William Shakespeare

Sonetos

Los 154 sonetos de William Shakespeare fueron escritos aproximadamente antes de 1600, y quedaron manuscritos (a menos que se haya perdido una edición de 1602) hasta 1609, cuando los publicó el editor Thomas Thorpe con una dedicatoria a un misterioso Mr. W. H., al que se designa como "el único inspirador de los siguientes sonetos" ("the onlie begetter of these insuing sonnets"). Puesto que los sonetos parecen aclarar más que sus dramas la vida íntima del Shakespeare hombre, los críticos se han esforzado en descubrir quién era ese misterioso Mr. W. H., sin llegar empero a resultados muy positivos.

Según una opinión muy difundida, los sonetos están dedicados al conde de Southampton, protector de Shakespeare (W. H. serían las iniciales invertidas de Henry Wriothesley, el nombre del conde). Otros, que no creen posible que un editor se atreviera a designar a un poderoso miembro de la aristocracia con el sencillo "Mr. W. H.", han pensado en William Hall, un tipógrafo que habría procurado el manuscrito ("begetter" se puede interpretar como "procurador", además de como "inspirador") aunque no se le encomendara la impresión del mismo. El problema de la identificación sugirió a Oscar Wilde el elegante cuento El retrato de Mr. W. H.

Otro problema que apasionó a los críticos es la identificación del poeta rival, al que se alude en los sonetos 78-86; se han sugerido Barnabe Barnes (1569-1609), George Chapman (1559-1634) y otros. Sin embargo, las indagaciones tanto sobre éste como sobre la Dama Morena ("the Dark Lady") de otro grupo de sonetos, no han conseguido incrementar lo que ya sabíamos sobre los pormenores de la vida privada de Shakespeare.

El tono de los sonetos, que, aparte del convencionalismo de ciertos motivos, respira hastío y pesimismo y podría preludiar a Hamlet y a las sombrías tragedias siguientes, parece revelar a un Shakespeare bien distinto al afortunado profesional de la escena que emerge de los áridos documentos biográficos llegados hasta nosotros. Hay, sí, motivos convencionales, como abundan en los numerosos cancioneros de la época inspirados directa o indirectamente en el de Petrarca. Así, el motivo de la inmortalidad asegurada por el verso, tópico horaciano que pusieron de moda los poetas de la Pléyade; el tema de la aparición nocturna de la amada; o los juegos de conceptos en que ojos y corazón entran en conflicto.

Pero la mayoría de los sonetos de Shakespeare se distinguen de los cancioneros contemporáneos por el apasionado acento de experiencia vivida, hasta el punto de que William Wordsworth los define como "la llave con que Shakespeare nos abrió el corazón" (aunque otro gran poeta, Robert Browning, replicó a ello con la famosa frase "De ser así, Shakespeare empequeñece"). En los sonetos del tipo llamado "isabelino" o "shakesperiano" (tres cuartetas de rimas alternadas y un pareado final: abab, cdcd, efef, gg) pueden distinguirse dos o tres motivos que ciertamente tienen relación con situaciones reales. Su sentido está claro; sólo falta la clave de las alusiones.

El cancionero de Shakespeare tiene un desarrollo dramático que en vano se buscaría en las demás colecciones, por regla general desprovistas de un acento individual bien definido. Naturalmente, no faltan sonetos menos característicos, pero están desparramados a todo lo largo de la colección, según una ley de economía común incluso a las obras más grandes; un volumen en que toda composición fuera una obra maestra sería anómalo, artificial. Esta ley de economía explica la presencia de los sonetos mediocres mucho mejor que cualquier posible teoría que presente el cancionero shakesperiano como obra colectiva.

Lo que más acerca los sonetos de Shakespeare al lector moderno es el tono de clarividencia del poeta y la precisión de sus análisis, que se salen de los acostumbrados esquemas de aquel género de literatura. Clarividencia a menudo desesperada, como cuando el poeta se da cuenta de su humillación, de la abdicación de su dignidad frente a un ser indigno; "odi et amo" que renace con acentos ya muy cercanos a nuestra sensibilidad.

Entonces la confesión posee una intimidad nueva, como en el soneto 30: "Cuando ante el tribunal del dulce pensamiento silencioso convoco el recuerdo de las cosas pasadas..." y que a veces alcanza la profunda amargura de un sermón cristiano, como en el célebre soneto 129: "Derroche de espíritu en un desierto de deshonra es el deseo en acto; y hasta que no es acto el deseo es perjuro, homicida, sanguinario, lleno de culpa, salvaje, extremo, rudo, cruel, indigno de confianza: apenas gozado, ya se desprecia; buscado locamente, y, en cuanto poseído, violentamente odiado, como cebo tragado, tendido adrede, para enloquecer al que lo toma; loco en la persecución, y otro tanto en la posesión... Antes, un fantasma de goce; después, un sueño. Todo esto el mundo bien lo sabe; sin embargo nadie sabe cómo evitar el cielo que conduce al hombre a este infierno".

De todos modos, su corrosiva perspicacia no impide al poeta pulsar notas que son de las más puras y frescas en aquella lírica isabelina tan rica en frescura y en cantos alados, como en el soneto 18: "Debo compararte con un día de verano...", o en el 54: "Oh, cuánto más bella parece la belleza por el dulce adorno que le confiere la pureza". Aun cuando se deja arrastrar, como luego debía ponerse de moda entre los metafísicos de la escuela de John Donne, por sutilezas y conceptos, siempre se nota viva la profundidad de la inspiración, que da resonancias universales a maneras y modos del tiempo: así en el soneto 53, que juega con los significados de "shadow": "Cuál es la sustancia de la que estáis hecha, que millones de extrañas sombras os siguen, ya que cada hombre tiene una sombra, y vos, que no sois más que una persona, podéis oscurecer muchas cosas...", o en el 87, en que aplica al amor la terminología jurídica: "Adiós, eres demasiado cara para que yo te posea... los títulos que tengo de ti caducaron todos...". Dos de los sonetos publicados en 1609 (el 138 y el 144) ya habían sido editados en forma algo distinta en el volumen titulado El peregrino apasionado.

Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].