Humphrey Bogart

(Nueva York, 1899 - Hollywood, 1957) Actor estadounidense. Combatió encuadrado en la marina de su país en la Primera Guerra Mundial. En 1935 actuó en la obra de teatro El bosque petrificado, cuya posterior versión en la gran pantalla le reportó un clamoroso éxito. Ello le permitió participar en El halcón maltés (1941), dirigida por John Huston. En sus siguientes películas, Casablanca (1942) y Pasaje a Marsella (1944), consolidó su imagen de tipo duro y frío, pero a la vez honesto y sentimental. En 1945 participó en Tener o no tener, en cuyo rodaje conoció a Lauren Bacall, con quien contrajo matrimonio poco después, y en 1951 obtuvo el Oscar por su interpretación en La reina de África. Rodó su última película, Más dura será la caída, en 1956, ya enfermo de cáncer de esófago, dolencia que le causó la muerte al año siguiente. Poco amigo de los convencionalismos de Hollywood, se erigió en portavoz del nutrido grupo de actores contrarios a la caza de brujas promovida por el senador McCarthy.


Humphrey Bogart

La figura de Humphrey Bogart se asocia indefectiblemente con todo un género: el cine negro. "En mis últimas 34 películas fui tiroteado en doce, electrocutado o ahorcado en ocho e hice de presidiario en nueve." Con estas palabras, Humphrey Bogart resumía en 1941, a la puerta del palacio de los mitos y a punto de entrar en la década más importante de su carrera, su trayectoria, forjada en su mayor parte en el cine de gángsters de los años 30. Un año antes, en 1940, había conocido una de las muertes más poéticas de su carrera: en El último refugio (1941), de Raoul Walsh, ante un imponente escenario montañoso, el gángster desesperado que durante tanto tiempo había interpretado caía abatido por la policía y su pasado moría bajo un amplio cielo desnudo. El Bogart que renació después sería otro. El Bogart de los años 40 fue el melancólico, el detective de rostro esculpido por el tiempo cuya sonrisa torcida en los labios pugnaba por salir para ocultar todo el dolor sufrido, la emoción a punto de desbordarse. Nadie como él supo jamás cómo no mostrar lo que sus ojos, a pesar de todo, traicionaban. El género ya existía antes de él, pero con Bogart, más que con cualquier otro actor, el cine negro llegó a ser lo que fue.

Oscuros ambientes cargados de tinieblas, humo de incontables cigarrillos y la humedad espesa de la ciudad tras la lluvia: ése fue el hábitat del detective de los años 40. La voz en off del protagonista cortando el silencio de las calles vacías por la noche o acallando ruidosas orquestas en los nightclubs, mientras el detective se movía por una telaraña de corrupción y venenosas mujeres de labios y mirada oscura y de aún más oscura moralidad. En el cine negro todo es ambiguo, nada es lo que parece: en El halcón maltés (1941), Bogart está a punto de caer en la red de pistas falsas que tiende la ambiciosa Mary Astor; en Callejón sin salida (1947), sigue los pasos de una fascinante Lizabeth Scott hasta descubrir el hielo de su corazón cruel y, como Fred McMurray frente a la voluptuosa Barbara Stanwyck de Perdición (Billy Wilder, 1944), deberá luchar contra la obsesión que ella le inocula. McMurray no era más que un simple vendedor de seguros, y perdió la cabeza y mucho más que eso; Bogart fue siempre fuerte, y supo muy bien cómo sortear los peligros de las mujeres araña que salían de cacería portando la barra de labios como única arma.

El cine negro, con Bogart o sin él, fue siempre el relato del hombre solo y desamparado, enfrentado al destino en una ciudad hostil. La dureza de Sam Spade (el personaje del novelista Dashiell Hammett que Bogart encarnó a la perfección en El halcón maltés), como la abierta violencia del Mike Hammer creado por el novelista Mickey Spillane (encarnado en 1955 por Ralph Meeker en El beso mortal, de Robert Aldrich) son ejemplos típicos del género. Tampoco hacía falta ser detective para encontrarse de cara con el crimen, la maldad, los celos, la seducción: John Garfield en El cartero siempre llama dos veces (1946) es un aventurero vagabundo que cae en las redes rubio platino de la propietaria de un local de carretera con ganas de divorciarse por la vía expeditiva. La alta temperatura emocional que se desarrollaba en estas películas se iluminó con luces y sombras directamente traídas del expresionismo alemán. No en vano fue Fritz Lang, trasladado a Hollywood, otro de los grandes creadores del género. La mujer del cuadro (1944) o Perversidad (1945) no requerían más elementos que éstos: un hombre y una mujer con pasado, y un crimen en el presente.

