Luis XIV de Francia
El absolutismo. La intensa dedicación de Luis XIV a los placeres mundanos había hecho creer que no se interesaría por la tarea de gobernar. Por eso fue grande la sorpresa del consejo de ministros cuando al día siguiente de la muerte de Mazarino, el 10 de marzo de 1661, el monarca anunció: «Señores, os he llamado para deciros que hasta ahora he tenido a bien dejar gobernar al señor cardenal. En lo sucesivo seré yo mi primer ministro y vosotros me ayudaréis con vuestros consejos, cuando yo os lo pida. Le ruego, señor canciller, que no haga firmar nada que no sea por mis órdenes, y a ustedes, señores consejeros, que no hagan nada que no mande yo».
En efecto, Luis XIV asumió totalmente el ejercicio del poder. Su reinado se convirtió a partir de ese instante en el prototipo de la monarquía absoluta, manifestada en la concentración del poder en manos del monarca, que lo ejercía directamente por derecho divino. Los ministros pasaron a ser funcionarios adictos y obedientes, la nobleza quedó excluida de los asuntos de gobierno y los Parlamentos dejaron de ser considerados cortes soberanas y se suspendieron casi por completo a partir de 1673. Tan sólo la burguesía se benefició de la política desarrollada por ministros como Colbert, Louvois y Lionnes, todos ellos fieles ejecutores de los designios regios. Aunque Luis XIV nunca llegó a decir "el Estado soy yo", tal como se le atribuye, lo cierto es que esta frase legendaria refleja muy bien las condiciones en que se desarrolló su reinado. Para satisfacer sus aspiraciones de gloire iba a necesitar en primer lugar un buen ejército, cuyo fortalecimiento y modernización impulsó desde el principio. En la imagen, El ejército de Luis XIV frente a Tournai en 1667, de Adam Frans van der Meulen.