Deborah Kerr

(Deborah Jane Kerr-Trimmer; Helensburgh, 1921 - Suffolk, 2007) Actriz británica que fue uno de los rostros más célebres del cine de Hollywood durante la década de 1950 y mantuvo intacto su caché durante la década de 1960. Prácticamente retirada del cine después de rodar El compromiso (1969), de Elia Kazan, regresó al plató en muy contadas ocasiones. Pese a ser nominada al Oscar en seis ocasiones, sólo a modo de homenaje recibió la merecida estatuilla, a la edad de setenta y tres años.


Deborah Kerr

Era hija de un militar que había sido herido durante la Primera Guerra Mundial. La tranquila infancia de Deborah, que fue una niña tímida y taciturna, no varió sustancialmente cuando la familia dejó su pequeña villa escocesa originaria para trasladarse a Alford, Inglaterra.

Con diecisiete años, Deborah, a quien siempre habían atraído el canto y la danza, obtuvo una beca que le permitió matricularse en la academia de ballet de Sadler’s Well, en Londres. Llegó a debutar profesionalmente como bailarina, pero era demasiado mayor para triunfar en esa rigurosa disciplina, así que, aconsejada por su tía, profesora de interpretación, no tardó en presentarse a una audición para una pieza de teatro, y obtuvo el papel.

Trabajando como figurante en el Teatro al Aire Libre de Regent’s Park, en 1939 fue vista por un ejecutivo cinematográfico llamado John Gliddon. Aunque el papel de la joven era mudo, Gliddon quedó tan impresionado por la expresividad de su mirada que se arriesgó y le ofreció un contrato. Sólo dos años más tarde debutó en el cine, concretamente en una adaptación cinematográfica de la comedia Major Barbara, de Gabriel Pascal, con Wendy Hiller y Rex Harrison.

El éxito obtenido la llevó a convertirse rápidamente en una de las actrices más prometedoras del cine británico. Durante la década de 1940, contratada por la compañía Rank, rodó varios filmes, de los cuales el noveno de su carrera, Narciso negro, le dio proyección internacional. Arropada por un reparto estelar (Jean Simmons, Sabú, Esmond Knight) y por el eficaz dúo realizador integrado por Michael Powell y Emeric Pressburger, Kerr interpretaba a una de las religiosas protagonistas, la hermana Clodagh. El rol contribuyó a forjar la imagen de mujer de moral íntegra, fría sólo en apariencia, que tan buen resultado le daría muy pronto en Hollywood.


Deborah Kerr y Robert Taylor en Quo Vadis? (1951)

Y es que la Metro Goldwyn Mayer (MGM) no tardó en fichar a la actriz escocesa. Su primer rodaje en Estados Unidos fue el de Mercaderes de ilusiones (1947), de Jack Conway, donde compartía protagonismo con un galán entonces ya en declive, Clark Gable. Fue el primero de una serie de roles bastante estereotipados, pero de gran eficacia en taquilla. Kerr dio rostro a las protagonistas de grandes superproducciones como Las minas del rey Salomón (1950), de Compton Bennett y Andrew Marton o Quo Vadis? (1951), de Mervyn LeRoy. Probablemente la mejor película de ese período fue la sensacional adaptación shakespeariana de Julio César (1953), dirigida Joseph L. Mankiewicz, aunque tres años antes fue nominada por primera vez al Oscar a la mejor actriz principal por su trabajo en Edward, mi hijo, de George Cukor.

Fue sin duda el reto de superarse profesionalmente el que llevó a Kerr a aceptar en 1953 el importante cambio de registro que supuso su papel de Karen Holmes en De aquí a la eternidad (1953), de Fred Zinnemann. La oferta provenía de la Columbia Pictures, y la actriz no la desaprovechó. En la película interpretaba a la aparentemente feliz esposa de un militar, seducida por un sargento a quien daba vida Burt Lancaster.

La imagen de la pareja besándose en la playa, muy popular todavía hoy, resultó de un inusitado erotismo para la época y contribuyó no poco a que el gran público desterrara de su memoria la virginal imagen de la ex estrella de la MGM. También la Columbia arriesgó lo suyo apostando por un talento aún por explotar, al que probablemente no hubiera recurrido si la primera actriz elegida, la difícil Joan Crawford, no hubiese insistido en rodar exclusivamente con su operador personal.

El filme de Fred Zinnemann supuso además una nueva nominación al Oscar, galardón que volvía a resistírsele, como sucedería en otras cuatro ocasiones más: en 1957 (El rey y yo), 1958 (Sólo Dios lo sabe), 1958 (Mesas separadas) y 1961 (Tres vidas errantes). Un récord cuanto menos sorprendente, ya que todos estos papeles distaban considerablemente de los clichés del biopic que había interpretado para la MGM. Por cierto, la productora también modificó sus planes con respecto a Kerr, proporcionándole a partir de mediados de la década de 1950 papeles de mucho mayor peso psicológico.

Para hacerse a la idea de la magnitud del cambio en la carrera de la actriz, baste recordar una anécdota: durante el rodaje de Sólo Dios lo sabe, Robert Mitchum había expresado al realizador, John Huston, sus dudas acerca de la capacidad de la escocesa ante la dificultad de un personaje tan sutil como la hermana Angela; dudas que se disiparon cuando el propio actor pudo ver cómo las gastaba Kerr, capaz de plantarle cara y hasta de insultar al curtido director de El halcón maltés.

En 1959 Deborah Kerr, ya con sus dos hijos, se divorció de su primer marido, Anthony Bartley, después de quince años de relación. Al cabo de sólo un año se casó con el guionista Peter Viertel, de quien ya no se separaría.

Convertida en una estrella consagrada, a partir de la década de 1960 fue espaciando sus apariciones en el cine. De hecho, después de Suspense (1961), de Jack Clayton, sólo rodó ocho filmes; eso sí, algunos de ellos memorables. Es el caso de La noche de la iguana (1964), de John Huston, con un memorable reparto y un espectacular duelo “morena-rubia” junto a una soberbia Ava Gardner. También trabajó en la más heterodoxa de las películas de James Bond, Casino Royale (1967), hoy un filme de culto. El compromiso (1969), de Elia Kazan, fue su último largometraje.


Deborah Kerr en La noche de la iguana (1964)

A partir de esa fecha se retiró voluntariamente del cine. Rechazó la mayoría de invitaciones a pisar de nuevo un plató, aduciendo su abierto rechazo a las crecientes dosis de sexo y de violencia explícita en las producciones cinematográficas. Durante la década de 1980 se dedicó exclusivamente a la televisión, aunque sólo trabajó en cinco series. Curiosamente, la suerte también le fue esquiva con los premios BAFTA (equivalentes a los Oscar en el medio televisivo), ya que sólo recibiría el premio a modo honorífico después de cuatro nominaciones.

Como ha sucedido con muchos otros grandes de la pantalla, el Oscar llegó a las manos de Deborah Kerr cuando ya hacía muchos años que no pisaba un plató: en 1994 recibió la estatuilla concedida por la Academia de Hollywood en reconocimiento a su larga carrera, tras las ya mencionadas seis nominaciones sin recompensa. Con la salud ya frágil y deteriorada, recibió el galardón de manos de Glenn Close en la que sería su última aparición pública.

Deborah Kerr, que en los últimos años padecía la enfermedad de Parkinson, murió el martes, 16 de octubre de 2007 en Suffolk, en el este de Inglaterra, adonde se había retirado con su marido, Peter Viertel, al agravarse su dolencia. Tras vivir con ella durante casi medio siglo, Viertel falleció en Marbella al cabo de sólo 22 días.

Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].