Johann Sebastian Bach

 
Una obra incomparable. En 1747 realizó la famosa visita a Federico II de Prusia en su palacio de Potsdam, donde se encontraba su hijo Carl Philipp Emmanuel; en tal ocasión compuso el repertorio Ofrenda musical y pudo ensayar los modelos de piano de macillos construidos por Silbermann. Bach tenía entonces sesenta y dos años, y el comentario de Federico II ilustra sobre su situación vital y musical: «Señores: el viejo Bach acaba de llegar a Berlín». Un comentario que implica respeto, pero también un cambio de sensibilidad en los tiempos, que iban a ir arrinconando la figura del «viejo» compositor, eclipsado por la fama de los músicos jóvenes, entre los que incluían algunos de sus propios hijos, y en especial Carl Philipp Emmanuel. Para colmo de males, en 1749 su debilitada vista sucumbió ante unas cataratas, y el tratamiento de los médicos empeoró su estado. En 1750 el cirujano inglés John Taylor le dejó ciego, y los médicos de la corte le postraron para siempre en cama con reiteradas sangrías, en aquel tiempo reputadas como la panacea universal de la ciencia médica. Pocos días antes de su muerte, sin embargo, recuperó la vista. Anna Magdalena le acercó una rosa roja. Luego Bach quiso que sus hijos le cantasen «una hermosa canción sobre la muerte». Murió a los pocos días, el 28 de julio de 1750. La obra incomparable de Bach pasó a la posteridad gracias al interés que a ella dedicaron sus hijos y un limitado grupo de discípulos. Casi ignorada por espacio de muchos años, habría de ser revelada a principios del siglo XIX por la biografía de Forkel y, particularmente, la labor de Mendelssohn, quien dirigió la primera interpretación completa de La pasión según San Mateo en 1829, cien años después de su composición. En la imagen, partitura autógrafa de la Sonata para violín nº 1 en sol menor (BWV 1001).