Gustave Courbet
(Jean Désiré Gustave Courbet; Ornans, Francia, 1819 - La-Tour-de-Peilz, Suiza, 1877) Pintor francés que inició la tendencia realista en la pintura del siglo XIX. Instalado en París desde 1839, estudió en la Academia Suisse la obra de los principales representantes de las escuelas flamenca, veneciana y holandesa de los siglos XVI y XVII. Sin embargo, no alcanzó plenamente su madurez artística hasta que descubrió las obras de Rembrandt en un viaje que realizó a los Países Bajos en el año 1847. Hombre revolucionario y provocador, abrazó la filosofía anarquista de Proudhon, participó en 1871 en la Comuna de París y fue encarcelado durante seis meses, hasta que se refugió en Suiza, hacia 1873. Escandalizó al público con su nueva visión realista en cuadros sobre hechos cotidianos, como en L'après diner a Ornans (1849), El entierro en Ornans (1849) o Los paisanos de Flagey volviendo del campo (1850), en los que los personajes están representados con toda su vulgaridad, o con una sensualidad comprometedora.
Gustave Courbet
Nacido en el seno de una acomodada familia de terratenientes de Ornans, Jean Désiré Gustave Courbet se inició en el dibujo mientras cursaba estudios de derecho, de la mano de un discípulo de Jacques Louis David llamado Flajoulot. A los veinte años se trasladó a París y completó su formación con las enseñanzas de Steuben, Bonvin y Père Baud, alumno de Gros, y se interesó por las obras de Jean-Siméon Chardin, los hermanos Le Nain y los españoles José de Ribera, Francisco de Zurbarán, Bartolomé Esteban Murillo y Diego Velázquez.
De la década de 1840 son una serie de autorretratos en los que aún se aprecia la influencia del Romanticismo. En 1846 planeó con Bouchon un manifiesto contra las tendencias romántica y neoclásica. El realismo de Courbet, fuertemente influido por los ambientes revolucionarios del siglo XIX, era una protesta contra la estéril pintura academicista y los motivos exóticos del Romanticismo.
En 1848, tras un viaje a Holanda, donde estuvo estudiando las obras de Frans Hals y Rembrandt, intervino en el levantamiento militar, aunque sin tomar las armas. En 1849 llegaron sus dos obras realistas más importantes: El entierro en Ornans, un monumental fresco popular que creció hasta convertirse en reportaje social de los habitantes del pueblo, y Los picapedreros (que se perdió durante los bombardeos sobre Dresde en la Segunda Guerra Mundial), en el que se ensalza el trabajo físico. Los cuadros de Courbet despertaron admiración y rechazo por su imagen realista de la vida de personas sencillas.
En el estudio de Courbet se reunían por esa época notables personalidades, como el critico Jules Champfleury, los poetas Baudelaire, Bainville y Muerger, el pintor Bonvin y el filósofo Proudhon, quien dedicó al interés humanitario de las pinturas de Courbet el opúsculo Du principe de l'art et de sa destination sociale. El grupo de Courbet se disgregó tras el golpe de estado de Napoleón III en el año 1852 y el pintor retornó a su tierra natal.
Rechazado en la Exposición Universal de París en 1855, Courbet abrió una exposición propia junto a aquélla, que tituló "El realismo". La obra capital era el enorme cuadro El estudio del pintor (1855). La presentó como una "alegoría realista": el artista creador en el centro está rodeado por dos grupos de personas de su vida; por un lado los sencillos campesinos de su tierra, y por el otro los amigos parisinos del autor.
A sus mejores pinturas de figura y retratos pertenecen Señoritas a orillas del Sena (1857), el autorretrato El violoncelista (1849) y La hermosa irlandesa (1866). El artista se prodigó también con otros motivos: el mar, paisajes de bosques y montañas con su fauna, flores y bodegones. La postura radical de Courbet tuvo reflejo en el ámbito de la política. Se comprometió con la Comuna de París y se le acusó de participar en la demolición de la columna Vendôme. Desde 1875 vivió exilado en Suiza, donde murió en la miseria.