En este turbio mundo sin salida y de labios demasiado humedecidos por el alcohol fue donde Bogart encarnó a algunos de sus personajes más legendarios. Tras encontrar en 1944 en un plató de rodaje (el de Tener y no tener, de Howard Hawks) a "la flaca" Lauren Bacall, e iniciar uno de los romances (y matrimonios) más recordados de Hollywood (cuyo punto de partida es, en la mente de todo cinéfilo, el célebre "Si me necesitas, silba", con que Bacall apuntala la seducción del protagonista en esta cinta de aventuras), ambos rodaron en 1946 una de las cumbres del género, El sueño eterno (1946), también a las órdenes de Hawks.


El sueño eterno (1946)

Basada en la novela homónima de Raymond Chandler, El sueño eterno es cine negro en estado puro: brillantes, afilados diálogos cargados de ironía y una trama compleja y sembrada de cadáveres que desafía la capacidad del espectador para seguir el hilo de los acontecimientos (corre, incluso, la leyenda de que durante el rodaje tuvo que realizarse una llamada al autor de la novela para aclarar quién era el asesino de uno de los muchos personajes secundarios). El viejo general Sternwood, perteneciente a una acaudalada y excéntrica familia, contrata al detective privado Philip Marlowe (Humphrey Bogart) para que investigue quién le está haciendo chantaje aprovechándose de la vida díscola de su hija menor, Carmen (Martha Vickers). A medida que avanza en sus pesquisas, a Marlowe se le complica el caso debido a una turbia trama de asuntos delictivos de toda índole: pornografía, extorsión, juego y asesinato. Además, se enamora de la hija mayor de Sternwood, Vivian (Lauren Bacall), una joven atractiva, ya divorciada y de carácter difícil, que parece estar complicada en el asunto.

Pistola en mano, Bogart se enfrenta a una numerosa galería de personajes dudosos, entre los que destaca la misma Bacall, en un frágil equilibrio entre culpabilidad e inocencia que fue el terreno favorito de muchas grandes damas del cine negro (Barbara Stanwyck, Ava Gardner, Gene Tierney, Rita Hayworth, Veronica Lake o Jane Greer, entre otras). Ante Bacall, el cinismo atemperado y triste de Bogart encontró su máxima expresión: otros duros del cine negro como Burt Lancaster, Dana Andrews, Robert Mitchum o Alan Ladd jugaban fuerte, pero en cualquier caso, ninguno de ellos contrajo con tanta virulencia la enfermedad de la melancolía que siempre fue la baza segura de Bogart.

Con un guión firmado nada menos que por William Faulkner, Leigh Brackett y Jules Furthman, la adaptación de la novela de Chandler fue, y todavía es, bastante discutida por su escasa fidelidad al original. Hawks realizó una película poco ortodoxa y muy especial, en la que destacan por encima de todo el ambiente lúgubre y confuso en el que se desenvuelven los personajes, y al que no son ajenas la fotografía de Sid Hickox y la forma, en cierto sentido de staccato, con que trata internamente las secuencias. Hay que destacar, sobre todo, dos aspectos que no solían ser prioritarios en el cine negro, la banda sonora de Max Steiner y la dirección artística, sencilla aunque muy cuidada, de Carl Jules Weyl.

Desaliñado, rudo, áspero, tierno y bebedor: la marca del paso del tiempo en su personaje (algo que en el universo de las estrellas parecía no existir hasta entonces) fue lo que permitió que Bogart se convirtiera en los años 40 en el mayor romántico, el hombre por excelencia, con el que todo espectador temía que soñara su compañera. Contribuyó no poco a esa percepción de Bogart como el último romántico la mítica película de Michael Curtiz, Casablanca (1942). Con este filme, la voz de Bogart se incrustó en la galería de los sonidos más recordados del cine. "Presiento que éste es el principio de una gran amistad", "Siempre quedará París", "Ve con él, Ilsa": jamás los diálogos de Hollywood resonaron tan profundamente en los oídos del espectador como en Casablanca. Historia que parecía destinada al fracaso (nadie confiaba en que el aparentemente disparatado emparejamiento entre Bogart e Ingrid Bergman fuera a funcionar), con su romanticismo desesperado y la lírica melodía de su nostalgia se convirtió de un día para otro en la imagen por antonomasia del cine de los años 40. La emoción que recorre cada una de las frases y de los fotogramas de esta mítica cinta es la imagen de un Hollywood que ya no volverá jamás.


Casablanca (1942)

Curiosamente, Casablanca era un proyecto sin demasiadas pretensiones, planteado como un simple melodrama de aventuras. Tanto Michael Curtiz como Humphrey Bogart e Ingrid Bergman trabajaron casi en un ambiente de improvisación. Rodada en Marruecos, el resultado final parece un milagro si se tiene en cuenta lo accidentado y tenso del proceso de producción. Pocas semanas antes de empezar el rodaje, la Warner tenía a su disposición un magnífico plantel de actores y actrices y un experimentado director, pero le faltaba una historia. Por ello, el rodaje se inició sin haber acabado el guión; a los actores se les entregaba cada día el diálogo escrito la noche anterior y retocado sobre la marcha.

