Francisco de Goya

 
Los duques de Osuna y sus hijos
1788
Lienzo. 2,25 x 1,74
Museo del Prado, Madrid.

Goya fue el retratista por excelencia del medio burgués, culto e intelectualizado, del Madrid progresista de fines del siglo XVIII. Amigo de escritores, arquitectos, banqueros y políticos, concluye también por entrar en contacto con la aristocracia; le protegen las duquesas de Osuna y de Alba, y por último, como pintor del Rey, hace retratos a la familia real.

Su capacidad de análisis del modelo, su penetración psicológica y su maestría técnica, que resuelve la hondura con una portentosa facilidad, hacen de él uno de los más grandes retratistas de la historia de la pintura. De los más crueles también, pues su implacable mirada penetradora no perdona recoveco de la conciencia, y nos deja, de las personas que posan ante él, verdaderos retratos morales, radiografías del pensamiento, en las que expresa, junto a toda la apariencia exterior del personaje, el contenido de su alma y el juicio, tantas veces amargo, que le merece.

Por eso son doblemente gratos aquellos retratos en los cuales se advierte que el artista se ha aproximado a su modelo con agrado o simpatía. Así ocurre en Los duques de Osuna y sus hijos. Los duques, protectores de Goya, le abren las puertas de su intimidad y Goya, en 1790, los retrata con evidente afecto que se extrema sobre todo en los niños, de los más verdaderamente infantiles, incluso en su ensoñadora melancolía, de cuantos pintó Goya, que guardó siempre una honda ternura hacia la infancia.

El más pequeño de los niños, sentado en un cojín, sería, con el tiempo, director del Prado, de 1821 a 1823. La gama de color, refinadísima y acordada en grises plateados, es de una delicadeza magistral. El cuadro fue regalado al Prado en 1897 por los descendientes de los retratados.