La obra de Gustave Courbet
Courbet, debido al ímpetu de sus primeras creaciones, pero también a su notorio engreimiento y afición a la polémica y al escándalo público, se convirtió en representante del emergente realismo de la época. Courbet no sólo se creía el más apuesto y seductor de los humanos, poseedor de un bellísimo e irresistible perfil asirio, sino también un artista capaz, desde la desinhibida exaltación de la vulgaridad y pureza de sus orígenes campesinos, de iluminar nuevas formas de verdad y belleza para acabar con las tendencias obsoletas de París.
La revolución de 1848 hizo mella en su obra; poco después presentó en el Salón de 1850-1851 tres lienzos, pintados en Ornans, que anunciaban la irrupción de lo rural y lo social en su mundo pictórico. Los picapedreros (1849) es una obra inspirada en un encuentro del artista con unos trabajadores que luego posaron en su estudio; un joven y un viejo, que aparecen entre los detalles de la escena, atestiguan el agobiante y rutinario ciclo existencial del obrero. Tanto por sus dimensiones, que superaban las de muchos otros cuadros allí expuestos, como por los gruesos empastes de su ejecución, sus obras resultaron indiscutiblemente ofensivas en el Salón.
Los picapedreros (1849)
y detalle de El entierro en Ornans (1849)
En El entierro en Ornans (1849, Museo del Louvre, París), obra de mayores dimensiones y complejidad que la anterior, traslada un inmenso fragmento de la realidad rural de Ornans al ambiente refinado de París. Courbet caracterizó a casi cincuenta asistentes al funeral de su propio abuelo y los dispuso horizontalmente frente a la fosa, en apariencia desordenados y en una composición poco jerárquica que sugiere instantaneidad y queda interrumpida arbitrariamente por los dos extremos. El espectador se sitúa al mismo nivel que los aldeanos de Ornans y asiste simbólicamente al funeral de un humilde campesino. Sin embargo, la diversidad de las expresiones individuales no excluye los agrupamientos de figuras, que intentan realizar una descripción crítica y un estudio de las categorías sociales de una población, sus tipos humanos y sus jerarquías, en esta paradójica composición que, al tiempo que da una sensación de exactitud descriptiva, tiene el aspecto de un friso expresivo, a causa de su estilización formal y colorista, y de su composición horizontal.
La obra Bonjour, monsieur Courbet (1854, Museo Fabre, Montpellier) muestra a Alfred Bruyas y a su sirviente dando la bienvenida a Courbet, que acaba de llegar para pasar unos días con ellos en las afueras de Montpellier. El pintor, ataviado como un excursionista y con la caja de pinturas a su espalda y un bastón en la mano, levanta la cabeza correspondiendo al saludo recibido. La pintura muestra con minuciosidad el ambiente local, la luz y los personajes y refleja un hecho real e intrascendente con la objetividad propia de una fotografía documental. El título de este cuadro ha llegado a convertirse en una especie de estandarte del arte realista para muchos artistas de las últimas décadas (Have a nice day, Mr. Hockney de Peter Blake o Bonjour, monsieur Courbet de Baselitz), y representa un significativo tributo a quien inició heroicamente los caminos del realismo.
Bonjour, monsieur Courbet (1854)
El apacible ambiente recreado en Señoritas a orillas del Sena (1857, Petit Palais, París), dio lugar a un buen número de aproximaciones pictóricas desde el impresionismo. El cuadro causó gran sensación porque el público parisino estaba acostumbrado a pinturas sobre temas mitológicos o históricos; en el lienzo de Courbet, las dos mujeres representadas con trajes vistosos son dos prostitutas que descansan junto al río. Ninguna mujer educada y de buenas costumbres se mostraría en público sola, recostada en el suelo y mostrando sus enaguas.
