Francisco Rojas González

(Guadalajara, 1904-1951) Escritor mexicano recordado especialmente como autor de la recopilación de relatos breves El diosero (1952), destacada obra en la línea de la narrativa indigenista hispanoamericana que a lo largo de la primera mitad del siglo XX cultivaron Alcides Arguedas, Jorge Icaza o Ciro Alegría, entre otros. Su novela La negra Angustias (1944), en cambio, retomó la «Novela de la Revolución» de Mariano Azuela y Martín Luis Guzmán.


Francisco Rojas González

En su juventud siguió la carrera diplomática, que lo llevó por diversos países del mundo, y trabajó asimismo en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM. Se interesó en especial por temas relacionados con la antropología y la sociología mexicana, lo que le permitió ahondar en los ambientes de sus novelas y relatos cortos, caracterizados por su gran sencillez y diafanidad estilísticas.

De la producción literaria de Francisco Rojas González cabe destacar novelas como La negra Angustias (1944) y Lola Casanova (1947) y los relatos Historia de un frac (1930), El pajareador (1934), Chirrín y la celda 18 (1944) y Cuentos de ayer y de hoy (1946), de contenido costumbrista. La recopilación de cuentos El diosero, publicada póstumamente en 1952, trata los temas de la población indígena de México con un espíritu de apasionada observación, y muestra un conocimiento directo de las creencias religiosas y las actitudes de los indios; fue reeditada en 1996 con el título El diosero y otros relatos indígenas.

Pocas veces han sido tan excelentemente tratados los temas indígenas mexicanos que constituyen el fondo de los cuentos de El diosero. Sus páginas aúnan la calidad artística con la elaboración de escenas y sucedidos en núcleos indígenas de distintas zonas de la nación mexicana, y en todas ellas destaca el espíritu de amorosa observación, directo e intencionado, de que hace gala su autor. De los trece relatos que forman esta recopilación, El diosero, que ocupa el décimo lugar, da nombre a la colección. Su protagonista es un indio moldeador de ídolos; el secreto de su poder radica en que su fabricación ha de llevarse a cabo lejos de la mirada de cualquier mujer. Tiene su taller en plena selva y, un día en que se desata una terrible tormenta, ha de ponerse a trabajar en un dios capaz de detenerla, lo que finalmente logra.

Igual de fascinantes, en su simplicidad, resultan los restantes cuentos de la colección. La Tona relata el parto de una indígena primeriza, con todo el ritual asociado; el padre de la criatura rodea con cenizas del hogar todo el exterior de la vivienda, atento a ver las huellas que aparezcan en las mismas del ave o animal que haya de ser la tona, el espíritu protector del recién nacido. Los novios refleja las ceremonias y pactos familiares de los casamientos indígenas.

En Las vacas de Quiriviquita, una joven madre india se ve obligada, a causa de una hambruna, a convertirse en la nodriza de una familia rica de la ciudad, dejando a su propia hija en manos del marido con el encargo de que la críe con "leche de cabra mediada con arroz". En El Cenzontle y la vereda, los aviones que sobrevuelan los territorios de los indios son abominados por las gentes ignorantes, porque creen que aquellos pájaros ruidosos se alimentan con sus carnes. La quinina dada por los aviadores a una tribu de palúdicos deshace el maleficio.

La cabra en dos patas se desarrolla en un chamizo hospitalario en el que se ganaba la vida Juá Shotá, ofreciendo una jícara de pulque al viandante. Era pobre, pero feliz, con su mujer y su hija María Agrícola. Hasta que un día acampó allí enfrente un "inginiero" con su esposa de ojos verdes y suaves modales. El "inginiero" se prendó de la belleza juvenil y montaraz de su hija y le propuso a Juá Shotá, rebautizado en aquel momento con el nombre de Juan Nopal, la compra de María Agrícola, "una cabra en dos patas", por diez pesos. El argumento de Los diez responsos es más humano y pegado a la tierra. El indio Plácido Santiago ha muerto atropellado; el cadáver llega al pueblo a horcajadas de un borrico. Se organiza el velorio, que esta vez corre por cuenta del Tío Roque Higuera, hombre generoso que informó a la concurrencia de que, por su cuenta, había mandado buscar al cura de Ixmiquilpan para que rezara diez responsos.

La triste historia del Pascola Cenobio refiere la suerte de Cenobio, pobre danzarín feriante enamorado de Emilia, hija de un labrador modesto, pero acomodado. Para no ser una carga para su futuro suegro se fue a buscar una mejora económica trabajando de peón minero en otros pagos. A su regreso, un paisano suyo borracho lo insultó y lo despreció. Cenobio lo mató. Todas las mozas querían a Cenobio, pero estaba condenado a muerte si la viuda no disponía lo contrario. Y Cenobio hubo de casarse con Marciala Morales, la viuda del que le insultó, para alimentar a los nueve huérfanos que habían quedado. Completan la colección los relatos titulados Hículi hualula, La parábola del joven tuerto, Carlos Mango, Nuestra Señora de Nequetejé y La plaza de Xoxocotla.

Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].