Casablanca es una película de intriga y aventuras, construida sobre el tema de la Segunda Guerra Mundial, el espionaje y la resistencia, y en la que se desarrolla una complicada historia de amor entre sus protagonistas. En plena Segunda Guerra Mundial, Casablanca es una ciudad neutral bajo el control del gobierno de Vichy, representado por el capitán Louis Renault, pero quien en realidad ejerce el mando es el coronel alemán Strasser. En una ciudad repleta de aventureros de todos los países, el Rick's Cafe es parada obligada; en él todo se compra y se vende, a la espera de obtener un salvoconducto para Estados Unidos. Su propietario es el estadounidense Rick Blaine (Humphrey Bogart), un personaje enigmático y de atormentado pasado. Una noche, Victor Laszlo (Paul Henreid), dirigente de la resistencia checa buscado por los alemanes, llega al café acompañado de una mujer danesa, Ilsa Lund (Ingrid Bergman), su esposa. Ilsa y Rick habían vivido un apasionado idilio en París en vísperas de la ocupación nazi y se reencuentran por primera vez en Casablanca.

El resultado de tal planteamiento es una película que mantiene en vilo al espectador desde su inicio y sólo se resuelve al final, en la emblemática secuencia del aeropuerto, tantas veces evocada en películas posteriores. "Siempre quedará París", le dice Rick a Ilsa al final de la película, cuando ayuda a ella y a su marido Laszlo a huir a Estados Unidos, renunciando así a la mujer que ama. Es una escena mítica, dominada por la noche y por la niebla, cercana a las de los mejores ejemplos del cine expresionista alemán, lo mismo que las del interior del café de Rick, con Sam al piano interpretando la famosa As time goes by (Mientras el tiempo pasa), y el predominio de los planos cortos, que detallan los rostros de los personajes y muestran sus emociones. Pese a sus elementos de thriller patriótico, melodrama exótico y película de guerra, muy bien engarzados por Curtiz, Casablanca es sobre todo una gran historia de amor, en la que la gama de secundarios proporciona profundidad a la historia.

La película constituye un ejemplo de la utilización que se hizo del cine en la década de los cuarenta para crear un determinado clima entre la opinión pública y, en este caso, mitigar el rechazo inicial de la población estadounidense a la participación activa en el conflicto bélico. Fue una película de encargo, encomendada cuando Estados Unidos aún no había entrado en guerra, y precisamente su estreno coincidió con la conferencia que Churchill y Roosevelt mantuvieron en Casablanca. Aunque no únicamente por este contexto político oportuno cosechó el éxito, el filme es un alegato en favor de la resistencia contra la ocupación alemana de Francia. Los protagonistas se presentan como modelos de comportamiento a imitar; el desencantado Rick actúa de la forma en que todo buen ciudadano debe hacerlo: renuncia al amor, según manda la rígida moral de la época, y toma partido comprometiéndose con la resistencia.

Destinada a convertirse en uno de los grandes clásicos de la historia del cine, Casablanca fue ya en su estreno un éxito de público y de crítica reconocido de inmediato por la Academia con tres Oscar: a la mejor película, al director y al guión. Bogart obtendría su único Oscar con La reina de África (1951), tal vez la película de aventuras más famosa de John Huston. Al final de la Primera Guerra Mundial, en África central, una misionera inglesa (Katharine Hepburn) y un aventurero canadiense (Humphrey Bogart) huyen de los alemanes en un viejo paquebote, sorteando rápidos y atravesando ciénagas. Además de las innumerables peripecias que deben pasar, sus diferentes caracteres dificultan aún más la convivencia; sólo al final cambia su actitud, unidos por una empresa común: hacer volar por los aires un navío de guerra alemán.

Mucho se ha hablado sobre si, durante el rodaje, John Huston, más interesado en la caza del elefante, abandonaba o no con frecuencia al equipo para hacer sus batidas particulares. Peter Viertel, guionista no acreditado de la película (los otros que sí lo estuvieron fueron James Agee y el mismo Huston), habló de ello en su novela Cazador blanco, corazón negro, que en 1990 llevaría al cine Clint Eastwood en la película homónima. El Oscar que Bogart recibió en 1952 por su interpretación en este filme era una recompensa que ya había esperado por Casablanca y también por El tesoro de Sierra Madre (1947), del mismo John Huston. Bogart, que se había burlado con frecuencia de la ceremonia, proponiendo que la Academia concediera, por ejemplo, un Oscar al peor actor del año o incluso a la mejor interpretación de un animal, accedió a recogerlo personalmente.

Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].