Pero, además del tema escogido por Courbet, también impresionó al público la forma en que está pintado, en clara oposición a los gustos y reglas entonces aceptados. Las gruesas pinceladas, los tonos de color y el desprecio por los cánones de belleza contrastan con las obras más pulidas de otros artistas convencionales del momento. Las señoritas evidencian la persistencia del sueño, mientras que las hojas de los árboles sugieren una calma atmosférica tan densa como el propio descanso. Tanto la composición como el color, que parecen reflejar la realidad tal y como es, no muestran unos elementos por encima de otros, sino que conceden la misma importancia a todo aquello que aparece representado, transmitiendo cierta sensación de objetividad indiscriminada.
Señoritas a orillas del Sena (1857)
Courbet, que en este lienzo plasmó la naturalidad de la belleza en el momento en que uno se abandona al sueño, habría de reincidir posteriormente y con una mayor expresividad en este tema. El sueño (1866, Petit Palais, París), una exaltación del amor carnal entre mujeres, fue una obra que el pintor realizó por encargo del diplomático turco Khalil Bey. El modo directo y desinhibido en que la pintura se adentra en esta escena de amor la hace partícipe de los revolucionarios principios realistas.
Sin embargo, la desinhibición frente al sexo femenino alcanza su máxima expresión en la obra El origen del mundo (1866, Museo de Orsay, París), encargada también por Bey y que constituye, sin lugar a dudas, la pintura más transgresora del siglo XIX, por cuanto muestra una visión del sexo femenino cuyo encuadre y detalle supera cualquier precedente en la pintura occidental. Esta obra, que se dio por desaparecida durante mucho tiempo, fue hallada en casa del famoso psicoanalista francés Jacques Lacan; según se ha podido comprobar, éste la adquirió por recomendación de Georges Bataille.
Courbet afirmó en cierta ocasión: "Soy courbetista, eso es todo. Mi pintura es la única verdadera. Soy el primero y único pintor del siglo; los demás son estudiantes o bobos... He hecho mi propia síntesis. Me río de todos y cada uno de ellos, y las opiniones me molestan tanto como el agua que corre por debajo del Pont Neuf. Sobre todo, hago lo que debo hacer. Se me acusa de vanidoso. Desde luego, soy el hombre más orgulloso que hay sobre la faz de la tierra." No debe resultar extraño que el autor de estas palabras dedicara una buena parte de su obra a la perpetuación de su propia imagen y a la exaltación de su genio.
De hecho, las primeras pinturas presentadas al Salón de 1844 eran autorretratos narcisistas, en los que el artista exaltaba su propia belleza e indolencia con cierta afectación romántica. Autorretrato con perro negro (1842, Petit Palais, París) muestra el rostro de Courbet mirando al frente y emergiendo, bajo una tenue iluminación, de entre las zonas oscuras circundantes (sombrero, cabellos y chaqueta). La elegante silueta del pintor puede compararse a un distinguido y melancólico perro cazador de color negro.
Autorretrato con perro negro (1842)
En un curioso cuadro pintado años después, Courbet, que fue un gran amante de la caza y de la pesca, también se comparó con la nobleza de un animal, en este caso, acuático. La trucha (1871, Kunsthaus, Zurich) muestra ese pez enganchado por la boca con un anzuelo, siguiendo una diagonal del cuadro. El tamaño y la belleza de la trucha junto con la inscripción que aparece en la esquina inferior, 71 G. Courbet in vinculis faciebat (71 G, Courbet lo pintó estando en prisión), permiten interpretar esta tela como un curioso autorretrato, en el que el artista simboliza su propia lucha por la vida al ser recluido en la cárcel a causa de sus actividades en la Comuna.
