por el budismo zen. Su laconismo, lo sutil de la expresión, los hilos apenas perceptibles que lo forman son poco menos que intraducibles, y cualquier transcripción sólo puede servir para dar un grosero esquema de esta poesía exquisita.

Los poemas de Basho están inspirados por el respeto y fraternal comprensión hacia todas las formas de la vida, y rebosan del más profundo amor a la creación; es por esta razón que se le puede comparar, hasta cierto punto, con San Francisco de Asís. Su soledad completa y apacible frente a la naturaleza le conduce al borde mismo de una especie de éxtasis panteísta cuya expresión es siempre mesurada y discreta, no ofreciendo a los lectores más que algunos elementos esenciales, algunos jalones, a partir de los cuales se puede reconstruir el sentimiento experimentado. Cada palabra está plena de significación, de impresiones, y bajo cada palabra palpita un mundo de fantasías y de participación del que aquéllas dan la clave.

En cierto modo, Basho concebía la poesía como un camino vital, una forma de iluminación, una búsqueda de la elegancia espiritual. Durante sus diez últimos años de vida emprendió numerosos viajes, gracias a los cuales amplió el repertorio de temas e imágenes de su poesía y se dedicó a escribir haibun, es decir, unos singulares diarios de ruta como Recuerdos de un esqueleto expuesto a la intemperie (1684) o su obra maestra La senda del norte (Oku no hosomichi, 1694), en los que aunaba poesía y prosa. En 1649 hubo de interrumpir uno de sus viajes por enfermedad; se detuvo en Osaka, donde sus discípulos le cuidaron con devoción y ternura. El poeta tuvo una dulce agonía; ya en trance de muerte compuso su último haiku. Fue enterrado en el jardín del templo de Yoshinakadera, en Osaka, y sobre su tumba plantaron un banano.

Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].