El más famoso y complejo autorretrato de Courbet habría de ser, sin embargo, el titulado El estudio del pintor (1854-1855, Museo de Orsay, París). Desde la Revolución Francesa, y frente al nuevo poder de una burguesía que se consolidaba económicamente, la Iglesia y el Estado habían dejado de ser los principales clientes de las obras de arte. La diversificación de la demanda artística, junto con el desarrollo de la subjetividad individual que propició el Romanticismo, supuso una mayor independencia en la labor introspectiva y creativa del artista. A pesar de que los Salones, reforzados por la profesionalidad de la crítica, representaban todavía la autoridad del criterio oficial, se respiraba ya un creciente replanteamiento del academicismo que implicaba una vuelta al taller renacentista, concretamente, al estudio, entendido éste como sinónimo de personalización, individualidad, independencia, espacio para la reflexión artística y el trabajo retirado y en soledad.
Pintores estadounidenses como Copley, West y David habían mostrado en privado sus cuadros ante potenciales compradores, tal como Théodore Géricault había hecho con La balsa de la Medusa o William Blake organizando exposiciones individuales en locales alternativos. Cuando El Entierro en Ornans y El estudio del pintor fueron rechazados por el Salón de 1855, Courbet pidió dinero prestado y organizó una exposición individual y de carácter privado junto a los Campos Elíseos, con un gran cartel en la puerta que decía: "Du realisme." La independencia de Courbet estaba simbolizada por su estudio, y el cuadro que lo representaba asumió el carácter de manifiesto. "No puedo enseñar mi arte ni el arte en ninguna escuela (escribió en 1861), ya que niego que el arte pueda enseñarse; el arte es completamente individual y el talento de cada artista no es sino el resultado de su propia inspiración."
El estudio del pintor (1854-1855)
Al contemplar El estudio del pintor (al margen de los hechos que lo rodearon o las consecuencias que éstos tuvieron), la mirada se detiene en el centro e identifica, como era previsible, al propio Courbet. La ambición de resaltar la figura del artista se articula en un deseo de dejar constancia de las realidades circundantes y de los personajes a los que se rinde un simbólico homenaje. Aparece, a la izquierda del pintor, la realidad cotidiana y, a la derecha, el público de Courbet, los mecenas y amigos que apoyaban sus éxitos pictóricos y sus creencias políticas (Champfleury, Proudhon, Baudelaire...). En el centro, algo indiferente a la multitud agrupada en su honor, el artista pinta un paisaje, mientras una mujer desnuda lo contempla ensimismada; Courbet lo pinta de memoria y el acto de creación en el estudio ocupa el nivel más elevado de la realidad.
Numerosas son las interpretaciones que se han hecho de esta obra. La relación de Courbet con la doctrina utópica de Charles Fourier establece conexiones con los símbolos y rituales esotéricos de la francmasonería; los amigos del artista representados en el lienzo pueden personificar diversos géneros artísticos: Baudelaire, la poesía; Champfleury, la prosa; Promayet, en el fondo, la música; Proudhon, la filosofía social, etc.; el grupo central muestra las edades del hombre, según una disposición circular: madre e hijo lactante, el niño que observa curioso, el artista adulto que representa la madurez y un San Sebastián mártir con una calavera a sus pies que completa el ciclo de la vida.
Cualquiera que pueda ser el valor de la demostración filosófica, política y estética del lienzo, atestigua el esplendor del arte de Courbet, en admirables fragmentos de pintura, por ejemplo el desnudo; en la riqueza de la materia pictórica, en el realismo de los retratos o el efecto de los ropajes, y en la indiscutible maestría de la calidad de la luz. Es el momento de recordar su talento de paisajista, sensible a la naturaleza virgen como en La suelta de los corzos, donde pinta con entusiasmo un sotobosque silvestre y elegantes figuras de animales. Precursor del impresionismo por su habilidad en la captación de los reflejos luminosos, interesado por los cabrilleos del sol en el agua, en marinas que recuerdan el estilo de Monet, permanece sin embargo sujeto a una construcción sólida y a la estructura de los elementos naturales. Por otro lado, su técnica libre y audaz incluye el gusto por los empastes de pintura, a menudo aplicados con el cuchillo o la paleta sobre la tela, que logran sorprendentes efectos de profundidad.
Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «».
En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en
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